Categorías: Sociedad

“Yo no me voy al salón con las abuelas”

La sociedad arrastra determinados prejuicios ante la gente mayor. Juana López se ha empeñado en desafiar a todos.

Tiene 81 años, vive en el Centro Asistencial ‘La Gota de Leche’ y jamás se le verá en una partida de bingo, en una excursión organizada para personas de la tercera edad, en una clase de cante o marcándose un paso doble. “Sin querer ofender a nadie, pero yo no me voy al salón con las abuelas”, dice. “Qué le voy a hacer, soy muy rara”, se excusa. “De aquí para abajo no valgo un duro”, dice, mientras repasa las partes de su cuerpo, esquivando su cabeza. Afirma tener mala memoria, pero responde a todas las preguntas sin titubear, sin demorarse, sin dudar en un nombre ni una fecha. Relata su vida con una lucidez casi insultante. Juana nació el 15 de diciembre de 1935 en Almería. En esa época sus padres ya vivían en Melilla, pero como marcaba la tradición, su madre quiso dar a luz en su casa natal. Desde entonces, no ha vuelto poner pie en esta ciudad andaluza. No obstante, ha viajado mucho, sobre todo, en su infancia. A los 4 años se instaló con sus padres en Nador, ya que su padre, Salvador López, trabajaba en Marruecos como encargado de obra. “La empresa para la que trabajaba mi padre pertenecía dos hermanos que vivían en Calvo Sotelo”, recuerda. Dependiendo de la zona en la que hubiese trabajo, allí se dirigían los padres de Juana con su hija. Una experiencia que le ha resultado “enriquecedora”. Las diferentes ciudades que pertenecían al Protectorado Español le hacen recordar su infancia con una sonrisa, como si acabara de sucederle ayer, inmune a las trampas de la nostalgia. Le encantaba pasear por las calles y por los huertos de aquellas ciudades que para unas semanas o unos meses se convertían en su nuevo hogar. “He visto muchos campos verdes de cebada y de vez en cuando surgía un puntito rojo, que era una amapola. Me quedaba extasiada mirándola. Me parecía un gran manto verde, salpicado de rubíes”. explica. Detalles que, en palabras de Juana, a la sociedad de hoy en día le cuesta descifrar debido a las “prisas, el estrés o el afán de ganar dinero”.

Vida en Melilla

Juana se casó a los 16 años en Alhucemas y poco después se trasladó con su marido a Melilla. Con 17 años dio a luz a la mayor de sus hijas, Paqui de 63 años. Su segunda hija, Juana, murió a los siete meses. Le diagnosticaron cólera. “Un sábado amaneció con diarrea y una semana después falleció”, señala con los ojos brillosos. Ese día un escalofrío recorrió su espalda. A su hija fallecida le sucedieron José Salvador, Juan Manuel y Rosa María. Los dos varones viven en Melilla, pero reconoce que el que más se ocupa de ella es Juan Manuel. “Es así, aunque le duela a los demás”, dice. El próximo golpe llegó con la muerte de su padre. Falleció con 65 años. De esta forma, Juana, a sus 81 años sigue siendo la cabeza visible de la familia López. También en el Centro Asistencial ‘La Gota de Leche’ destaca su presencia. Reconoce que no le gusta entablar “grandes conversaciones” con el resto de compañeros. Prefiere retirarse a su habitación para leer, escribir o simplemente ver la televisión. Cuenta que en el centro está a gusto, pero que no es igual que cuando vivía en su propia casa. “No me voy por miedo”, afirma y resume su estado con un famoso dicho popular: “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”.

Fuerza vital

A simple vista nadie diría que Juana tiene el colon irritable, colitis microscópica, hernia de hiato y pancreatitis. No se queja por su estado de salud. Muestra una sonrisa perenne, que únicamente queda deslucida por el pequeño huracán de arrugas que se hacen hueco en su rostro. Ley de vida. Pero su mejor receta para sentirse eterna es su plenitud anímica, su fuerza vital y su capacidad de habitar el presente como un amplio horizonte interminable.

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