La visita de Jesús Caldera a Melilla ha levantado ampollas. El vicepresidente de la Fundación Ideas, secretario federal de Ideas y Programas del PSOE y peso pesado en el primer Gobierno del presidente Zapatero, donde ocupó la máxima responsabilidad en el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, ha llegado a la ciudad para lanzar duras críticas contra el Ejecutivo de Imbroda. Sus reproches han ido dirigidos contra la gestión de uno de los problemas más graves que sufre la ciudad: El paro. Y, como es lógico, sus críticas han recibido una respuesta igual de contundente por parte de los populares.
Al concluir la visita de Caldera y el rifirrafe político, la tasa de paro sigue siendo la misma, el descontento de los más de 12.500 desempleados no es menor y las posibilidades de encontrar una salida a este problema en el corto plazo parecen lejanas.
A estas alturas de la película, cada ciudadano ya se habrá hecho una idea de quién es el responsable de esta calamitosa situación. Pero eso hace tiempo que ha dejado de ser lo más importante. Los ciudadanos exigen que no se pierda más tiempo y que quien salga a la escena pública lo haga porque tiene alguna idea que aportar. Con toda probabilidad los melillenses tendríamos hoy una mejor imagen del ex ministro Caldera si éste hubiera llegado a nuestra ciudad con la mano tendida para colaborar en la disminución de las inquietantes cifras de desempleo que padecemos. Y, sin duda, el Ejecutivo local se habría ganado la simpatía ciudadana si hubiera respondido de manera positiva a ese hipotético ofrecimiento del responsable socialista.
No ha sido así y la sensación que queda es que la disputa política se produce en medio de un escenario plagado de parados por los que nadie parece preocuparse.
El asunto del desempleo en nuestra ciudad necesita medidas tajantes, sobre todo a la vista de las cifras que nos esperan cuando el Ministerio o el Instituto Nacional de Estadística ofrezcan su próximo recuento o estudio sociológico. La finalización de los Planes de Empleo va a situar el número de trajadores desocupados en niveles históricos. Detrás de esas estadísticas hay miles de personas y familias a las que el cruce de reproches entre políticos les importa muy poco. Su verdadera angustia es cómo encarar el futuro más inmediato.
Hace unas semanas tuvo un especial protagonismo un problema adelantado por El Faro: En Melilla hay niños y familias que están pasando hambre. Fue un asunto que entonces provocó un encendido debate político. Hoy parece haber quedado en el olvido, pero sigue habiendo niños y familias con dificultades para alimentarse convenientemente. Ejemplos como éstos son suficiente explicación de por qué la clase política es uno de los estamentos que merece el menor aprecio por parte de la ciudadanía.
Después de más de cinco años de crisis económica aún continuamos perdiendo tiempo en adivinar quién es el culpable de que no hayamos conseguido superar todavía esta situación, como si a estas alturas esto importara.
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