CRECí en un país sin futuro en el que se mira constantemente hacia atrás. El adoctrinamiento me convirtió en una forofa de las efemérides. Algunas para mí son sagradas. No hay 17 mayo (Día del campesino cubano) que no felicite a los amigos que yo sé que nacieron monte adentro, y que en la actualidad ocultan sus raíces tras un acento habanero cerrado difícil de imitar, entender o simular.
No lo puedo evitar: me gustan las fechas señaladas. Por eso me cuesta entender por qué este año Melilla pasó por alto el centenario del Desastre de Annual. Lo echaba en cara el ex presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda, en Twitter, afeando a Gloria Rojas y a Mustafa Aberchán que no hubieran celebrado un solo acto en recuerdo de sus 12.000 víctimas; o en honor a los 700 hombres del Regimiento Alcántara o a los 3.000 masacrados en Monte Arruit.
Sólo ellos saben por qué decidieron que 100 años no significan nada. Doy por hecho que pensaron que no tiene sentido celebrar la derrota y si encima te puedes agarrar al coronavirus para justificar la suspensión del acto, eso que te ahorras.
Se equivocan. Todos los que aspiramos a un mundo mejor sabemos que la libertad se riega con sangre. Por el camino queda mucha gente valiosa. Pero hoy estamos donde estamos gracias a todos esos cuerpos que un día quedaron inertes en mitad del campo de batalla. Es importante que enviemos un mensaje claro a las nuevas generaciones: está prohibido olvidar.
Pero el ex presidente Imbroda no reparó únicamente en la desmemoria de Rojas y Aberchán sino en la intención de socialistas y cepemistas de eliminar el monumento a los Héroes de España.
Cuando voy a opinar sobre estos temas, siempre pienso en la estatua de Sadam Hussein, que fue derribada en Bagdad, en 2003. En el momento en que la tiraron tenía sentido. Era el símbolo de un cambio que, desgraciadamente, no ha llegado a Irak.
El Monumento a los Caídos, de Melilla, no me molesta, de la misma manera que no aprobaría la destrucción del Valle de los Caídos.
Tengo una gran contradicción. Si bien me parecía indecente tener una estatua de Franco a las puertas de las Estación Marítima, también me parece innecesario despojar a la Avenida de un monumento declarado Bien de Interés Cultural y en el que trabajaron los arquitectos Vicente Maeso y Enrique Nieto.
Recuerdo que al llegar a España, me encontré en Cartagena (Murcia) un monumento dedicado a los Héroes de la Guerra Cuba. Para mí fue un shock porque hasta ese momento yo tenía metida en mi cabeza sólo una versión de la historia: que los españoles colonizaron Cuba y que los criollos (primera generación de españoles afincados en Cuba) lucharon por romper con la metrópoli hasta que los americanos se metieron por medio para llevarse la fruta madura.
Pues bien, ese día comprendí, de golpe y porrazo que en una guerra hay dos bandos y hay dolor y héroes a ambos lados de la línea ideológica que provoca el enfrentamiento.
Creo sinceramente que hace unos años hacía falta en España recordar y honrar a las víctimas, pero creo que en estos momentos, no sólo en Melilla, sino a nivel mundial, se ha desatado un movimiento de revancha contra las estatuas.
Lo hemos visto en Colombia, donde han iniciado una cruzada contra los monumentos dedicados a los conquistadores españoles. Esto ya es el desmadre.
Creo que detrás de esta fobia anti-monumentos que también gana fuerzas en México, hay una búsqueda inconsciente de razones que justifiquen la falta de derechos y la crisis económica constante que sacuden la América Latina.
Lo hemos visto en la toma de posesión del comunista que gobernará Perú. Quieren hacernos creer que son pobres por culpa de los conquistadores. Parece una tomadura de pelo, pero en efecto, eso cala entre la gente inculta.
Y en Melilla creen que los fuegos artificiales del derribo del Monumento a los Héroes de España podrá ocultar la falta de oportunidades y la inacción de la Ciudad, ahora contra las cuerdas, después de que el PP presentara una solicitud de dimisión del presidente Eduardo de Castro.
Gloria Rojas está contra la pared. Basta con que cualquier medio nacional se haga eco de lo que está pasando en Melilla para que a la socialista se le ponga cara de Pacto Antitransfuguismo y decida por fin qué va a hacer ante el caso, nada sencillo, que tiene entre manos.
Hay una realidad. Al Gobierno de Melilla ya no podemos llamarle tripartito. Ahora es otra cosa. Es una coalición de dos partidos políticos, que tienen por principal socio a un diputado expulsado de su partido.
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