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Y ahora ¿qué?

En la jornada de ayer los trabajadores del sector de la Enseñanza estaban llamados a la huelga junto con profesores y alumnos. Los sindicatos quisieron hacer una nueva demostración de fuerza que, según sus propios cálculos, contó con el apoyo del 50% de las personas convocadas a la protesta. Por el contrario, las cifras que ofrece la Delegación del Gobierno dejan en el 9,6% el respaldo conseguido por los representantes de los trabajadores.
Los números que manejan unos y otros vuelven a ser escandalosamente dispares. Pero no es eso lo importante. La preocupación de los profesores, padres y alumnos está en saber qué va a suceder a partir de ahora. Por desgracia, todo sigue igual. Nada ha cambiado con respecto al día anterior de la huelga. El Gobierno sigue convencido de que las medidas que está tomando son las adecuadas, los sindicatos consideran una injusticia el trato que están recibiendo los docentes y los padres mantienen la misma preocupación por cómo van a afectar los recortes al nivel de la enseñanza que reciben sus hijos.
La huelga de ayer ha sido una nueva demostración de que estas protestas no sirven para nada cuando el Gobierno se encuentra entre la espada y la pared, sin margen de maniobra y obligado por los acontecimientos. Hoy, al Ejecutivo le es menos ‘costoso’ aguantar este tipo de movilizaciones que ser arrollado por una acometida de los mercados financieros.
La alternativa, tal y como está la situación, es apostar por la negociación para alcanzar acuerdos que permitan suavizar los recortes sin perder de vista los compromisos de déficit. Los sindicatos y los representantes del Gobierno deben sentarse a hablar con la convicción de que es necesario llegar a acuerdos que, aunque no satisfagan plenamente a ninguna de las partes, permitan dar algún paso hacia el consenso. Pero antes deben estar convencidos de que la difícil situación financiera es un problema del que ninguno podemos desentendernos y al que todos debemos contribuir a buscar una salida.

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