Las administraciones de Suecia y Finlandia han informado del preámbulo de un proceso de revisión en su política de seguridad, que llevaría a presentar su proposición a la adhesión de la Alianza Atlántica, en un breve plazo de tiempo, incluso con anterioridad a la cumbre de Madrid que se celebrará próximamente.
Esta secuenciación no es imprevisible, lo más presumible es que la determinación sea común. Es decir, que ambos muestren su pretensión o no lo haga ninguno. Para el Reino de Suecia conjeturaría romper con una larga tradición de neutralidad que data de 1815. Para la República de Finlandia acabaría un estatuto de convivencia, más o menos amistoso, primero con lo que antes era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas desde 1947 y, más tarde, con Rusia desde 1991.
Es indudable que el motivo más inmediato de esta inclinación es la agresión rusa en Ucrania, que ha significado una variación sustancial en los entornos de seguridad del Viejo Continente, el mayor desde la finalización de la Guerra Fría (1947-1991). Pero, si se examina con detenimiento el desenvolvimiento de la política internacional de estos dos estados, cabría interpelarse si la guerra de Ucrania es la lógica principal, o más bien, la ocasión para acometer un proceso de aproximación que se ha gestado en los últimos trechos, con su participación en maniobras y operaciones aliadas, como por ejemplo en el Emirato Islámico de Afganistán dentro de la estructura de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en adelante, OTAN. Realmente, reconocer la mordacidad de la Federación de Rusia parece más una evasiva que un menester.
Luego, ¿es Rusia una seria amenaza de lo que en su día lo sería la Unión Soviética? Hay que sacar a la palestra, que en ningún instante de la Guerra Fría, Suecia y Finlandia solicitaron su ingreso en la OTAN, ni cuando la URSS actuó en Budapest en 1956 y en Praga en 1968, respectivamente, ni tampoco en la crisis de los misiles en Cuba en 1962, que poco le faltó para desembocar en un conflicto mundial.
Podría discutirse que, por entonces, Checoslovaquia y Hungría eran miembros del Pacto de Varsovia y se hallaban supeditados a la Doctrina Brézhnev de soberanía limitada. Pero entre tanto, no se puede extrapolar el ataque a Ucrania a países como Suecia o Finlandia. Mirando al primero, parece casi improbable una arremetida rusa, no hay ningún contencioso entre ambos.
En cambio, los finlandeses podrían notarse más desamparados, porque poseen unos límites fronterizos de 1.300 kilómetros con Rusia, pero si ésta no ha sido violada hasta ahora, ¿por qué iba a ser agredida?
El caso de Ucrania es parecido, aunque no único, algo comparable ocurrió en Georgia en 2008 y podría acontecer en la República de Moldavia. Bien es cierto, que Ucrania era parte de la Unión Soviética y guarda un origen con Rusia. De hecho, algunos la contemplan separada de su patria y tiene en el Este importantes franjas de mayoría rusófona, incluso rusófila, aunque el sentimentalismo prorruso ha decaído inmediatamente a la invasión, menos en Donetsk y Luhansk.
El régimen ruso reinante observa a todos los rusófonos permanezcan en Osetia del Sur, Abjasia, Transnitria o el Dombass, como una parte de su país y, por tanto, deudores de su amparo. Esta idea de involucrar tanto el idioma como el origen étnico con la nacionalidad, es característico de los gobiernos nacionalistas. Recuérdese que Hungría otorgó la ciudadanía a los sucesores de húngaros de lengua magiar que conviven en naciones contiguas, entre reproches de la República Eslovaca y Rumanía, que eran los más perjudicados.
Ni en Finlandia y Suecia existen minorías rusas o rusófonas, y por tanto es complicado entender cuál sería la atracción o digamos el pretexto de Moscú para replicar a estos estados, o qué conseguiría con ello Rusia.
“En las semanas transcurridas desde la invasión de Ucrania, de los dos pretendientes nórdicos, Finlandia es el que lleva la voz cantante en esta materia, tal vez, por estar más aventurado a un ocasional ataque de Rusia, con la que conlleva los kilómetros de frontera más larga de Europa después de Ucrania”
Indiscutiblemente, su entrada en la OTAN sería manifiesta si estuvieran intimidados, pero no tiene demasiado sentido si no lo están. Digamos, que Rusia le ha amenazado remotamente si se incluyen en la Alianza. Incluso ante una incierta y arriesgada colisión entre Rusia y la OTAN, su neutralidad se sustentaría indemne, como se mantuvo a salvo con Suecia durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Entonces, ¿por qué estos países se proponen adherirse a la Alianza? Parece claro que, si las causas de seguridad no son verdaderamente consistentes, o no más robustas que en otras coyunturas históricas, es que hay otras, y únicamente pueden ser de tipo político. El embate intransigente de Rusia a Ucrania ha alimentado un enorme impacto en la opinión pública, alterando a su vez, la apreciación de numerosos ciudadanos, ayudados por un cargante apremio mediático prácticamente general.
Miremos a Finlandia, donde con anterioridad a la invasión de Ucrania el pasado 24/II/2022, los sondeos proporcionaban datos entre el 24% y 26% de cara a las puertas abiertas a estar en la OTAN, frente al 51% en contra, cuando las últimas encuestas revelaban más del 75% a favor.
Y si hacemos algo parecido entre la urbe sueca las expectativas quedarían más igualadas, alrededor del 50%, porque el crecimiento de los acogedores a la adhesión habría sido llamativo. Lógicamente, esta circunstancia de opinión esconde resonancias políticas.
Primero, en Suecia, cuya primera ministra socialdemócrata era designada por dos papeletas de diferencia en el parlamento, habrá elecciones en pocos meses y todos los partidos de centro derecha están por la labor de la ratificación, lo que podría facilitarles el triunfo si el Gobierno presente no encabeza un acercamiento a la Alianza.
Y segundo, en Finlandia, la primera ministra socialdemócrata, está en inferioridad y requiere del sostén de las fuerzas políticas de centro derecha como el Partido del Centro o el Partido Popular de la minoría sueca.
Tampoco resulta paradójico, que el primer movimiento de fichas cuando se produjo el asalto a Ucrania, residió en reclamar que se accionara la cláusula de asistencia mutua que comprende el Artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea, a la que ambos se vinculan. Este apartado es análogo en su enunciación al Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que daría origen a la OTAN, pero en contraste de este último jamás se ha desplegado en una configuración de mando y de fuerzas que consienta su empleo práctico, por la reserva de algunos gobiernos y partidos políticos a emplear una elección que transformara a la OTAN en menos ineludible o no decisiva.
Por lo tanto, la ayuda recíproca asumiría un carácter bilateral y no sería, de lejos, tan adecuada. El Parlamento Europeo ha interpelado repetidamente que el Artículo 42.7 se utilice como base para la plasmación de una Unión Europea de la Defensa, que concedería a la Unión protegerse por sí misma, sin menoscabo de la alianza con Estados Unidos, pero sin estar en manos de los dictámenes que se tomen en Washington.
La UE ha comenzado este trayecto retraídamente con ingenios como la Brújula Estratégica recientemente aceptada, pero que todavía está distante de asumir una capacidad militar proporcionada, autónoma y suficiente.
Por ello, las direcciones sueca y finés se ponen de cara a la Alianza Atlántica como la única institución defensiva eficiente. Esta alternativa es respaldada por algunos actores como Estados Unidos, Reino Unido y otras naciones europeas. Además, el Secretario General de la OTAN ha manifestado insistentemente que estos estados serían recibidos con los brazos abiertos, que su adhesión sería satisfecha y ajena a posibles entorpecimientos, e incluso podrían recibir garantías de seguridad hasta que el proceso de confirmación en sí acabase en buen puerto.
En el lado enfrentado no reina el mismo convencimiento, porque el portavoz del Kremlin expuso que la ampliación no traería estabilidad al continente, y Moscú ha amenazado con desplegar armas nucleares en el litoral del Mar Báltico, además de represalias políticas, económicas y militares.
En este contexto irresoluto, alargar los ensanches de la Alianza Atlántica no parece que vaya a ayudar a la distensión, sino lo contrapuesto. Cercar a la mayor potencia nuclear del mundo, o que sencillamente se sienta arrinconada, lo que a efectos prácticos no establece mucha diferencia podría no ser la mejor visión, si lo que se desea es la paz.
Cuando el Tratado de Versalles ponía el punto y final a la Primera Guerra Mundial, infligió a Alemania unos medios intolerables, diseminando el germen de la Segunda. Inmediatamente a esta, se profundizó sobre las lecciones aprendidas apoyando a Alemania Occidental y Japón para que se levantaran económica y políticamente.
En 1990 se dieron los resquicios precisos para la viabilidad de hacer un diseño de seguridad europea que comprendiera el continente, abarcando Rusia. Algunos dirigentes como Olof Palme (1927-1986) y Francois Miterrand (1916-1996) alentaban el arquetipo del edificio común europeo planteado por el presidente Mijaíl Gorbachov (1931-91 años). Pero, en esta ocasión, Estados Unidos no estaba dispuesto y prefirió intensificar la OTAN hasta que Rusia comenzó a sentirse intimidada.
Hoy por hoy, nada de lo expuesto en estas líneas enmienda la ilícita y feroz agresión a Ucrania por Rusia, que es quien ha desencadenado esta sacudida geopolítica. Pero sí, que deja en el tintero interrogantes inquietantes. Podría decirse que desde los meses transcurridos de conflagración, Rusia no ha ganado nada sobre el terreno, pero lo que hasta ahora han pretendido los estados occidentales no ha sido precisamente llegar al final de la guerra, sino a una escalada y crisis económica que, como no podía ser de otra manera, perjudica a los más débiles. ¡Es hora de abandonar los juegos de estrategia y comenzar a esforzarse por la paz!
Desde un plano rigurosamente militar, la incorporación de los contingentes de Finlandia y/o Suecia, induciría de manera imponente a la capacidad defensiva de la OTAN en el Norte de Europa, donde las fuerzas rusas la sobrepasan masivamente en términos de cantidad.
A decir verdad, Finlandia contribuiría con aviones de combate F35, mientras que Suecia posee baterías de misiles Patriot y ha fortalecido su representación militar en la Isla Báltica de Gotland, cuyo espacio aéreo ha sido últimamente quebrantado por aviones de combate rusos.
Hay que matizar al respecto, que las tropas de Finlandia y Suecia son expertas y suficientemente competentes en guerra ártica y están curtidas para combatir y desenvolverse en los boscajes de Escandinavia. Y es que, cuando Rusia embistió a Finlandia en la Segunda Guerra Mundial, los finlandeses batallaron bravamente contra los invasores castigándoles con importantes daños.
En el trazado enteramente geográfico, la admisión de Finlandia colmaría un enorme desierto en la defensa de la OTAN, doblando la amplitud de sus fronteras con Rusia. La seguridad y estabilidad en el Mar Báltico se han optimizado drásticamente. Y desde la vertiente política, reforzaría la afinidad de Occidente para la defensa mutua, mandando un mensaje a Vladímir Putin (1952-69 años) de que prácticamente Europa se siente identificada contra la invasión de un estado soberano como Ucrania.
Ahora bien, el riesgo inminente es que un ensanchamiento tan significativo de la OTAN en los pórticos de Rusia inquiete e irriten tanto al Kremlin, cómo para que éste conteste con algún tipo de medida virulenta.
Las pautas técnicas militares con las que el presidente ruso advirtió si estos países acababan uniéndose a la OTAN, se definen por los analistas en dos direcciones: primero, un refuerzo de las fronteras rusas, aproximando tropas y misiles a Occidente, y segundo, la acentuación de los ciberataques en Escandinavia.
El que Suecia se haya mantenido imparcial durante los últimos años, no le imposibilita el cambio en su manera de preconcebir. Obviamente, se producirá una valoración económica para su industria armamentista, si ésta se ve precisada a adquirir armas de la OTAN en lugar de las propias.
En otras palabras: Putin y sus supervisores ya reprochan a la OTAN, con cierta coartada de malograr sus propósitos de apoderarse de Ucrania. Si disponen que la súbita expansión en su flanco Norte simboliza una amenaza para la seguridad de Rusia, no se sabe puntualmente cómo podría responder Moscú.
En las semanas transcurridas desde la invasión de Ucrania, de los dos pretendientes nórdicos, Finlandia es el que lleva la voz cantante en esta materia, tal vez, por estar más aventurado a un ocasional ataque de Rusia, con la que conlleva los kilómetros de frontera más larga de Europa después de Ucrania.
Observando el giro en las decisiones que se están tomando, ya en las postrimerías de enero, la primera ministra finlandesa manifestaba como inverosímil que solicitase ingresar en la OTAN durante el año y medio que le restaba de legislatura, pero los acontecimientos de Ucrania han hecho precipitar y caer en la balanza la evolución radical de la opinión pública.
En este momento el aval a la OTAN es visiblemente mayoritario tanto en el interior del Gobierno de coalición, como entre los diputados del parlamento y los ciudadanos, por lo que la petición parece un mero argumento de tiempo.
En atención a algunos medios locales, Finlandia tomará administrativamente la determinación de requerir la entrada en la Alianza, una vez cuente con el visto bueno del presidente, el Comité de Asuntos Exteriores y Seguridad del Gobierno y la mayoría de los grupos parlamentarios. Toda vez, que otros círculos estiman que la deliberación definitiva se dará tras el congreso del Partido Socialdemócrata quien todavía no se ha posicionado en su postura.
El hipotético sí de Finlandia a la Alianza tendrá su proyección en la disposición que acoja la vecina Suecia. Tal y como ha reconocido la ministra de exteriores, ya que de no continuar sus movimientos, se erigiría en el único país no alineado del Noroeste de Europa.
Hace menos de dos meses, aunque las informaciones ya mostraban una inversión en la impresión, los contrarios al ingreso eran una mayoría en el Parlamento y la primera ministra socialdemócrata comunicaba que una entrada en la Alianza desmoronaría el curso de la seguridad.
Pero el ejercicio finlandés de las últimas horas ha apremiado a este salto: los ultraderechistas demócratas, tercera fuerza parlamentaria sueca se ha abierto a sopesar el ingreso si Helsinki lo resuelve, con lo que los partidarios de la OTAN son mayoría en la Cámara. Y es que, el Partido Socialdemócrata en minoría ha reabierto esta discusión, pese a que en su congreso anual ratificó una moción de seguir al margen, apuntando que ahora se constata otra realidad de seguridad.
Pese a que legítimamente los socialdemócratas no han prodigado ningún acuerdo, los suecos dan por hecho algo que no hace demasiado parecía inadmisible en una fuerza política que forjó de la no alineación uno de sus indicios de identidad, aunque últimamente se ha contraído la aportación con la OTAN.
Tanto la República Federal de Alemania como la República Francesa y otros componentes del bloque europeo, corroboran su amparo a Finlandia y Suecia, en el momento en que éstos aspiren expresamente al ingreso y ante los riesgos eminentes que para ellos supone el período de transición, hasta su validación como miembros de pleno derecho. De ratificarse esta circunstancia tan esperada, entreverá que todas las naciones nórdicas formen parte de la Alianza, porque los suecos con su extensa política de no alineamiento militar, eran más bien vistos como inequívocamente neutrales que sus vecinos.
A resultas de todo ello, Dinamarca, el Reino de Noruega y la República de Islandia son miembros iniciadores de la OTAN, mientras que Finlandia, a pesar de un panorama moderado como vecina de la URSS, primero, y la Federación de Rusia después, ha sido y es máximamente un socio de la Alianza más activo que Suecia.
“Desde un plano rigurosamente militar, la incorporación de los contingentes de Finlandia y/o Suecia, induciría de manera imponente a la capacidad defensiva de la OTAN en el Norte de Europa, donde las fuerzas rusas la sobrepasan masivamente en términos de cantidad”
En consecuencia, en medio de una etapa que nos recapitula al desenlace de la Segunda Guerra Mundial, varios países sugieren que la Alianza Atlántica es su tabla de salvación y única elección potencial para permanecer en la supervivencia. Este grupo es cuantioso e incluye a los que en su día se incorporaron a la OTAN, como aquellos que aspiran adherirse.
Entre los segundos, nos topamos con Finlandia y Suecia, concurrentes insólitos que hasta hace poco se agarraban con orgullo a su condición de estados neutrales sin el encaje de arrimarse a la Alianza, pero que ahora desean sin ambigüedades ingresar cuánto antes. Sin embargo, la fragosa invasión de Ucrania, acelera el devenir que Estocolmo y Helsinki tienen para enarbolar su certeza de estados independientes.
En contraposición a lo que se ocasionó con las últimas ampliaciones de la OTAN, la de aquellos que siempre estuvieron bajo el punto de mira de la URSS, la acogida de Finlandia y Suecia sería sencilla y de manera resuelta. La diferenciación esencial reside en que mientras que en el caso de los estados de Europa Central y Oriental hubo que proceder a una conversión de su cultura estratégica, Finlandia y Suecia dosifican valores y enfoques con el resto de los integrantes de la OTAN.
Tanto Finlandia como Suecia son piezas dinámicas de los eventos cooperativos de la Alianza Atlántica ‘Euro Atlantic Partnership Council’ y ‘Partnership for Peace’, en los que se ejerce diligentemente la capacidad de intercambiar información y utilizar esta información intercambiada de los ejércitos, valga la redundancia, y como resultado de dicha cooperación han colaborado en misiones de paz comandadas por la OTAN en territorios como Bosnia-Herzegovina, la República de Kosovo y Afganistán.
Si bien, los conjuntos poblacionales de Suecia y Finlandia no se han sentido cautivados por la Alianza, vicisitudes o incidencias como el descubrimiento de un submarino nuclear ruso en aguas de Estocolmo, o el hackeo de los servidores de los ministerios de Defensa y Exteriores finlandeses, o las infracciones indefinidas del espacio aéreo de Suecia y Finlandia, han coadyuvado a que sus ciudadanos deliberen sobre su neutralidad para decantarse finalmente por su acceso a la OTAN.
Al igual que acaeció en 1981 cuando al Reino de España se le invitó a unirse a la Alianza, Rusia no ha titubeado en verter sus secuencias de intimidaciones, aunque es complejo juzgar la credibilidad de esta amenaza. Pero, de lo que no hay duda, es que se valdrá de sus artimañas para obstaculizar y problematizar los deseos imperiosos de Finlandia y Suecia.
No hay que omitir de este escenario el episodio ocurrido en Montenegro, cuando Rusia ejecutó su tentativa de asesinar a su jefe de Gobierno antes de que este rubricase la adhesión, lo que prueba hasta dónde puede llegar el ofuscamiento del Kremlin.
Las muchas incógnitas que nos queda por disipar, entre ellas, cuál será la conducta de aquellos aliados, como Hungría, que tiene unos vínculos afines a Rusia o de aquellos otros, como Alemania, que energéticamente está pendiente de los hidrocarburos rusos. De momento, la linde de la OTAN se aproximaría aún más, si cabe, a Rusia, casi 1.400 kilómetros de línea común que consolida la posición de la Alianza en una franja limítrofe de interés económico y geoestratégico para Moscú: el Ártico.