A unos 400 kilómetros al suroeste de Melilla, cerca de Mequinez, se alzan los últimos vestigios de lo que antaño fue una pieza más del rompecabezas de culturas y naciones que conformó la Roma imperial; Volubilis. Con una forma de vida basada en la producción de aceite y cereales, esta ciudad africana estuvo bajo varios dominios en menos de 400 años, ya que si bien fueron los cartagineses los que pusieron su primera piedra cuando señoreaban por el norte de África buscando nuevos horizontes comerciales bajo la égida de su república, su pérdida de influencia frente a romanos, númidas y mauritanos propició que cayera bajo manos de estos últimos.
Se iniciaba así un periodo de paz para Volubilis gracias a la protección del reino de Mauritania. Cien años de aparente tranquilidad que se vieron truncados por la sed de gloria y los celos de unas de las figuras más infames del imperio romano; Cayo Julio César Augusto Germánico, aunque la historia ha preferido que se le recuerde por su particular sobrenombre, 'botitas', Calígula.
No están claras las razones que llevaron a Calígula a asesinar al rey de Mauritania, Ptolomeo, durante una visita de éste a Roma, aunque teniendo en cuenta su afición a masacrar a la nobleza para heredar sus posesiones y el hecho de que el imperio apenas se había expandido durante su reinado, ocasionaron que los días del rey mauritano acabaran en la ciudad eterna.
De tan vil manera pasó Mauritania a manos de Calígula, y lo que hasta el momento había sido un reino aliado de Roma se convirtió en un nuevo anexo del imperio. Con sangre y revueltas civiles comenzaba la romanización de Volubilis, que sobrevivió no sólo gracias a sus dorados cultivos de trigo, sino también a la cría de fieras salvajes que tenían como objetivo divertir a la plebe romana en el circo.
Años después de la muerte de Calígula, aquel inválido e inútil Claudio, como le llamaban sus congéneres y que pasó a ser el nuevo emperador, puso punto y final a las revueltas civiles ocasionadas por el asesinato de Ptolomeo dividiendo la zona en dos provincias. Así, Volubilis pasó a ser a un municipio de Mauritania Tingitana.
Gracias a la estabilidad que le propició Claudio, la ciudad pudo asentarse y prosperar. Cerca de 230 años creció la ciudad africana a la sombra del imperio, del cual quedan todavía edificios que se han convertido en mudos recuerdos de la que un día fue la civilización más poderosa del mundo.
La ciudad de los muertos
En la recta final del siglo III, Roma decidió abandonar las provincias situadas al sur de lo que hoy es Tánger. Con esta determinación, la maquinaria administrativa del Imperio partía de Volubilis, empezando desde aquel entonces su decadencia hasta la conquista árabe del siglo VIII.
Fue tal el estado de abandono de la ciudad que los habitantes tuvieron que dejar su morada, a los píes del monte Zerhun, para acercarse más al río que discurría por la zona, pues el deterioro del acueducto que surtía de agua a la ciudad llegó a dejarlo inservible.
Así, el sector este de Volubilis quedó completamente desierto, e incluso llegó a ser utilizado como cementerio. Con la llegada de los árabes en el año 631 y la fundación de Fez en el 808, el declive de Volubilis quedaba consumado. Mientras la mano del tiempo hacía su trabajo con el devenir de los siglos, otros hechos, como que gran parte de los materiales de los edificios más emblemáticos de la ciudad fueran usados a finales del S.XVII para la construcción de los palacios del Mekinés o el terremoto de 1755, cuando ya no vivía prácticamente nadie en la ciudad, sentenciaron a Volubilis al olvido.
Patrimonio de la Humanidad
Hay que destacar que el paso de los siglos, el abandono de la ciudad y la práctica ausencia de medidas para preservar lo que quedaba en pie provocaron que el deterioro de Volubilis fuera notable, pese a que una expedición francesa verificara que bajo sus ruinas se hallaba un auténtico tesoro en restos arqueológicos.
Fue 1997 con su declaración como Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco, cuando el reino alauita reforzó su mantenimiento, aunque también es cierto que no se han descubierto ni la mitad de los restos que se estima que están diseminados a lo largo del terreno.
De cualquier manera, a día de hoy se pueden contemplar varios edificios que han sobrevivido al devenir de los años, la mayor parte de ellos de finales del siglo II y mediados del III, como un arco del triunfo construido en honor a Caracalla, quien extendió la ciudadanía romana a todos los habitantes libres de la provincias, una basílica y un templo dedicado a Júpiter.
De igual manera, también se pueden apreciar lo que antaño fueron prensas de aceite, y que dan buena fe de la creciente actividad económica en torno a su producción, varias casas, parte del foro y algún que otro resto de la muralla que mandó levantar Marco Aurelio.
No cuesta encontrar la que fue una prospera parte del imperio que dominó el mundo conocido durante casi 1.000 años. Si alguien quiere adentrarse en la historia, a 400 kilómetros de la ciudad de Melilla, camino de Mequinez, se alzan algunos de los restos que atestiguan que el poder de Roma se asentó en el norte de África durante siglos.
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