Vivir por ver

LA Policía disolvió la manifestación convocada para este domingo 13 de septiembre en Nador por el Sindicato Mediterráneo de Transporte y Profesiones para reclamar la reapertura de la frontera de Melilla. Era previsible que las autoridades pusieran en marcha la maquinaria represiva por motivos obvios, pero también sanitarios. En los tiempos que corren no es aconsejable congregar a gran cantidad de personas en un mismo lugar para evitar el contagio masivo de coronavirus. En todo caso, el Gobierno marroquí se puso las pilas. Seguramente no ha gustado a las autoridades del país vecino que los ciudadanos enmienden la plana a las decisiones de palacio. Si Rabat dice que se cierra la frontera, nos pegamos un tiro en el pie, pero cerramos. Otra cosa es que, seis meses después, la gente no esté dispuesta a seguir tragando en seco. El hambre aprieta y cuando todo está perdido ya no hay nada que perder. Pero el caso es que un puñado de valientes llegó hasta el final y demostró a las autoridades de Marruecos que la frontera no ha muerto de muerte natural. Está viva y deseando abrir para dejar pasar a los jubilados que no pueden cobrar sus pensiones; a los trabajadores transfronterizos, a los niños que vienen a estudiar a Melilla y, como diría un ultraderechista moderado que conozco, a todos los que necesitan asistencia médica y lleguen vivos al día de la reapertura. Tengo que reconocer que me ha sorprendido leer las declaraciones que el exviceconsejero de Comercio Jaime Bustillo ha hecho en El Faro sobre la posibilidad que nos da la crisis de rearmar nuestro sistema económico al margen de Marruecos. La propuesta es interesante, pero sobre el terreno, en mi opinión, inviable. Los territorios fronterizos se necesitan y se retroalimentan. No pasa excepcionalmente aquí, en uno de los dos pasos fronterizos más importantes de África. Pasa también en la frontera de México. ¿Puede alguien creer que Estados Unidos no puede vivir sin los mexicanos? Claro que puede, pero le sale más económico deslocalizar producciones en territorio azteca. Le sale rentable hablarse y llevarse bien con su vecino. Para que se hagan una idea, la Asociación de Gobierno de San Diego (California) estima que para 2030 el tráfico fronterizo se incrementará un 87%, además han llegado a la conclusión de que San Diego y Tijuana (México) pierden 7.000 millones de dólares y 60.000 empleos en las colas de la frontera. ¿Alguna vez alguien ha calculado cuánto dinero hemos tirado durante años a la basura colapsando Beni Enzar? ¿Tenemos un cálculo más o menos serio de cuántos empleos se han perdido con este cierre coyuntural por el coronavirus? Me comentaba el otro día un militante del PP que, en su humilde opinión de hombre de Gobierno, Marruecos necesita un tirón de orejas de Europa. Rabat tiene que sentir la presión sobre su condición de socio prioritario y sobre el acceso a los 300 millones de consumidores de UE. Sólo así, dice, frenará en seco sus arrebatos nacionalistas y anexionistas. Para nosotros, el cierre de la frontera ha sido una oportunidad para que, por ejemplo, nuestros bares y restaurantes dieran una vuelta de tuerca a sus tapas y para que el trabajo doméstico y poco cualificado se nutra de mano de obra local. Pero en cuanto abra la frontera, los trabajadores marroquíes volverán a salir más rentables a nuestras empresas a menos que el jefe del Ejecutivo central, Pedro Sánchez, lance una Proclamación Presidencial como la firmada por Donald Trump el 22 de abril de este año, vigente hasta este 31 de diciembre, que impide la entrada en Estados Unidos a los extranjeros que representan un peligro para los puestos de trabajo de los norteamericanos durante la recuperación de la crisis provocada por la COVID-19. La meca del liberalismo se ha pasado al bando antiglobalización. El problema de Melilla no es la frontera sino la forma de gestionarla. A este ritmo expulsarán del PP al exministro del Interior Jorge Fernández Díaz antes de que estrenemos en Beni Enzar su proyecto de frontera inteligente presentado en nuestra ciudad con bombos y platillos en julio de 2015. Nos dijeron entonces que estaría funcionando al pelo en un par de meses. El año pasado, nos volvieron a presentar el proyecto, como el no va más de la tecnología, con un coste de 950.000 euros, financiado en un 75% por la Unión Europea. Pero cinco años después seguimos igual. Perdón, estamos peor. La frontera está cerrada y si es o no inteligente, no nos cambia la vida. Por ahí no cruza ni Dios. Hemos tenido tiempo de sobra para prepararnos para la reapertura. Pero apuesto a que abriremos la verja con un policía pidiendo pasaporte y separando el grano de la paja a ojo de buen cubero. Y si no, vivir por ver.

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