O de muy poco de lo que realmente redunda en la mejora de las cosas que le importan a la gente. Mejora que, pese a producirse en algunos capítulos, vienen a soliviantarse. Aprovechando el refrán, son días de mucho ruido en los que, en verdad, se busca la victoria momentánea del relato, el relato en si es el trofeo a alcanzar. La cronología de discursos y hechos asíntotas y que casi nunca llegan a tocar esa curva donde se ciernen necesidades que en un orden de urgencias ocupan lugar primigenio. Días de mucho, demasiado, y vísperas de casi nada.
La esperanza queda a rebufo del momento inmediato, de lo que sucederá pronto y que a poco tiempo que pase tendrá ya un carácter prístino. Las expectativas se reducen a hechos coyunturales, de caducidad determinada y por lo general pronta. Las estructurales, las que soportan la estabilidad en tantos órdenes, brillan por su ausencia o supuran en algunas de los existentes por su declino o intentos de derribo.
La alquimia del relato busca permanentemente adeptos además de los ya de por sí incondicionales, no importa si de manera temporal. Basten estos, los primeros y cuantos más mejor, para soportar la tendencia y durante la misma asentar ganancias y apuntalar avances. El relato de facción es lo que impera, por lo que se le da la mayor importancia y prioridad dado que, cada día más, hay dos partes interesadamente diferenciadas.
La guerra, sobre todo la de Gaza, ha inducido al posicionamiento de dos bandos que, independientemente de la consecuencia trágica de muchas víctimas inocentes, ha tornado en ideológica. Por delante de la condición humana, esa que debe velar contra el terrorismo, el secuestro y la espantosa derivación en la muerte y sufrimiento de inocentes, el curso fluye con estridencia supina en el choque étnico y también de ideologías políticas al ir estos a mayor velocidad.
La política, que se examina en las diferentes citas electorales habidas y por venir, pauta hacia una división (aún) más tangible que medra hacia una polarización inasequible al desaliento. Todo bajo la batuta de esa aspiración del poder que, aun siendo legítima, se lleva a lo cuasi estrambótico y paranoico.
La Justicia, el imperio de la ley siempre deseado y necesitado, pero también manoseado, acapara no pocos lamentos de las dos partes que están obligadas a facilitar su independencia. Lamentos que, auto exculpatorios por su parte e incriminatorios del contrario, ya apenas se preocupan de esa apariencia que al menos disfrace el verdadero anhelo y la inconfesable intención: su control y su uso como herramienta política o personal, o ambas a la vez.
Hasta Eurovisión (y se veía venir) que ya había alcanzado cotas máximas como paraíso para la decadencia, lo vulgar o lo chabacano en perjuicio principalmente de la música y pese al esfuerzo de la autoridad sueca, se ha rendido al enfrentamiento y ofrecido como plataforma al choque ideológico, llegando incluso a los arrabales del antisemitismo.
Ante este panorama, ruidoso y poco dado a pensar que cambiará, al menos a medio plazo; sin ánimo de abundar en los distópico y sí en esa nueva “normalidad” y clara realidad, el acto de rebeldía puede ser terapéutico. Acto de rebeldía que supone ser vivir junto a quienes aprecias y forman parte de tu ser prestando poco caso, o nulo, en tantos episodios que barrenan el sosiego desde la espera y la esperanza alejadas de lo iluso.
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