Opinión

La violencia política que sufre el PSOE

El Partido Socialista registra más de un centenar de agresiones a sus sedes y miembros en los últimos seis meses. Ponferrada, Almendralejo, Marbella, Granada, Pozuelo de Alarcón, Ejea de los Caballeros, Gijón… y por supuesto, Ferraz. Son algunas de las Casas del Pueblo del PSOE que han sido vandalizadas o donde se ha atacado o increpado a compañeros y compañeras socialistas. El listado supera con creces la barrera de los 100 ataques, producidos desde que la extrema derecha, junto con simpatizantes y dirigentes del PP, comenzaron a concentrarse de manera violenta en nuestra sede federal en Madrid.

Los ataques son de diferente gravedad: van desde pintadas con insultos o amenazas hasta el lanzamiento de sangre o heces de animal sobre las fachadas de nuestras sedes, pasando por la pegada de propaganda de franquista. Uno de los ataques más estrambóticos fue el que se produjo hace unas semanas en Almendralejo, donde un simpatizante de extrema derecha empotró una retroexcavadora en la puerta de entrada de la Casa del Pueblo municipal. En la localidad madrileña de Alcalá de Henares, un grupo de violentos intentaron asaltar la sede socialista mientras varios militantes se reunían dentro en asamblea.

En plena oleada de asedios a las sedes socialistas, el secretario general del PSOE en la localidad gaditana de Sanlúcar Barrameda era agredido en plena calle. El pasado viernes, el portavoz socialista en Ponferrada, Olegario Ramón, era atacado a la salida de la sede socialista en el municipio; este mismo lunes, en las inmediaciones de la casa de la secretaria para la UE, Iratxe García, aparecieron pintadas con bombas dibujadas e con insultos machistas.

Especialmente relevante fue también el escrache que la presidenta de Navarra, María Chivite, sufrió en su propia casa o los insultos machistas hacia su persona en el libro de visitas del parlamento navarro, firmados por estudiantes de derecho. Algunos diputados también han sido increpados o agredidos mientras se dirigían al Congreso en Madrid.

Por primera vez, el PSOE ha recopilado en un mapa todos estos ataques (El Socialista Nº 231). En él, queda retratada la violencia política que sufren muchas de nuestras sedes y también muchos de nuestros compañeros.

Estas manifestaciones de odio que expresan sectores de la derecha y de la extrema derecha, vienen precedidas del discurso de odio que, desde que Pedro Sánchez llegó al Gobierno en 2018, los dirigentes del PP y de Vox han ayudado a instalar en las instituciones y en los medios de comunicación. “Traidor, felón, golpista”, acusaciones de dictador, insultos contra su persona o contra su entorno personal y familiar son algunas de las perlas que en los últimos años nos han dejado dirigentes, no solo de Vox, también del PP, en los últimos seis años. No solo no han pedido perdón por algunas de estas salidas de tono, sino que se regodean y las aplauden en redes sociales.

Llamamientos a usar todas las vías contra el Gobierno, acusar al Ejecutivo de ilegitimo día sí y día también o frases como “el que pueda hacer que haga”, pronunciada por Aznar, fomentan estas actitudes. No son Alberto Núñez Feijóo ni los dirigentes del PP los autores materiales de todos estos hechos, pero sí tiene la posibilidad de mandar parar las máquinas del odio y el no reconocimiento del resultado electoral del 23J, fruto de la voluntad popular.

En Melilla no hemos sufrido agresiones físicas, pero sí violencia política. Comentarios fuera de lugar en sede parlamentaria y asedio a nuestras sedes. No llegan a la magnitud de otros territorios del país aunque forma parte del clima de odio implantado por la derecha en la política nacional.

No sabemos si esta forma de hacer política puede llegar a normalizarse y si los aparatos de la derecha están dispuestos a tensionar nuestra democracia hasta el punto de romperla. Lo que si tenemos claro en el PSOE es que el daño está hecho y será difícil volver a una moderación que ayude a superar el estado de crispación política permanente en el que vivimos.

El peligro de los discursos de odio es que quienes lo promueven pueden medir cómo empiezan, pero no se puede saber cuándo y dónde terminan. Por el bien de nuestra convivencia democrática, pedimos a los dirigentes de la derecha que se abstengan de fomentar el odio y que condenen cualquier acto de violencia política. Les pedimos lo que, por un mínimo de coherencia, los demócratas exigimos en todo el territorio nacional: paz y libertad para hacer política sin miedo a sufrir acoso o cualquier forma de fanatismo o vandalismo.

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