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Vigilantes de Serramar tienen que viajar a Cádiz para cobrar atrasos

La empresa que mantiene siete trabajadores en Melilla abona las nóminas con pagarés.

Los vigilantes de seguridad a los que Serramar debe nóminas atrasadas han tenido que hacer las maletas y viajar a Cádiz, donde la compañía tiene su sede, para conseguir cobrar sus sueldos.
Los últimos en hacer el viaje han sido los siete empleados que la empresa mantiene en la ciudad, custodiando las obras del nuevo hospital y de las 66 viviendas de Cabrerizas.
El viaje hasta Cádiz lo hicieron a finales del mes pasado para reclamar las nóminas de mayo, junio y la extra de julio.
Para unos trabajadores que en aquel momento llevaban dos meses sin cobrar, gastar una media de 270 euros en el viaje en barco hasta Málaga, el combustible del coche para hacer el trayecto por autovía y la noche de hotel en Cádiz es un lujo que ninguno podía permitirse.
Sin embargo, esta opción se ha convertido en la única posibilidad que tienen los vigilantes de Serramar de poder cobrar los salarios que les adeuda la empresa para la que trabajan o han trabajado.
Los siete empleados que mantiene Serramar en Melilla son los últimos que han viajado a Cádiz, porque los primeros en abrir la ‘ruta’ fueron los exempleados que la compañía tenía en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, hasta que la empresa renunció al contrato y la multinacional mexicana GSI se hizo cargo del servicio de vigilancia y de los trabajadores.
Pero no ha sido llegar y besar el santo. La empresa abona los atrasos a sus trabajadores con pagarés que, en algún caso, no tenía fondo. Sin embargo, los siete empleados que la empresa mantiene en Melilla sí han tenido suerte... de momento. Hasta ahora han podido cobrar dos de los tres pagarés que les entregaron en Cádiz, pero el futuro sigue siendo incierto.
La empresa no responde a los mensajes de móvil que los trabajadores le envían reclamando sus sueldos y de la nómina de julio, que Serramar debió ingresar el pasado día 5, nadie contesta.
Para estos vigilantes, la lucha por cobrar sus sueldos continúa, ahora con la desventaja de ser ‘los últimos mohicanos’.

El futuro, incierto tras invertir 1.000 € en ser vigilante

Los trabajadores que Serramar tiene en Melilla miran hacia el futuro y lo ven todo negro. Ninguno se explica cómo han podido llegar a esta situación, después de invertir cerca de 1.000 euros en hacer el curso y pasar el examen de vigilante de seguridad.
Ahora tendrían por delante la posibilidad de conseguir trabajo en el centro penitenciario local, que sustituirá la vigilancia policial por la seguridad privada, pero esta opción no pueden planteársela porque tendrían que hacer un nuevo curso de preparación que no es gratis.
Por eso se encomiendan a la recuperación de su empresa. Desde Serramar aseguraron hace unos meses a El Faro que habían llegado a la situación actual porque las empresas para las que trabajan no les pagan. Sin embargo, los siete empleados que la empresa tiene en Melilla han consultado a la UTE que se encarga de la obra de las 66 viviendas de Cabrerizas y ésta asegura que no paga a Serramar porque la empresa no presenta facturas. Desde la compañía de vigilancia niegan la mayor y aseguran que la UTE no paga.

Al borde del desahucio y con hijos a cargo

Detrás de los impagos de la empresa Serramar hay historias desgarradoras. Uno de estos empleados ha relatado a El Faro las estrecheces que atraviesa con varios hijos pequeños a su cargo. Los tres meses que la empresa no le abonó el sueldo, tampoco pudo pagar el alquiler de su casa y estuvo al borde del desahucio. Por eso hizo el viaje a Cádiz. Los 1.500 euros del primer sueldo atrasado que pudo cobrar tras ingresar un pagaré se fueron en el abono de los tres meses de alquiler que debía. Ahora vuelve a estar en la misma situación. Septiembre trae a todos los padres un serio desembolso por ‘la vuelta al cole’ y los vigilantes de Serramar no tienen idea de cómo van a subir esa cuesta. “Cobramos y el dinero desaparece por los intereses y las deudas atrasadas. Sobrevivimos gracias a la ayuda de nuestros padres y hermanos. Pedimos dinero hasta para recargar el teléfono”.

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