La locura del terrorismo yihadista se ha cobrado nuevas víctimas en Francia, tan inocentes como todas las asesinadas con anterioridad o las que han perdido la vida en otros puntos del planeta. Los fallecidos son personas de distintas nacionalidades, creencias religiosas, ideas políticas, edades... Comparten la condición de víctimas. En el otro lado, donde impera la sinrazón, la crueldad, el salvajismo, la falta de piedad... están los asesinos. No cabe hacer ninguna otra distinción porque ése es precisamente el objetivo que buscan los terroristas: Encontrar una grieta en el bloque de quienes defendemos la civilización, los derechos humanos y la libertad de los individuos.
Nuestro país ha sufrido durante décadas la amenaza y los golpes periódicos del terrorismo nacionalista. En ese tiempo, los españoles hemos podido comprobar que cuanto más sólida, fuerte y compacta es la unidad de los demócratas, más débiles son esos asesinos. Si a ello sumamos la colaboración de quienes defendemos los valores democráticos, no hay duda de que la barbarie yihadista acabará siendo derrotada.
No cabe hacer ninguna otra distinción, porque al igual que no hay ninguna ideología política democrática que pueda justificar atentados como el de Niza, tampoco hay una creencia religiosa que ampare una matanza semejante. La tergiversación, el retorcimiento y la perversión de las ideas o los dogmas sólo busca una justificación que es imposible y la división entre quienes defendemos como primer valor la vida. Ayer los representantes políticos y responsables institucionales de nuestra ciudad demostraron que la unidad de los demócratas continúa inquebrantable, tanto como el bloque que forman las distintas entidades y creencias religiosas que coexisten en nuestra ciudad. Ningún acto terrorista debe afectar a esta unidad ni, por su puesto, a la convivencia en nuestra ciudad. Precisamente, la sociedad de Melilla debe servir de ejemplo de respeto y de tolerancia hacia el diferente. Unas diferencias que desaparecen por completo cuando el objetivo es plantar cara a quienes no entienden que la vida y la libertad son valores irrenunciables para cualquier demócrata o, simplemente, para cualquier persona sensata.
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