En el marco de la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1-IX-1939/2-IX-1945), más en concreto, en el teatro del Sudeste Asiático y con motivo del ‘Octogésimo Aniversario’ de los acontecimientos que seguidamente referiré, la Isla de Singapur al Sur de la Península de Malaca, escenario principal de esta narración, con sus 52 kilómetros cuadrados era en 1941 uno de los recintos clave, tanto en lo que atañe al aspecto económico como en lo estratégico para la primera potencia del momento: el Imperio Británico.
Y es que, desunida por Malasia por un brazo de mar, o séase, el Estrecho de Johore y que en algunos espacios no dispone más de 700 metros de ancho, está ensamblada al continente por un dique por el que mismamente franqueaba una carretera, una línea férrea, un oleoducto y varios conductos de agua. Sin lugar a dudas, por dicha vía desembocaban en este enclave y su puerto, dos de los productos más atractivos de Asia para la industria bélica británica: el estaño y el caucho obtenidos de Malasia y que configuraban casi la mitad de la productividad mundial.
Pero, para ofrecer la protección adecuada a la comercialización de estas materias primas e inspeccionar convenientemente el tránsito marítimo entre las inmensidades oceánicas a través de los angostos estrechos de Malaca, Londres había dispuesto de la Isla de Singapur su mayor complejo neurálgico militar, dotándola y proveyéndola de una importante Base Naval, con cuatro aeropuertos y baterías de costa significativas que hipotéticamente la convertían en infranqueable e invencible, hasta el punto, de ser distinguida como la ‘Gibraltar de Oriente’, por su ineludible incrustación geoestratégica y vertebración de un sinfín de intereses.
Con estas connotaciones preliminares, el embate de Malasia entre los años 1941 y 1942, respectivamente, empujó al Imperio Japonés hasta las mismas entrañas de la Colonia de Singapur, y una vez las ‘Fuerzas del Eje’ se reestablecieron de la fulminante campaña sobre la Península de Malaya, los ‘Ejércitos Orientales’ emprendieron la operación militar durante una feroz ofensiva que promovería la mayor hecatombe de la Historia del Imperio Británico.
Inicialmente, hay que empezar planteando que, desde tiempos impertérritos, la Isla de Singapur había estado habitada por malayos y ya, desde la Edad Media, por vendedores y negociantes provenientes de China, siendo incorporada en el siglo XVI por el Sultanato de Johore (1528).
Posteriormente, a pesar de que durante dos siglos conservó una autonomía más o menos persistente, en 1824, se erigió en un Protectorado del Reino Unido bajo el patrocinio de la ‘Compañía de las Indias Orientales’, ‘British East India Company’ y, subsiguientemente, en 1912, en la Base Naval más valiosa de la ‘Marina Real Británica’, ‘Royal Navy’, junto al Canal de Suez en Egipto y Gibraltar en España.
Más adelante, en los preámbulos de la ‘Guerra del Pacífico’ (1942), las circunstancias excepcionales de los aliados en Singapur se precipitaron al abatimiento, tras la efímera ocupación de Japón en la Colonia de Malasia y el desmoronamiento de la ‘Fuerza Z’ con los acorazados ‘HMS Repulse’ y ‘HMS Prince of Wales’ en los avatares de la ‘Batalla del Golfo de Siam’ (10/XII/1941).
“En el Octogésimo Aniversario del desmoronamiento de la primera potencia del momento: el Imperio Británico, la Isla de Singapur quedaría a su suerte”
En vista de estos dos infortunios de índole terrestre y naval, más los desperfectos sostenidos en Singapur por la aviación nipona que produjo cuantiosos siniestros en la metrópoli y desmanteló varios almacenes de combustible, las Fuerzas asediadas de la Commonwealth se previnieron para resistir una cada vez más tocante penetración del Eje, detonando con dinamita el único puente que enlazaba el asentamiento con la Península de Malaca salvando el Estrecho de Johore.
Entretanto, las ‘Fuerzas de la Commonwealth’ estaban integradas por un conglomerado internacional de soldados provenientes del Reino Unido, China, Australia, India, Malasia y la propia Singapur, rebasando propiamente a las del Imperio Japonés en tres a uno; si bien, la amplia mayoría se hallaban desprovistas, desalentadas y prácticamente la mitad no poseían experiencia en el campo de combate. Todo ello, sin contabilizar, que escasamente disponían de dotaciones, abastos, agua y medicinas indispensables, pese a que varias embarcaciones e incluso el destructor estadounidense ‘USS Mount Vermon’ aportaron algunos cargamentos con provisiones.
De esta manera, la totalidad de las ‘Fuerzas de los Aliados’ quedaron subordinadas y supeditadas a la Comandancia del Lejano Oriente, o lo que es lo mismo, la ‘Far Eastern Command’, al frente del General Archibald Percival Wavell (1883-1950), quien siendo un militar acreditado por echar por tierra al ‘Ejército Italiano’ en la ‘Operación Compass’ (8-XII-1940/9-II-1941) sobre Libia y Egipto, se dirigió a la Isla de Singapur para enfilar la defensa junto al Comandante en Jefe del Ejército Británico y del Ejército de la Commonwealth, General Arthur Ernest Percival (1887-1966). Las consignas acogidas por ambos del Primer Ministro del Reino Unido Winston Churchill (1874-1965) eran clarividentes. Literalmente el mandatario le advirtió: “Espero que sea defendido cada palmo de tierra, que todo elemento útil salte en pedazos antes de caer en manos del enemigo y que la idea de rendición no debe, en ningún momento, cruzarse por la mente, a menos que los combates ya se estén desarrollando entre las ruinas de la ciudad”.
Poco más o menos, los contingentes aliados congregaron a 90.000 efectivos, de entre los cuales, 40.000 eran indios, 20.000 británicos, 15.000 australianos, 10.000 malayos, 3.000 singapurenses y 2.000 chinos, provistos de un material aproximativo de 354 cañones y 50 aviones. Y en el lado opuesto, el ‘XXV Ejército Imperial Japonés’ que recientemente había asediado y sometido a la Colonia de Malasia, fue la concentración seleccionada para acometer la Isla de Singapur.
Al frente del mismo se encontraba el General Tomoyuki Yamashita (1885-1946) que, por su eficaz avance sobre la Península de Malaca se quedó con el apelativo de ‘Tigre de Malasia’, trazando una maniobra consistente en atenuar el litoral septentrional con fuegos de artillería y aviación, para consecutivamente atravesar el Estrecho de Johore y descender en el costado inverso con la 5ª y 18º ‘División de Infantería’, ambas satisfechas con mineros de la Isla de Kyūshū y veteranos de la ‘Segunda Guerra Sino-Japonesa’; además, de la ‘División de Guardias Imperiales’ y el ‘Ejército Nacional Indio’, acomodado por veinte comandos hindús que ocasionarían destrozos en la retaguardia a cambio del ofrecimiento de una India Libre. Sin soslayarse, que las entidades operarían con el respaldo de la 3ª ‘División Aérea Japonesa’. Asimismo, a diferencia de las agrupaciones aliadas, este Eje agrupó a 35.000 soldados, 400 cañones y 500 aviones.
En los primeros destellos de 1942, la aviación de la 3ª ‘División Aérea’ bombardeó con rigor el territorio de Singapur, lanzando todo tipo de artefactos desde bombas incendiarias, convencionales, antipersona y algunas acentuadas con azufre que, irremediablemente, explosionaron en el casco urbano y la periferia de la localidad, aniquilando diariamente según las fuentes oficiales, de ciento cincuenta a doscientos civiles. Paralelamente, la aviación arrojó millares de folletos solicitando a los residentes a amotinarse contra los ingleses, al tiempo, que no cejaban en su empeño de hostigar los aeródromos de la ‘Fuerza Aérea Real Británica’, diezmando diversos artificios en tierra, lo que obligó la retirada de los últimos ocho cazas ‘Hawker Hurricane’ en rumbo a la India.
Por otra parte, desde el otro sector del Estrecho de Johore, la punta de lanza más austral de Malasia, las ‘Fuerzas del Imperio Japonés’ dispusieron decenas de piezas de artillería con las que fuertemente sacudieron la ribera más septentrional de Singapur, destruyendo algunos de los reductos de la Commonwealth e incinerando un almacén de gasolina que desató una imponente cortina de humo negro envolviendo al conjunto poblacional.
Conforme se desenvolvían los sucesos, los ingleses deduciendo que la incursión era inminente, no titubearon a la hora de verter al agua 25 millones de litros de bebidas alcohólicas y licores, al objeto que no quedasen a merced de sus contrincantes, cuyo líquido al fusionarse con el petróleo inflamado emitía una emanación inaguantable para los dos bandos que se emplazaban en cada posición del Canal.
Ya, a las 23:00 horas del 6/II/1942, el General Tomoyuki Yamashita requirió un conclave de su Estado Mayor para examinar las últimas pormenorizaciones del asalto apremiante sobre Singapur. Al cabo de unas treguas, en la alborada de la mañana siguiente, un grupo de comandos del ‘Ejército Nacional Indio’ superaron en barcas el Estrecho de Johore y descendieron en las playas del Islote de Ubin.
A renglón seguido el exiguo destacamento británico retrocedió, mientras algunos japoneses ponían pie en tierra para acoplarse a los indios libres, quienes con relativa claridad acorralaron a los ingleses y tomaron el Islote.
A raíz de aquel acaecimiento, el General Arthur Ernest Percival incidió en la equivocación de sopesar erróneamente que los orientales acometerían por la demarcación del puente derribado en el Canal de Johore, por lo que la coyuntura del día 8 hizo desplazar a la 18º ‘División de Infantería Británica’ a esta situación, cuando verdaderamente la acometida llegaría más al Oeste.
En el ocaso de la jornada anterior, las piezas de artillería del ‘XXV Ejército Imperial Japonés’ castigaron vehementemente la bahía Norte de Singapur, soterrando fortificaciones y amortiguando cañones enemigos que difícilmente pudieron replicar con soltura, al realizar tímidos disparos de contrabatería. A la postre, a las 22:30 horas, un centinela de vigilancia perteneciente a la 8ª ‘División de Infantería Australiana’ divisó a unos pontones completos de tropas cruzando el borde occidental del Canal de Johore, por lo que instantáneamente se tiraron bengalas y se dio por entablada una andanada de balas y proyectiles sobre los intrusos.
"Hoy por hoy, Gran Bretaña atesora la fuerza de gravedad sobre catorce espacios al margen de las Islas Británicas, que se rebautizaron en 2002 como Territorios Británicos de Ultramar"
Aunque las salvas artilleras desacertaron en los objetivos, las ametralladoras acribillaron a decenas de soldados japoneses que perecieron estrepitosamente en las aguas que aislaban el brazo de mar del continente, contrarrestando por el momento la primera oleada y resistiendo a la segunda.
Al tener los defensores las municiones restringidas, éstas terminaron por consumirse en la aurora del día 9, intervalo del que se sirvieron los asaltantes para abordar con un tercer enjambre de hombres, que en esta oportunidad lograron apear a sus pelotones en la Playa de Sarimbun.
Hay que tener en cuenta que las tropas australianas quedaron en los mínimos en relación a su cuantificación, mayormente porque los integrantes de la 18º ‘División de Infantería Británica’ habían sido disuadidos al puente demolido, siendo enseguida contenidos y aislados en sus puestos y definitivamente arrasados.
En idéntica tesitura, de nada valdría la reacción ejecutada por 155 guerrilleros de la ‘Fuerza Voluntaria Singapuresa’ y del ‘Ejército Voluntario Chino Anti-Japonés’ de Ultramar sobre la contigua Kranji, en el Noroeste de Singapur, porque los nipones repelieron a los chinos y singapurenses, produciéndoles innumerables bajas. Gracias a esta consecución, los japoneses alojaron al Oeste a la casi integridad de las unidades concernientes a la 5ª y 18º ‘Divisiones de Infantería’.
En un abrir y cerrar de ojos, el asombro de los Generales Archibald Wavell y Arthur Percival quedó manifiesto, nada más tener conocimiento que los japoneses habían desembarcado y apostado al Oeste de Singapur.
De hecho, no hubo tiempo de armar una defensa capaz y organizada porque los contendientes siempre marcharon por delante, arrebatándoles de improviso el Aeródromo de Tangah, donde apresaron infraestructuras, al igual que los cobertizos de los pilotos y varios aviones británicos estacionados sobre la pista en condiciones de sobrevolar y así amplificar las filas niponas.
Con orden y sin pausa, los soldados de la 5ª y 18º ‘División de Infantería’ abordaron inesperadamente las Crestas de Bukit Timah, emplazadas a tres kilómetros de la metrópoli, en cuyas cumbres y declives se libró un duelo contra las tropas británicas que, por aquel entonces, se atinaban mal posicionadas en sus revestimientos y con las protecciones sin concluir.
Acto seguido de la contienda que se alargó hasta los primeros centelleos del día 10, esta se consumó con el embolsamiento y total devastación del ‘Batallón de Infantería Escocés’, ‘Argyll and Southerland Highlanders’, para que finalmente los nipones dominaran las Crestas de Bukit Timah.
Con las elevaciones controladas, los japoneses alinearon un buen número de piezas de artillería en las que no pararon de batir la ciudad de Singapur, desencadenando un virulento cañoneo que junto a las incursiones de la aviación remataron a millares de ciudadanos sobre el adoquinado urbano, o en el interior de sus viviendas, sumergiendo a centenares de edificaciones y demoliendo el centro y los aledaños de la urbe.
Ante el tenebroso horizonte que se cernía, el General Archibald Wavell abandonó el territorio para refugiarse en la India, no sin antes dar la orden al General Arthur Percival de combatir hasta el último soplo.
En las horas subsiguientes, partió del puerto de Singapur el primer barco de evacuación, específicamente el carguero ‘SS Empire Star’, en cuyas bodegas trasladaba a 2.500 refugiados y a un equipo de asistentas occidentales que pudo poner a salvo en la Isla de Sumatra.
A tenor de lo expuesto, el contexto era más que desalentador para los aliados, porque después de una sucesión de acciones malogradas fueron perdiendo fuelle en varios lugares emblemáticos, entre ellos, la ostentosa esfera costera de Orchad Road, dejando íntegramente incomunicada por tierra la ciudad de Singapur sobre un contorno de unos 50 kilómetros.
Como en los primeros compases de la ‘Guerra del Pacífico’, la Colonia de Singapur se había convertido en abrigo y resguardo para miles de chinos que escaparon de la ‘Segunda Guerra Sino-Japonesa’ (7-VII-1937/9-VIII-1945), así un grupo de seguidores nacionalistas del ‘Kuomintang’ o ‘KMT’ y otros del ‘Partido Comunista Chino’, se enrolaron como auxiliares y en algunos momentos lucharon como fusileros en el ‘Ejército Voluntario Chino Anti-Japonés’ de Ultramar y, en otros, como componentes de la denominada ‘Dalforce’ o ‘Fuerza Armada’, una unidad guerrillera o fuerzas irregulares dentro de la ‘Fuerza de Voluntarios de los Asentamientos’ del Estrecho Británico y en la que análogamente había nativos singapurenses.
Estas milicias llegaron a reunir a dos millares de aspirantes pretendientes entre los que se comprometieron venidos de la clase obrera hasta estudiantes, religiosos budistas e incluso mujeres.
A renglón seguido hay que remitirse a la jornada del 13 de febrero, fecha en que se vivieron horas de desconcierto y espanto, porque miles de soldados y civiles se amontonaban en los muelles aguardando su acceso a alguna de las embarcaciones preparadas. Toda vez, que aquello no era motivo de supervivencia, al estar al tanto que la columna conformada por los cargueros chino ‘SS Tien Kwang’ y británico ‘SS Kuala’ que transbordaban a individuos que huían del conflicto y la persecución, habían sido embestidos por aviones japoneses a la altura del Islote de Pom Pom, resultando hundidas ambas flotas con 750 pasajeros, entre ellos, mujeres y niños.
Tan sólo hubieron de transcurrir veinticuatro horas del anterior trágico episodio, cuando otros aparatos arrasaron y sumieron en las profundidades de las aguas a los cargueros ‘SS Vyner Brooke’ y ‘SS Tanjong Penang’.
Desde este mismo instante el paisaje nebuloso en Singapur pasó a ser de consternación para las Fuerzas acorraladas de la Commonwealth, doblegadas a todas luces por los ataques incesantes de la artillería y aviación.
Para ser más preciso en lo fundamentado, las granadas de los cañones desbocados echaron por tierra los depósitos acuíferos y la red hidráulica, dejando tanto al destacamento como al emporio sin reservas de agua dulce.
Paulatinamente, con el cataclismo en pleno apogeo, por doquier, comenzó a desatarse todo tipo de desbarajustes y desorganización, porque quienes allí permanecían subsistían entre diversas enfermedades infecciosas extendidas por los alrededores, iniciándose el desvalijamiento impulsivo de establecimientos y comercios. Mientras, las tropas británicas, indias y malayas, en vez de reprimir los saqueamientos, abandonaron en masa sus deberes y se añadieron a las revueltas, al tiempo que algunos ingleses perdieron sus facultades intelectuales al drogarse con opio sustraído de los locales, embriagándose en tabernas desatendidas y practicando sexo desenfrenado con mujeres asiáticas en medio de las callejuelas.
Ni que decir tiene, que el desierto de poder y la falta de autoridad en Singapur sobrepasaron lo habido y por haber: ahora, miles de habitantes jadeantes y extenuados del colonialismo occidental arremetieron contra las pertenencias de los británicos, desplumando dinero, joyas y otros efectos de valor. Igualmente, se ocasionaron crímenes para finiquitar disputas personales y cuentas pendientes.
La victoria incontrastable de Japón hilvanó una de las actuaciones más flamantes del ‘Imperio del Sol Naciente’, apropiándose del Estrecho de Malaca que enlazaba el Océano Índico y Pacífico, así como la Base Naval más trascendente del Reino Unido en Asia. Incluso, entre los cautivos de la Commonwealth, casi 80.000 hindús de tendencias independentistas se sumaron entusiasmados a la causa del Eje, consolidándose el proyecto del ‘Ejército Nacional Indio’. Una vez los nipones invadieron la Isla de Singapur, esta se incrustó en un punto cardinal de modulación en la historia de varios países, pasando a denominarse ‘Syonan’, que representa la ‘Luz de la Isla Sur’ y se encuadró en la ‘Esfera de Co-Propiedad del Gran Este’ del continente asiático.
Consecuentemente, la ‘Batalla de Singapur’ (7-II-1942/15-II-1942) y los descalabros persistentes cometidos por el Reino Unido entre la última etapa de 1941 y la mitad de 1942, con las que fue desahuciado por el Estado del Japón de sus influencias coloniales de Hong Kong, Malasia, Birmania, Borneo, Islas Salomón, Nueva Bretaña e Islas Gilbert, además de las fuerzas ítalo-germanas del ‘Deutsches Afrikakorps’ de la mitad de Egipto, y del insospechado desarbolamiento del grueso de la ‘Marina Real Británica’ en múltiples colisiones sobre el Mar Mediterráneo y los Océanos Pacífico e Índico, acarrearon el principio del fin del Imperio Británico.
El matiz más evidente recayó en que esta potencia dejó de serlo y pasó a ostentar un papel meramente circunstancial dentro de la camarilla de los socios muy por debajo de Estados Unidos y la Unión Soviética, sin apenas protagonismo político ni pulmón militar, por lo que, al finalizar la ‘Segunda Guerra Mundial’ se cimentó en una especie de fracasados en el tablero de los triunfadores, implicando el raudo desvanecimiento y resuelto desplome del vigoroso y hercúleo señorío que hasta entonces exhibía.
Hoy por hoy, Gran Bretaña atesora la fuerza de gravedad sobre catorce espacios al margen de las Islas Británicas, que se rebautizaron en 2002 como ‘Territorios Británicos de Ultramar’. Ciertamente, algunos están despoblados, exceptuando el equipo científico o militar que pudiese encontrarse, el resto son independientes y encomiendan la defensa y diplomacia en el Reino Unido.
En conclusión, la Administración Británica ha declarado su voluntad de asistir a cualquier zona de Ultramar que desee adquirir la autonomía. Esta soberanía se litiga esporádicamente: así, Gibraltar es interpelado por España, las Islas Sandwich del Sur, Georgia del Sur y las Islas Malvinas por Argentina y el ‘Territorio Británico del Océano Índico’ por la República de Mauricio y la República de Seychelles. Por último, el ‘Territorio Antártico Británico’ es demandado tanto por Chile como Argentina; amén, que algunas naciones no tantean ningún reclamo territorial sobre la Antártida.
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