Tengo sobre la mesa varios títulos del poeta, crítico literario y Doctor en Ciencias Políticas y Sociología (UCM), Manuel Quiroga Clérigo; de entre ellos selecciono, sostengo en mis manos ‘Versos de amanecer y acabamiento’ (1998), su título me ayuda y predispone a escribir sobre el poeta-amigo. Para acercarme más a él, a su esencia de hombre bueno e inquieto –fue un constante viajero–. Me paseo por sus páginas y me detengo en el primer poema cuyo título llama la atención en estas circunstancias, ‘Y creó Dios al hombre (A mí también)’. Penetro en sus versos para intentar rescatarlo a este mundo que nos rodea y marca nuestro destino, para establecer una cercanía, esa unión que la amistad necesita para seguir enlazando los nombres. Leo:
“Nací, sin más, una mañana, como tormenta no prevista, como pájaro en abandonado nido, como sol en siniestro y sucio cielo… Quise ser formado de semillas de flores o de polen vigoroso, y me formé, únicamente, de deseos rotos, de orilladas tristezas, de supremas soledades… Habría querido nacer en un manantial o entre los trigos, y nací cerca del verano, cerca de la escasez de panes, con el secarse de las aguas. Supe del sabor de las lágrimas y del agua salina, resbalando hasta mis labios, enseguida al tiempo que me ponían un nombre, quizás para distinguirme del viento, del sol, de la lluvia o del mar. Comencé a ver cielos cerrados en unas paredes grises y a captar risas cansadas por agobios soberanos. Fui buscando poco a poco mi diferencia con los demás seres, y descubrí mi mente inquieta frente a la larga quietud de las tardes de agosto, mi cabello rubio junto a la tierra fea en que podía jugar, mi soledad de fuente en el murmullo abierto de otras alegrías. Pensé que algo faltaba en mi breve organismo, que tal vez fuera una estrella junto a mi corazón o tal vez un afecto en mi vivir dormido. Me miraba en el cielo y en los espejos rotos; no comprendía del todo porque yo estaba en el suelo. Y crecí sin desear crecer, y comprendí porque deseaba comprender, y amé porque tenía un corazón y lloré porque algo se rompió. Hoy solo sé que nací, sin más, una mañana, que no fui flor ni trigo sino hombre y dolor”.
Es sin duda un hermoso poema, un retrato de Manuel. En estos versos ya aparecen sus musas, constantes en toda su obra: tormenta, pájaros, sol, cielo, flores, manantial, trigos, aguas, viento, murmullo, lluvia, tardes…
Vuelvo al título ‘Versos de amanecer y acabamiento’. Amanecer celestial en el que te encuentras desde ese fatídico 7 de este junio que se acaba, de esta primavera 2020 que se llevó tus tantas primaveras de flores, aves, bosques, jardines y trenes, disfrutadas en distintos países, cuando tus pies fueron incansables por descubrir más mundos. Tus versos de acabamiento que ahora, ya en incipiente verano (triste verano para muchos de nosotros) nos hacen pensar que no tendremos nuevos versos tuyos para, guiados por ellos, nos permitan viajar por los octubres de tu vida en tus trenes de ensueño. Todo se acaba algún día, como tu presencia, como tu vida, como tu amistad fielmente guardada y conservada a través de la eficacia de la tecnología.
Fuimos amigos, primero, en frecuentes cartas que se deslizaron por buzones siempre ilusionados esperando noticias, aquel correo hizo posible el intercambio de nuestras obras, aunque fuese más lento; luego internet acortó la distancia entre Madrid y Melilla y nos hizo cercanos. Siempre estuvo presente el deseo de ese abrazo físico, personal y cálido. Lo preparamos todo para que así ocurriera aquel marzo de 2007 cuando llegarías a Melilla, mi residencia, para presidir el Jurado del VI Premio Internacional de Relato Corto ‘Encarna León’. Todo era alegría por ese primer encuentro que nos regalaba la Literatura. No pudo ser, tú llegabas a la ciudad y yo me iba por cuestiones familiares urgentes. Seguimos como siempre, teléfono y ordenador, dándonos una nueva posibilidad para el encuentro; hablamos de ello durante esta difícil pandemia, casi teníamos una fecha posible. No te llevó, inesperadamente, el dichoso virus, sino ese corazón con el que amaste a los tuyos y a la naturaleza.
Manuel Quiroga siempre estuvo muy relacionado con Melilla. Durante muchos años fue colaborador del diario Melilla Hoy, publicó sus artículos de crítica literaria, reseñas de libros, opiniones en sus páginas. Últimamente ha sido El Faro quien venía publicando sus trabajos de manera asidua y puntual, por ello estaba contento y agradecido. Así me lo comunicó hace unos días. No sé cuáles y cuántos han sido los seguidores aquí en Melilla, del poeta-amigo, pero en muchas partes del mundo, en España y especialmente en Madrid ha dejado un gran vacío, principalmente en ACE (Asociación Colegial de Escritores) donde desempeñó un buen y extenso trabajo desde su directiva, a la que pertenecía.
Querido Manuel, que tus versos sigan fluyendo ahí, arriba, y los dejes caer vivos y sentidos sobre la tierra que pisamos. Descansa eternamente.
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