Han pasado 20 años, pero la familia González Alba aún tiene el corazón roto. El 17 de noviembre de 1997 una riada provocada por la rotura de los depósitos de agua que hay encima de Averroes acabó con la vida de Sonia, embarazada de ocho meses, y de su hija de un año y de su hijo de cinco. El paso del tiempo no facilitado olvidar esa tragedia ni ha podido curar las heridas. Tampoco ayuda que los depósitos de agua sigan en el mismo sitio. Verónica González, una de las hermanas de Sonia, afirma que ese edificio está presente todos los días en su rutina. Cuando coge la COA con su madre o cuando sale a la calle, porque ellos siguen viviendo en el barrio, siente cómo esa enorme mole de cemento les mira desafiante desde lo alto. “Ver los depósitos a diario nos recuerda la agonía de ese día, la tragedia que vivimos y no los recuerdos buenos que tenemos de nuestra familia”, aseguró. Por ello, pide a “gritos” que echen abajo ese inmueble.
Hace 20 años el sol brillaba con tanta fuerza como si fuera verano. Verónica estaba con uno de sus hermanos en la Comisaría de la Policía, le iban a hacer el DNI a uno de sus sobrinos. Estaba dentro del coche y escuchó como varias personas gritaban: “¡Agua, agua!”. Salió del vehículo y entró en la Comisaría. No entendía nada. La gente gritaba que el río traía mucha agua. Pero hacía días que no llovía y el cauce estaba seco.
Una vez en casa de su hermano, comenzaron a llegar las primeras noticias y escuchó que una tubería se había roto y que hubo una riada en el centro de la ciudad.
Verónica pensó en su madre. Es lotera desde hace muchos años y siempre anda por el centro para vender La Caridad. Aquel día se encontraba en General Margallo y no sufrió daño alguno.
Horas de angustia
Pero su hermana Sonia no aparecía por ningún lado. Fueron a buscarla al centro de salud y no estaba. Ese día tenía médico con los niños y, por eso, no fueron al colegio. Miraron en todas partes.
Verónica fue con sus hermanos hasta la casa. Recordó que un voluntario de Cruz Roja le impidió entrar. “Me dijo que a dónde iba, que llevaba pantalones de pinzas y me iba a ensuciar de barro. Le aseguré que eso no me importaba, que se tiraban a la lavadora, que necesitaba llegar a casa para saber si mi hermana y mis sobrinos estaban dentro”.
Su hogar estaba destrozada, explicó. Todo estaba lleno de barro. A los pocos minutos de estar dentro, los Bomberos les desalojaron porque la estructura comenzó a crujir y temían que se cayera.
Verónica indicó que recorrieron la calle y buscaron en el río. La desesperación se apoderaba de ellos. Fueron horas de agonía.
Sobre las 20:00 horas alguien les avisó de que habían localizado a una mujer y dos niños fallecidos. Los testigos aseguraron a la familia González que Sonia había aparecido con la niña de un año en brazos y con su otro hijo de la mano. Murieron juntos.
Desde entonces esta melillense no puede ver las noticias. Se identifica con todas las víctimas de terremotos u otras catástrofes.
Los depósitos: un tabú
El paso del tiempo no ha cerrado la herida. Para Verónica es muy difícil hablar de ese día y de los recuerdos que tiene. Su familia sufrió mucho. De hecho, el tema de la riada es tabú para ella. No habla ni con sus hermanos ni con su madre ni con otros vecinos del tema.
Pero la pérdida de su hermana y sus sobrinos la ha llevado a apreciar más la vida, a no darle importancia a las cosas materiales.
Su casa quedó destrozada, como la de muchos otros vecinos. Sin embargo, no le da importancia. Ese día se perdieron once vidas. Unos 25 millones de litros de agua destrozaron a muchas familias.
No obstante, el paso de los años también le ha dado otra visión de lo ocurrido. Si los depósitos hubieran estallado por la noche, las 32 familias que vivían en las casas de Averroes hubieran perecido bajo los lodos. Cree que se puede sentir afortunada.
Los vecinos de esta barriada eran como una gran familia. Dejaban sus puertas abiertas sin problemas. Si el agua hubiera entrado de noche en sus hogares, hubieran muerto casi todos. Así lo cree.
“¿Es un monumento?”
Lo que no entiende es por qué no han echado abajo los depósitos de agua. No lo comprende. “¿Acaso es un monumento? ¿Qué significa ese edificio ahí? A nosotros nos deja sin palabras”, aseveró.
Verónica comentó que cuando coge la COA con su madre o su hija pequeña, el autobús pasa junto a los depósitos. Cuando sale de la casa, puesto que vive en Averroes, sabe que a su derecha está esa estructura. “¿Qué significa esas cuatro paredes rotas?”, se pregunta.
El día del terremoto, el que hubo el 25 de enero de 2016, deseó que se hubiera caído abajo. Pero no fue así. Está intacto.
Esta melillense lo único que pide es que destruyan los depósitos. “Si quitaran ese edificio nos devolverían la sonrisa. Seríamos la familia más feliz del mundo”. Explicó que esa estructura sólo les recuerda el día de la riada, no los buenos momentos que vivieron con su hermana Sonia y sus dos pequeños. No hay nada positivo relacionado con los depósitos.
Aseguró que algunas veces pensó en alquilar una grúa y destruir este edificio. Pero su familia es humilde y no tiene recursos para ello.
Le da igual lo que hagan con los terrenos, desde un campo de fútbol a viviendas o un centro cultural para jóvenes. No le importa lo más mínimo. Sólo ruega y pide “a gritos” que destruyan los depósitos de agua.
Subrayó que no puede solicitar nada más. Recordó que Melilla entera se volcó con su familia, desde ciudadanos anónimos a los políticos y el Gobierno local. Incluso apuntó que hay gente que aún deja flores en la tumba de su hermana y sobrinos.
“No podemos pedir nada, excepto que derriben los depósitos. Aunque sólo sea por mi madre, que tiene 82 años”.
Por otro lado, Verónica aseguró que cualquiera puede acceder a los depósitos. Indicó que es un peligro para los niños que suben a esta zona para fumar y también para menores extranjeros que lo utilizan de refugio. Un factor más para echarlos abajo.
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