Categorías: Opinión

Velázquez y las reacciones del PP

Ignacio Velázquez sigue teniendo la facultad de activar una reacción furibunda en el Partido Popular. Resulta comprensible si se tiene en cuenta que su opción política parte de la confrontación directa con el Gobierno Imbroda y el renovado PP local, en la misma medida que han podido ejercerla PSOE o CpM. No obstante, resulta una estrategia pésima para los populares, que con tan excesivas reacciones ya consiguieron, durante la pasada campaña electoral, cuando menos alinear en torno al mismo Velázquez a un grupo de enfebrecidos seguidores que, en común, tenían más su reacción a la contra que un ideario a compartir ideológicamente. De otro modo no resultaría explicable que desde unos postulados más a la derecha que el actual PP de Imbroda o Rajoy, Velázquez lograra ilusionar y hasta concitar en su rededor a personas abiertamente declaradas de izquierdas o abiertos votantes del Partido Socialista si no fuera por sus divergencias con Dionisio Muñoz.
El mismo Liarte Parres fue un declarado detractor de Velázquez en la etapa en que el líder del nuevo PPL ejercía de presidente de la Ciudad. Aún así, su caso, me refiero al de Liarte -alto funcionario que no requiere de la política para mejorar su situación personal sino que, por el contrario, la pone gravemente en riesgo-, lo convierte en paradigma de la evolución del hombre y su pensamiento, frente a los temores inveterados al cambio que, al margen de servirnos de instinto primario en pro de la supervivencia, son capaces de obrar como un auténtico lastre para el hombre moderno y civilizado.
Digo lo anterior porque ando leyendo, a trancas y barrancas, 'El Poder de la Mente' de Eduardo Punset: un acérrimo defensor de la  evolución del hombre, frente a un cerebro tan acomodado y reacio a los cambios como el hombre mismo al que la mente domina.
No pretendo por tanto echar en cara al diputado local del PPL que haya cambiado su opinión frente a Velázquez. Su caso, como el de tantos otros, demuestra que no hay quien resista el uso torticero de las hemerotecas, en este caso su propio blog personal. Al fin y al cabo, sus críticas se circunscribían a situaciones determinadas y obedecían a análisis coyunturales a partir de circunstancias concretas con las que Liarte difería abierta y frontalmente.
Sin embargo, me cuesta mucho entender cómo Miguel Marín puede llegar tan lejos contra quien le introdujo en la política y le hizo de valedor en sus inicios en la vida pública melillense. Que a estas alturas le acuse de despilfarrador y de pésimo gestor no es que me descoloque; me hace pensar que Marín, en lugar de alinearse con el PP como hizo en tiempos de Velázquez, tendría que haber firmado aquella moción de censura que subvirtió la decisión mayoritaria y democrática de los melillenses, en beneficio de que un tránsfuga ocupara la Presidencia de la Ciudad y se creara un Gobierno de reinos de taifas, donde cada partido gestionó su parcela a su antojo y según conviniese a sus intereses partidistas.
Los firmantes de aquella moción de censura la basaban, especialmente, en el derroche que, según ellos, Velázquez venía realizando de las arcas públicas. Lo cierto -y en esto como Punset asumo que la memoria no es más que una recreación parcial y subjetiva de como cada cual vive la realidad- es que los actores de la defenestración de Velázquez aprovecharon la debilidad de los traidores y la escasa visión del entonces presidente de la Ciudad para cohesionar un grupo político que ni quiso ni fue capaz de preservar.
A estas alturas ya de un nuevo milenio, cuando la farragosa y conflictiva etapa que vivimos en el segundo lustro de los años 90 ya está tan lejos, hacer del discurso político una recreación del pasado, es tan dañino como absurdo o incluso arriesgado para quien es capaz de llevarlo a efecto. Las críticas contra Velázquez deben partir de su actuación en esta su nueva etapa en la política local, desafortunadamente marcada por un intento vano de participar en unas elecciones.
Como ya he escrito en otras ocasiones, no puedo saber si Velázquez tenía o no conocimiento de la vigencia de su condena, pero lo que sí sé es que su inteligencia le exigía cotejar si la misma estaba en curso, tal cual hicieron sus oponentes con el  objetivo, finalmente conseguido, de impedirle lo que la jurisdicción vigente ya hacía del todo imposible.
En mi opinión, Velázquez fue el alcalde-presidente de Melilla mejor dotado para ejercer el puesto, salvo por su gusto excesivo por la 'conspiración' contra el adversario y su inclinación final por aplastar al oponente, dando muy poca chance a los contrincantes y atormentándolos hasta la extenuación siempre que fuera posible.
Ahora, parece que quieren aplicarle su propia medicina, lo que siendo humano no es admisible política y democráticamente. Pero en la vida, no somos perfectos, nuestros políticos tampoco y el PPL, con su saña, descalificaciones personales y su nulo respeto a quienes no le hacían el coro, se ha ganado tantas antipatías como motivos para que las relaciones políticas con este nuevo partido tarden mucho en normalizarse.

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