En la avenida General Astilleros los comerciantes ocupan zonas comunes de edificios.
Los vecinos de la frontera de Beni Enzar están hartos de soportar la inmundicia que rodea sus casas. En la avenida General Astilleros los vendedores sin licencia abandonan su basura en las zonas comunes de los edificios y en mitad de la acera. “Se ponen abajo y dejan la fruta podrida, las cáscaras y los huesos en el suelo”, comenta a El Faro Lorena Girón, una de las afectadas. Pero los puestos ilegales de manzanas o melocotones no son el único quebradero de cabeza de los residentes en General Astilleros. “En cuanto abren los comercios, los porteadores se quedan abajo y lo mismo hay peleas y botellazos, que borracheras”, añade la vecina a este periódico. El tramo que se ubica entre la gasolinera y la frontera es el punto neurálgico de la dejadez. En 2012 la Ciudad destinó a esa zona 1,2 millones de euros para construir un jardín que adecentara las inmediaciones de la frontera. Cuatro años después los bancos del parque se llenan de borrachos, que hacen sus necesidades líquidas y sólidas a la intemperie, entre los coches, y arreglan sus diferencias con los porteadores a botellazos. “¿Es que nadie va a hacer nada”?, se pregunta Lorena Girón en el grupo de Facebook ‘Opinión popular de Melilla’. Los vecinos de General Astilleros han llegado a manifestarse y a recoger firmas en otras ocasiones para protestar por lo que va camino de convertirse en un problema crónico. Su objetivo es conseguir que los políticos tomen cartas en el asunto. Echan de menos a la Policía Por allí, aseguran los vecinos, se echa de menos a la Policía Local y a las autoridades sanitarias. “Hace un calor espantoso y no podemos abrir las ventanas por el olor a orina y las moscas”, añade Lorena. José, otro vecino de la zona, reconoce que desde la Ciudad han arreglado los jardines de los alrededores de la frontera, pero no duran ni dos días. “Los destrozan cada dos por tres”, dice. Además, insiste, a los problemas de salubridad que existen en la avenida General Astilleros se suma la contaminación acústica. “Las colas con los pitidos de los coches no nos dejan vivir. Con lo tranquilo que se vivía aquí hace unos años. Los vecinos ya no sabemos qué hacer”, lamenta.