Los profesionales que se encargan de la educación de los niños no sólo desarrollan su trabajo como maestros responsables de inculcar conocimientos a sus alumnos. También son referentes para los pequeños, que ven en ellos ejemplos de cómo encarar situaciones de la, a veces, dura realidad. Muchos de estos niños, además de la influencia de sus padres y familiares, tienen la suerte de convivir con maestros que no sólo enseñan matemáticas, lengua o conocimiento del medio. Las aulas también son el escenario donde estos profesionales de la enseñanza les muestran que ante determinadas situaciones no es posible permanecer impasibles, especialmente cuando las ‘víctimas’ son otros niños, compañeros suyos en cuyos hogares la crisis económica está haciendo estragos. Desde hace tiempo, varios docentes de diferentes colegios de Melilla acuden a diario a las aulas con galletas, zumos e incluso con ropa para sus alumnos más perjudicados por los efectos de la recesión.
Hasta ahí la parte positiva de solidaridad y compromiso que se puede extraer de una historia dramática. El resto es para llevarse las manos a la cabeza. Que haya niños en colegios españoles que acudan a las aulas sin desayunar y que su rendimiento académico se esté viendo afectado porque pasan hambre es una realidad que hace sólo unos años no tendría credibilidad ni siquiera como ejercicio de ciencia ficción. Tampoco resulta demasiado creíble que estos hechos se estén produciendo entre nosotros sin que los responsables de la enseñanza pública locales o nacionales tomen urgentemente cartas en el asunto. Hoy no hay ningún problema más importante que éste sobre la mesa del despacho del director provincial de Educación. Emplear el tiempo en otro asunto que no sea poner fin de inmediato a las graves deficiencias alimenticias de estos alumnos sería un mal ejemplo para los niños a los que los adultos debemos servir de modelo.