El pasado martes, 9 de mayo, Día de la Unión Europea, se conmemoraba el 73 aniversario de la conocida como la “Declaración Schuman”, formulada por Robert Schuman, ministro de Asuntos Exteriores francés, cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, con la finalidad de sentar las bases de un nuevo marco de convivencia entre las naciones europeas. Proponía dicha declaración constituir, en principio, una comunidad de producción conjunta de carbón y de acero entre seis países (Francia, Alemania Occidental, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo), que por ello se denominó Comunidad Económica del Carbón y del Acero, (CECA). Ello sirvió de embrión para la creación del proyecto compartido que hoy conocemos como Unión Europea.
Ese mismo día, el pasado martes, se producía la visita al Congreso de los Diputados, concretamente a la Comisión Mixta Congreso-Senado para la Unión Europea, de una delegación del Parlamento rumano, que venía a intercambiar puntos de vista sobre las prioridades de nuestra nación durante el ejercicio de la Presidencia de turno del Consejo Europeo, que nuestro país ostentará durante el segundo semestre de este año.
Durante el intercambio de pareceres entre ambas delegaciones, dos de los parlamentarios españoles, representantes de opciones independentistas en nuestro país, trataron de obtener alguna manifestación favorable de los visitantes hacia sus planteamientos nacionalistas, aprovechando la existencia de un caso de nacionalismo húngaro en la región de la Transilvania rumana. La respuesta del presidente de la Comisión de Asuntos Europeos rumana, el socialdemócrata Vasile Dîncu, fue contundente. El artículo 1 de la Constitución rumana contempla a la totalidad del pueblo rumano, independientemente de su origen, como titular de la indisoluble unidad de la soberanía rumana, afirmando que, en Rumanía, a pesar de no existir ningún criterio federal ni autonómico, las minorías estaban absolutamente integradas en el sentir nacional.
En su alocución, además, elogió la figura del europeísta filósofo español José Ortega y Gasset, a quien atribuyó la paternidad conceptual del actual lema de la Unión Europea: “Unida en la diversidad”.
En realidad, el lema se adoptó en mayo de 2000, mediante un concurso que contó con la participación de 80.000 estudiantes de los 15 países que entonces formaban parte de la Unión Europea, pero es cierto que el filósofo español sí que se posicionó durante su vida a favor de la identificación de Europa como un proyecto compartido, inicialmente para aproximar a España a los procesos de modernización existentes más allá de nuestras fronteras y finalmente para incorporar a España al proceso de construcción del citado proyecto compartido, a la cual, según el filósofo, nuestra nación tenía muchas cosas que aportar.
Lo cierto es que el citado lema, pone, adecuadamente, en valor, el proceso a través del cual los europeos nos hemos venido uniendo y continuamos uniéndonos, ya que aún existen naciones en trámite de incorporación, para conformar esta Unión Europea, que nos permite trabajar en favor de la paz, la prosperidad y el desarrollo de nuestros valores compartidos, beneficiándonos, para ello, de la gran diversidad de lenguas, culturas y tradiciones de nuestro continente.
Ciertamente, este proceso de consolidación, por incorporación de nuevos actores que comparten valores, intereses y percepciones del mundo y de la realidad, es aplicable, igualmente, a la conformación de nuestra nación, España, que, de igual manera, se ha producido, a lo largo de la historia, como un encuentro de reinos y territorios diversos que han identificado el proyecto que compartimos y que configura nuestra nación, como un proyecto que nos hace más grandes a todos y nos capacita para relacionarnos de una manera más eficaz y conveniente para la defensa de nuestros intereses con el resto del mundo.
Este es el camino por el que, en mi opinión, discurre el mundo. Un camino de encuentro entre diferentes sobre la base de asociaciones, cada vez más grandes, de grupos humanos, previamente más o menos distanciados por razones diversas que han encontrado en la unificación una vía para el progreso y la prosperidad. En sentido contrario a este camino parecen pretender avanzar “o retroceder” los denominados nacionalismos localistas que se empeñan en la disgregación de la unidad alcanzada, en la mayor parte de los casos, con el esfuerzo de generaciones.
Parecen recrearse estos movimientos segregacionistas en identificar lo que nos diferencia más que lo que nos une o en la búsqueda de los intereses contrapuestos más que los compartidos
Esta integración de “diferentes” en el proyecto de “todos”, se ha venido a producir, en muchas ocasiones a través del mestizaje que ha llevado a confundirse las aportaciones iniciales de unos y de otros hasta el punto de considerarlas como aportaciones de la identidad colectiva.
En lo que concierne a Melilla sucede, en el escalón inmediatamente inferior al nacional, lo mismo. Los diferentes colectivos o grupos humanos que se han ido incorporando con el paso de los siglos a la realidad que hoy conformamos, constituyen, de manera colectiva, lo que hoy consideramos el pueblo melillense.
La división en sectores de ese pueblo melillense, en función de lo que los antepasados de cada uno representaban más fidedignamente, nos conduce, en mi opinión, a una suerte de compartimentación de nuestra sociedad que se opone a la consolidación de ese proyecto colectivo que, entre todos, hemos forjado y seguimos forjando.
La compartimentación de la cultura melillense en seis comunidades históricas como las de origen peninsular/católico (asociación no siempre correcta), la de origen amazigh/musulmán (tampoco siempre inseparable), la judía sefardí, la hindú, la gitana y la china, además de ser incompleta, se corresponde más a modelos de aproximación histórica que a modelos de análisis sociológico actual, afectado, como indicaba anteriormente, por los procesos de mestizaje por los que hemos atravesado.
Es en este proceso de aproximaciones sucesivas desde lo inmediato hasta lo próximo, desde lo próximo hasta lo cercano y así sucesivamente como venimos consolidando históricamente nuestro mundo de afectos y de valores. Existe, por tanto, a mi juicio, una identidad melillense que se apoya, como en el resto de los casos citados, en permanecer “unidos en la diversidad”.
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