El fanatismo no conseguirá acabar con la libertad. Su mayor ‘éxito’ nunca irá más allá de provocar un dolor insufrible a las familias y a los amigos de sus víctimas.
Ayer la intolerancia más salvaje se cobró la vida de doce personas en París. Otras once están heridas; cuatro de ellas, de gravedad. Y sin embargo, la democracia, como la mejor expresión de la libertad política, económica y social, continúa impasible tras el brutal acto de locura de tres dementes. Ni si quiera acabando con la vida de todos los ciudadanos que deseamos vivir en libertad podrían acabar con los ideales que componen la esencia de la democracia.
Uno de los pilares de nuestro sistema político es la libertad de expresión, que tiene en la libertad de prensa su mayor manifestación. Los tres descerebrados que dispararon ayer sus armas en la redacción del semanario francés ‘Charlie Hebdo’ y luego continuaron con su sinrazón en plena vía pública pretendían atentar contra la democracia socavando sus raíces. No lo consiguieron, como tampoco lo lograron todos salvajes que les han precedido ni los que puedan seguir su senda de dolor y sangre en el futuro. La mejor prueba de su fracaso es que los dibujantes de ‘Charlie Hebdo’ continuarán plantando cara con sus lápices e su ingenio a las amenazas de los fanáticos o que otra publicación ocupará el hueco que deje ese semanario. A este lado de la línea, tras la que estamos los ciudadanos de los países civilizados y todos aquéllos que creen en la democracia, los trabajadores de ‘Charlie Hebdo’ encontrarán el apoyo necesario para continuar con su labor. Esto, aunque las alimañas que cometieron la masacre de ayer sean incapaces de comprenderlo, no significa compartir el contenido ni la ideología de la revista. A este lado de la línea hay un proporción más o menos grande de ciudadanos que no están de acuerdo con la línea editorial de ‘Charlie Hebdo’ ni con su forma de hacer humor usando toda clase de símbolos religiosos de una gran trascendencia para muchas personas de distintas creencias. Es muy probable que su trabajo indigne a un número más o menos grande de ciudadanos. Sin embargo, ni uno solo de ellos, si es de los que creen en la democracia y en la libertad, piensa que los profesionales de ‘Charlie Hebdo’ deban dejar de realizar su trabajo si están convencidos de lo que hacen. La acción máxima que podría tomar un demócrata contra este semanario sería presentar una reclamación en los tribunales. A nadie con un mínimo de humanidad y de respeto por la libertad se le ocurriría tomar un arma para imponer su criterio por la fuerza. La prueba más evidente del error de fanáticos como los que ayer empuñaron las armas en París es su necesidad de buscar cobijo para sus crímenes tras interpretaciones perversas de una religión que precisamente reniega de toda clase de maldad.
Seres como los tres que ayer acabaron con la vida de doce personas en París y dejaron heridas a otras once, cuatro de ellas, de gravedad, sólo pueden aspirar a crear dolor. Nunca ganarán la guerra contra la libertad.
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