La muerte de José Manuel Calzado nos ha cogido a todos por sorpresa. Nadie podía esperar que se nos fuera así, sin tiempo para despedidas; sin tiempo para hacernos a la idea de que esto podía pasar.
Muchos no lo vimos venir. No es que creyéramos que su voz y su serenidad iban a ser eternas. Es que, por regla general, los seres humanos no somos conscientes de la fragilidad de la vida. No vivimos como si la vida se nos fuera a escapar en 24 horas.
Las condolencias por el fallecimiento de José Manuel Calzado han llegado de todos los partidos políticos de Melilla. Representantes de PP, CpM, PSOE y Vox han lamentado públicamente, y de forma muy sentida, la muerte del ex director provincial de Educación con el Partido Popular de Imbroda. En la actualidad era presidente del Club Marítimo, pero esta ciudad lo recuerda también por su carrera como profesor.
Solo cuando hay unanimidad en los afectos caemos en la cuenta de que se nos va un gran hombre, un torrente de discreción y sencillez. También se nos va un docente que trabajó por la Educación en Melilla desde los centros educativos primero y desde el Ministerio más tarde.
Él, por supuesto, no presumía del poder ni siquiera cuando lo tuvo. Vivió sin alharacas y se ha marchado sin alharacas.
En las redes sociales hemos visto innumerables muestras de cariño de sus alumnos, porque Calzado era ante todo profesor. Él ejercía de docente. No concebía su vida de otra manera que no fuera ligada a la enseñanza.
De eso también damos fe los periodistas. Él contestaba a nuestras preguntas, incluso a las más indiscretas o difíciles de responder. Siempre se tomaba la molestia de explicar de dónde venía el conflicto y lo hacía con transparencia y confiando en la profesionalidad de la prensa.
Cuando era director provincial de Educación, lo llamabas y si no podía atenderte en ese momento, en cuanto acababa lo que estaba haciendo, devolvía la llamada. Siempre. Daba igual si lo llamábamos un sábado por la tarde o un domingo por la mañana. Calzado siempre estaba disponible para la prensa. Nunca nos dejó esperando al teléfono. Nunca dijo que no sabía de qué le estaban hablando. Nunca aplazó una respuesta. Nunca nos dio la espalda.
Él controlaba lo que tenía entre manos y solía explicar no sólo el qué sino también el porqué. Y cuando realmente no había nada nuevo que aportar se empleaba a fondo para hacernos entender la razón por la que las cosas no cambiaban al ritmo que todos, incluido él, deseábamos.
Daba igual la pregunta que le hicieras. No se andaba por las ramas. Explicaba las cosas minuciosamente porque las cosas no son como son porque sí. Detrás de una decisión, siempre hay un motivo. En eso se notaba que era profesor de Química. Su discurso era un discurso de causa y efecto.
En su etapa política no fue un tipo dado a pisar charcos. Contaba con el cariño de los periodistas, pero nunca abusó de él. Calzado era, muchas veces, nuestra tabla de salvación. Tenía lo que busca la prensa: noticias. Y además, era generoso, flexible y extremadamente delicado a la hora de opinar sobre el trabajo ajeno.
Tenía un don especial para tratar, entender y relacionarse con la gente. Por eso compartió con la prensa la misma comprensión que seguramente aplicaba a sus alumnos. No era de puyas ni de dardos envenenados. Él era Calzado, una buena persona; un hombre tranquilo de mente ágil y mano tendida para el consenso.
Sólo cuando sufrimos una pérdida como ésta, caemos en la cuenta de que en Melilla hay gente muy valiosa. Aquí hay buenos profesores, gente honesta que trabaja para que esta ciudad deje de estar a la cola de España en rankings educativos.
Y eso es esencial si de verdad queremos salir del tercermundismo. Porque si es así, en Melilla hacen falta muchos Calzado que entiendan que el poder ejercido con generosidad da más frutos que el que se impone.
Estoy convencida de que hoy somos muchos los que lamentamos su partida. Estoy convencida de que no soy la única periodista a la que se le hace un nudo en la garganta al ver su esquela. Se nos va, alguien muy especial.
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