La Pascua Grande no es un día fácil para los que tienen lejos a sus familias. Es el caso de muchos menores que llegaron solos a Melilla. Algunos de estos niños no soportaron la idea y regresaron a casa, a Fez la mayoría, a tiempo para estar con los suyos en el día del Aid El Kebir. Otros chicos decidieron tragar saliva y permanecer en la ciudad.
“Es complicado volver a pasar la frontera”, dice Amin (nombre ficticio), uno de los menores no acompañados que decidió quedarse en Melilla. Este adolescente tiene 16 años y es consciente de que hoy comienza la Feria, lo que implica que la vigilancia policial se verá reforzada.
No lo expresa en voz alta, pero tampoco quiere que su familia vea lo mucho que se ha demacrado en los meses que lleva viviendo en la calle. Sus padres creen que está en uno de los centros de acogida y que acude al colegio por las mañanas. Y eso que no pisa la escuela desde que abandonó Marruecos.
Derecho a su fiesta
Este sentimiento de nostalgia, al menos, pudo quedar aparcado durante unas horas. Unos cuarenta niños y jóvenes extranjeros con edades comprendidas entre los 11 y los 20 años no estuvieron cerca de sus padres y hermanos, pero tampoco se quedaron sin vivir su fiesta más importante junto a la familia que se ha ido forjando durante meses en las calles y chabolas de Melilla.
La asociación Pro Derechos de la Infancia (Prodein), junto a otras entidades como Guelaya, Ecologistas en Acción y con la ayuda de un grupo de voluntarios, devolvieron la alegría a un día tan importante como el Aid El Kebir. “Estos chavales también tienen derecho a vivir la Pascua Grande”, defendieron los organizadores.
Entre todos consiguieron recaudar dinero suficiente para comprar dos borregos, cerca de 10 kilos de pinchitos y varios refrescos. También llevaron comida preparada por ellos, como ensaladas o tortillas. En definitiva, procuraron un auténtico festín que tuvo como escenario el vivero de Guelaya.
Cantar a la vida
Conforme fue saliendo la comida, cocinada en parrillas, los invitados se fueron animando. Un par de ‘darbukas’ dieron rienda a los chicos y jóvenes para entonar los cánticos tradicionales de su tierra. “Cantamos a Dios para que cuide de nosotros y de nuestras familias”, explicó Salah (nombre ficticio), otro menor de 17 años que se niega a ingresar en los centros de acogida de la ciudad.
Según el chico, en Melilla “no hay oportunidades”. Salah dice que es por eso por lo que intenta colarse en un barco que le lleve a la Península un día sí y un día también. Mientras cantaba a la vida junto a sus amigos, se olvidó de esa obsesión por llegar a Málaga o Almería, desde donde pretende continuar su camino a Bélgica.
“Hoy es un día bonito”, subrayó Salah mientras se encendía un cigarro. Con esta declaración, quedó constatado que los organizadores habían cumplido su objetivo: “Que los chicos se olviden de lo que significa vivir en la calle”.
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