Javier Rupérez, el gran político y diplomático español que fue secuestrado por ETA en los llamados ‘años de plomo’ en España (concretamente, en 1979), cree que ha sido muy positivo que el think-tank Europa Ciudadana haya puesto sus ojos en Melilla y Ceuta y haya planteado, en consecuencia, el papel que ambas pueden jugar en la agenda global. Rupérez es un gran conocedor de la situación de las dos ciudades norteafricanas y de las relaciones bilaterales con Marruecos, un país al que no duda en calificar como “chantajista” y que, según advierte, todavía no se ha dado cuenta de que su forma de presionar para conseguir sus objetivos no es la más conveniente en el contexto internacional.
Surge el informe de Europa Ciudadana de un punto de inflexión importante en la forma en que Europa se venía relacionando con Marruecos: el 17 de mayo de 2021 entraron en Ceuta unos 10.000 migrantes marroquíes, en su inmensa mayoría menores y obligó al Gobierno español a desplegar incluso al Ejército en las fronteras para impedir tamaño despropósito.
Aquello sirvió para que la Unión Europea se diera cuenta, por fin, de que existían unas fronteras terrestres en África y empezara a hablarse de “asalto” en vez de “crisis migratoria”.
Las relaciones entre los dos países no venían siendo buenas desde hacía tiempo (en agosto de 2018, Marruecos cerró unilateralmente la aduana comercial de Melilla) y el colofón lo puso la entrada secreta del jefe del Polisario Ghali en España para tratarse, al parecer, de una grave afección por el covid-19. A partir de ahí, todo fue a peor.
Solo una carta filtrada por Rabat en la que el presidente Pedro Sánchez asumía como propias las tesis marroquíes sobre el Sáhara, aplacó las malas relaciones. A Sánchez le costó la reprobación de todo el Parlamento, incluidos sus habituales socios, pero consiguió que el rey Mohamed VI lo llegara a invitar incluso a una ruptura de ayuno en abril de 2022, un acto que se considera íntimo y con asistencia muy limitada.
Todo parecía que iba a ir viento en popa para las relaciones bilaterales pero, a la hora de hacer balance, un año después, solo ha servido para dos cosas: controlar en cierto modo los saltos a la valla y la llegada de migrantes a España, y que se celebrara una Reunión de Alto Nivel a primeros de febrero pasado en Rabat, una especie de reafirmación de que las cosas van por buen camino.
En lo que respecta a los acuerdos sobre Melilla y Ceuta, sin embargo, nada se ha cumplido. Ni se ha reabierto la aduana comercial con la ciudad melillenses, no se ha creación la aduana comercial prometida a Ceuta y, por si fuera poco, Marruecos no tiene mínimamente en consideración que firmó su negativa a molestar a España por cuestiones relacionadas con la soberanía y la integridad territorial de los españoles.
Y aquí seguimos, esperando a ver cuándo será la próxima vez que Marruecos niega la españolidad de las dos ciudades, cuándo le dará la gana reabrir la aduana (si es que lo hace alguna vez) y esperando la llegada de un nuevo Gobierno en Madrid que pueda replantear la situación y lograr que, al menos, se retome el tránsito comercial documentado con el otro lado de la frontera.
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