Esta semana se han vuelto a ver bolsas de migrantes por los alrededores de Melilla. No son dos ni tres que se han perdido y sin querer han venido a dar a Melilla. Hablamos de un millar de personas amagando con acercarse a la valla. Paralelamente Marruecos ha iniciado una campaña en redes sociales alertando de que militares saharauis de piel negra estarían siendo entrenados por el Frente Polisario para saltar a Melilla y buscar la enemistad entre Madrid y Rabat.
Los melillenses conocemos este tipo de maniobras propagandísticas causa-efecto, bastante burdas, por cierto, a las que nos tiene acostumbrados el país vecino. Nos muestran una foto con cuatro jóvenes negros vestidos con el uniforme del Frente Polisario y nos dicen que los 1.500 que se mueren de frío en el Gurugú y que van a saltar la valla en cualquier momento son un envío especial de Brahim Ghali.
Da la casualidad de que, paralelamente, se está produciendo en Ceuta un goteo constante de entradas irregulares. Llegan casi a diario uno o dos migrantes que acceden a la ciudad bordeando el espigón o a través del vallado. No es preocupante, pero sí incesante.
Y a eso hay que sumar la llegada cada vez menos esporádica de migrantes a la Isla de Alborán. Empezó en diciembre con el arribo de uno o dos migrantes que quedaban al cuidado de la Armada y luego eran trasladados al Puerto de Motril. Y la última vez, a finales de febrero, desembarcaron 36. En esto las mafias repiten modus operandi: van probando fuerza. Ensayan una ruta y luego fuerzan la máquina hasta que revienta.
A esta situación tenemos que añadir que esta semana, en Melilla, pese al mal tiempo, fue hallado el cadáver de un nadador que pretendió entrar en la ciudad usando un traje de neopreno corto que combinó con dos pantalones de chándal por debajo. Y probablemente, cuando toda esa ropa se mojó, no pudo cruzar a nado desde Marruecos y perdió al vida en el intento. El cadáver fue recuperado en muy mal estado. No puedo ni siquiera imaginarme cómo ha de estar su familia, después de varios días, sin saber si está vivo o muerto.
Y no es el único que ha muerto en similares circunstancias. Si nuestras costas hablaran...
Un salto masivo a la valla de Melilla, en estos momentos, solo perjudica a la imagen del Gobierno de Sánchez, que ha vendido por activa y por pasiva que gracias a las buenas relaciones entre España y Marruecos la inmigración cayó un 25% en 2022. Y seguramente hay motivos para celebrar, pero también hay que pensar en qué salidas puede dar Marruecos a todos esos inmigrantes que llegan a su territorio con la intención de cruzar a Europa cuanto antes y terminan atrincherados en las montañas del Gurugú.
En esto el lobby promarroquí de Melilla es bastante pedagógico y repite cual consigna que Marruecos hace lo que puede y cuando no puede más no tiene más remedio que quitarle presión a la olla, dejándoles saltar la valla. Pero, claro, nosotros no pagamos millones para que hagan eso.
Me temo que después de lo que pasó el 24 de junio de 2022 en Barrio Chino, Marruecos está en remojo, como los garbanzos, y pese a que a finales de enero le enseñó los dientes a la Unión Europea, sabe que lo más lejos que puede llegar con su pataleta es haciendo una declaración oficial como la que hizo, diciendo que se repensaría su relación con la UE tras la aprobación de una resolución crítica con la forma en que el país vecino se alinea con el respeto a derechos humanos, sobre todo, respecto a la libertad de expresión de la prensa. Cualquier paso más que dé Rabat en ese sentido solo puede ser malo para un país que mantiene ahora mismo una tensión silenciosa con sus principales socios europeos: Madrid y París.
En Melilla, como todos sabemos, la inmigración no es un problema porque contrario a lo que pasa en el resto del mundo, aquí se nota explícitamente que crea empleo en esta ciudad. Hablamos por ejemplo, de todos los puestos de trabajo que sin inmigración no serían necesarios en el CETI, el centro de menores La Purísima, el centro de menores infractores Baluarte y el centro de acogida de migrantes extutelados por la Ciudad.
Por eso, siempre que nos preguntan, decimos lo mismo: aquí los inmigrantes sólo representan un problema en el momento en que saltan la valla porque a día de hoy no tenemos una norma clara que fije cómo se debe actuar para no saltarse, ni siquiera sin querer, los convenios internacionales firmados por España.
Una vez dentro, los migrantes ni se oyen, ni se sienten. Todo lo contrario. Representan una de nuestras industrias más potentes. En Melilla llevamos casi 30 años conviviendo en paz con la inmigración sin mayores contratiempos. No los hubo, ni siquiera cuando dejábamos encerrados en la ciudad a los solicitantes de asilo, durante años, sin poder cruzar a la península porque su petición de protección internacional se alargaba en el tiempo sin más explicación que el silencio administrativo.
Lo ocurrido el 24 de junio de 2022 ha cambiado la percepción que teníamos hasta entonces de los saltos a la valla. Después de una masacre así, que le ha costado la reprobación al ministro Marlaska y el puesto al hoy ex coronel de la Guardia Civil de Melilla, Jesús Vicente Torresano, por supuestamente no querer expedientar a agentes que intervinieron en el salto mortal, lo normal es que nadie que quiera hacer carrera o cerrar su carrera con broche de oro dentro de la Guardia Civil se preste a ocupar la plaza de jefe de la Comandancia de Melilla.
Esto es una patata caliente que nadie quiere y es normal: aquí en Melilla, tal y como están las cosas, quien venga se arriesga a perder todo su prestigio y terminar imputado en los juzgados. Si no ha pasado en esta ocasión es gracias a que Marlaska ha hecho lo que no ha hecho nadie en su puesto: quedarse la mierda para él solito. No ha habido antes un ministro que haya sido tan consecuente en eso de que a lo hecho, pecho.
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