Categorías: Sociedad

Un vecino de Cabrerizas: “Somos nuestros psicólogos”

Muchos lugareños pasan las noches en vela por temor a nuevas réplicas del seísmo  “Los que tienen medios se van de sus casas y alquilan otra vivienda”.

“Sentí miedo con el terremoto, pero me asustó aún más escuchar el ruido de las puertas de los vecinos al abrirse y luego ver a toda la gente nerviosa fuera”.
Adrián habita una vivienda de planta baja en la calle Méjico, la prolongada cuesta que recorre de abajo arriba el barrio de Cabrerizas en dirección hacia el cuartel de la Legión.
“Yo estaba despierto cuando empezó todo. Tengo insomnio, sólo puedo dormir unas pocas horas. Por eso salí el primero. Al poco, la calle se fue llenando. Jamás había visto tanta gente en este barrio”.
Han transcurrido tres días desde el seísmo de 6.3 grados en la escala Richter que azotó Melilla y Adrián se siente más tranquilo. Confía en que su casa, una construcción reciente, resista los embates de posibles replicas. Sin embargo, no oculta que muchos de los lugareños sienten pánico.
“Hay unos vecinos que llevan durmiendo todas estas noches en su coche aquí mismo”, explica señalando la acera frente a la entrada a su hogar. “Sé que sus padres murieron en el terremoto de Alhucemas (el que tuvo lugar en 2004, que causó centenares de muertos). Si has vivido una experiencia así, siempre la tienes metida en la cabeza”.
“Mi hermana vive en un cuarto piso y ahí se nota más el temblor”, continúa Adrián. “Los vecinos de aquí al lado se han ido a vivir a casa de unos familiares. Y otros que tienen medios acaban alquilando otra vivienda”.

Casas sin seguro
“Si aquí no se ha caído ningún edificio es porque la mayoría son nuevos”, asegura Adrián. “Pero muchas casas no tienen seguro y la gente no quiere hacerlo público”, añade sobre las reticencias de algunos vecinos a la hora de pedir ayudas para reparar los desperfectos sufridos.  
“No estamos preparados ante un terremoto, ni siquiera moralmente”, proclama Adrián, quien añade que en el barrio “toda la gente necesita apoyo psicológico, pero nadie viene”. Y sentencia: “Los mismos vecinos tenemos que ser nuestros propios psicólogos”.

 

“Dormimos en el comedor de la planta baja”

Rahima se encuentra a las puertas de su casa con su hijo menor, que tiene un año y medio, en brazos. Su vivienda, como muchas de la parte más alta de Cabrerizas, se compone de planta baja y primero.
Aún se estremece al recordar el temblor de 6.3 grados en la escala Richter que sacudió la ciudad: “La casa se movía entera y no podíamos abrir la puerta del cuarto. Mi marido y yo no pudimos salir hasta que pasó el temblor. Es una suerte que mi madre viva con nosotros. Ella sacó a todos los niños (tiene cuatro) a la calle”.
“Ahora pasamos la noche en el comedor, en la planta baja. Ahí se sienten más seguros que en las habitaciones de arriba.
“Nos quedamos sentados en el sofá. Los niños duermen, pero los mayores no podemos. Tenemos miedo”.
“Hay que estar prevenidos ante la muerte”, afirma esta señora, que seguirá pasando las noches en vela hasta que todo se calme.

 

“Nos dicen: ‘Arreglaréis la casa más adelante’”

La casa de Karima muestra en su fachada una prolongada grieta horizontal sobre los marcos de dos ventanas. “Vinieron unos técnicos, entraron a la casa, la miraron y nos dijeron: ‘Tiene buenos cimientos, no pasa nada. Ya la arreglaréis más adelante’”.
Como muchos vecinos, cuando Karima ve a alguien desconocido en el barrio piensa que se trata de algún técnico que llega para valorar los desperfectos. “He leído en la prensa que van a mandar una ayuda de 12 millones de euros a Melilla por el terremoto. A ver si llega algo a Cabrerizas”, suspira.

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