Han quedado totalmente desmentidas las versiones más tremendistas sobre lo ocurrido en la noche del Viernes Santo al paso de la imagen de la Soledad por la calle López Moreno. Ni fue un acto organizado, ni hubo heridos entre los cofrades, ni se lanzaron botellas contra la Virgen, ni ésta se había caído del trono. Los hechos fueron más sencillos. Según la versión ofrecida ayer por el consejero de Seguridad Ciudadana, Javier Calderón, cuatro clientes de un bar próximo que habían tomado alguna copa de más se mostraron irrespetuosos con la imagen. Una familia que ocupaba una mesa cercana les llamó la atención y se produjo una riña durante la cual algunos vasos y platos cayeron al suelo. El estruendo y el hecho de que las luces estuvieran apagadas, como es tradicional durante esta procesión, causó alarma entre parte del público y disparó las especulaciones sobre lo ocurrido dando lugar a versiones para todos los gustos.
Pasado el susto y con los cuatro alborotadores detenidos, la procesión continuó con normalidad. Afortunadamente no hubo que lamentar daños personales, pero las circunstancias en las que se produjeron los hechos podrían haber tenido consecuencias graves. Por eso, sucesos como los de la noche del Jueves Santo deben invitarnos a reflexionar sobre las consecuencias que pueden tener comportamientos irresponsables en determinados casos. La seguridad no pueden depender sólo de la actuación de los policías, que durante la riña tuvieron una actuación ejemplar. El normal desarrollo de actos multitudinarios depende de la educación de los asistentes, de su comportamiento responsable y del respeto hacia los demás. El Viernes Santo no hubo que lamentar daños personales, pero debemos ser conscientes de que no siempre la Virgen, la fortuna o el azar va a estar de nuestro lado.