El Pleno de ayer no fue de los peores. Tampoco fue un ejemplo de nada. En realidad las sesiones de control al Gobierno local se convierten, a instancias de la oposición que al fin y al cabo con sus preguntas e interpelaciones marca su contenido, en un macro resumen de lo que la misma oposición ha denunciado hasta la saciedad en notas de prensa y declaraciones varias ante los medios durante los dos últimos meses.
Como, además, son muchos los asuntos que se reiteran constantemente en esas denuncias de los grupos de la oposición, el guión, en gran medida, parece ser siempre el mismo. Aún así, no me parece mal que se debatan los sueldos del Gobierno local, que sin duda son elevados aunque en una comparativa con los de otras comunidades no destaquen especialmente; ni me parece mal tampoco que se ponga en tela de juicio su abultado organigrama.
Lo que no es de recibo, a pesar de lo anterior, es que quienes critiquen se revistan de una autoridad moral de la que carecen puesto que cuando gobernaron mantuvieron sueldos muy similares o estructuras tan abultadas o más que la actual. El Gobierno de Aberchán, aunque su coste bruto no fuera tan alto como el actual de Imbroda, en un decalage económico diez años atrás se situaba en parámetros muy similares y además tuvo una composición, amén de pintoresca, muy nutrida por no decir excesivamente gruesa en lo relativo al número de cargos que lo conformó.
El PSOE, cuando gobernó, tampoco hizo nada diferente y en su etapa de cogobierno con el PP e Imbroda, o antes con CpM y la antigua UPM de la que formaba parte el hoy presidente de la Ciudad, tampoco hizo nada por marcar otra pauta. No obstante, está bien abordar el montante de los sueldos o la estructura de un Gobierno conformado por unos treinta cargos ejecutivos, que, en mi opinión, no deberían cobrar en política más de lo que cobraban en sus carreras profesionales u oficios previos a su ejercicio como cargos públicos, salvo en un tope máximo para quien tuviera unos ingresos muy elevados, o un tope mínimo para quienes nos lo tuvieran por encontrarse previamente en el paro, como sucedía con algunos de nuestros gobernantes actuales.
La política hay que dignificarla y hay que dar ejemplo, pero no a base de demagogia por parte de una oposición que utiliza en su favor lo que le conviene sin pudor alguno. Dionisio Muñoz, que hace unos días me trato despectivamente como una ‘opinadora cualquiera’, en un artículo que firmó conjuntamente con el cepemista Aberchán, ayer leyó parte de una ‘Diana’ mía de hace un año y me llamó “conocida columnista de la ciudad” para reforzar sus críticas contra el Gobierno Imbroda.
Lo anterior no lo subrayo por un afán personalista sino porque me parece representativo de la demagogia, grosera creo, con que se ejerce la política en esta ciudad y que ayer se convirtió en todo un ejercicio poco edificante a instancias de una oposición que actuó de forma provocativa e insolente y que faltó el respeto constantemente al equipo de Gobierno.
Hay formas y formas de decir las cosas, y son las formas lo que pierden a Dionisio Muñoz y las que llevan al fango a Mustafa Aberchán. Hubo réplicas duras desde el Gobierno local y, aunque el curso del debate no sirva para disculpar alguna de las andanadas del presidente Imbroda contra sus adversarios, sí permite entender por qué se produjeron.
Los Plenos de Control son ventiladores de la podredumbre de la política melillense y aunque lo denunciable deba salir a flote, no tiene por qué ser a costa de perder las formas y de pegar un puntapié al respeto mínimo que deben profesarse nuestros representantes locales en nuestro principal órgano democrático, tal cual es la Asamblea de Melilla.
Lidiar con esta corporación es muy difícil y pone siempre a prueba a la vicepresidenta primera de la Asamblea, Cristina Rivas, que no sólo debe solventar un reglamento insuficiente como herramienta para la moderación, sino también imponerse para evitar que el Pleno se convierta en una jaula de grillos y una dura batalla sin límite alguno.
Ayer estuvo rígida pero también más acertada que nunca. Inflexible por igual con Gobierno y oposición, y abiertamente opuesta a las reclamaciones que no consideraba oportunas, aunque proviniesen del mismo presidente de la Ciudad. Así como otras veces la he criticado, hoy tengo que reconocerle que supo estar en su sitio, muy difícil e ingrato pero el que por su cargo le corresponde.