Un grupo de internos del módulo de respeto del Centro Penitenciario acompaña a los ancianos de la Gota de Leche al médico y les lleva a visitar los barrios de Melilla los viernes
Unos son presos de sus acciones y los otros de la edad y los achaques. La libertad para ellos tiene un significado que no comprende nadie que no esté en sus zapatos. Dos situaciones complicadas porque la vida no han sido fácil para ellos, pero que intentan resolver con una sonrisa y la esperanza de un día mejor. Un proyecto y una ilusión de futuro ha unido a estos dos grupos; el primero, los reclusos del módulo de respeto del Centro Penitenciario de Melilla, los segundos; los mayores del Centro Asistencial que no pueden prescindir de una silla de ruedas. A todos les gustaría volver a aquellos tiempos en los que corrían por las calles de Melilla y disfrutaban de toda la familia. Ahora se conforman con pasear los viernes que hace buen tiempo y compartir unas horas de charla.
Los internos que pertenecen al módulo de respeto del Centro Penitenciario de la Ciudad realizan un gran número de actividades, pero uno de los programas que más está dando resultado es el servicio de voluntariado que hacen con las personas mayores de la Gota de Leche. Durante la semana, estos hombres acompañan a los ancianos a las consultas médicas que tienen en el Hospital Comarcal. Se enteran de las recomendaciones de los médicos para estos ancianos, de las nuevas pastillas que deben tomarse y de la fecha de la siguiente revisión. Luego, cuando llegan al Centro Asistencial, los médicos y enfermeras de esta institución recogen esta información para continuar con el tratamiento de estos mayores.
Para los internos se trata de una terapia social sin comparación. Tienen que ocuparse durante unas horas a la semana de personas que precisan de esta ayuda y eso les hace sentirse útiles para la sociedad. Aprenden que la vida también es dura para estos ancianos, pues muchos de ellos no tienen familiares ni amigos que les visiten y comprenden que los minutos que ellos les dedican son una brisa de aire fresco en sus rutinarias vidas.
Esta actividad sólo tiene beneficios para las partes implicadas. Los reclusos comprenden qué significa el respeto y conviven con los mayores fraguando relaciones de amistad que se prolongan en el tiempo, aunque salgan del Centro Penitenciario, y ya no se vean en el compromiso de visitarles en la Gota de Leche, muchos vuelven.
Por otro lado, están los ancianos a los que se asiste con este programa social. Ellos están encantados y los responsables de esta actividad aseguran que el día que los internos no pueden bajar al Centro Asistencial hay quien llega a llorar un poco de la pena que le entra.
Estos mayores están deseando que estos hombres agarren con fuerza su silla de ruedas y les den un paseo por la playa, el centro e incluso, Melilla La Vieja, pues en más de una ocasión han subido por los adoquines hasta las torres y los museos, toda una odisea llena de baches.
Los ancianos esperan con deseo que llegue el viernes para dar esta vuelta por la ciudad. Pero, ¿qué hacen si llueve? Pues, en esos casos, los internos se sientan con ellos en los salones del centro y entre charla y parloteo sobre el pasado, la política y el futuro, juegan al parchís o al dominó. El caso es entretenerse juntos y que la mente no ande dando vueltas a una de las palabras que más miedo tienen estos dos colectivos, la soledad.
Luis es uno de estos mayores que vive en la Gota de Leche y que está deseando que lleguen los ‘chicos voluntarios’, como dice él, para ver cómo de bonita está su Melilla. Con la edad, le fallaron la piernas, pero tiene la mente despierta y por eso le da pena que esa silla de ruedas no le permita tener la libertad que años atrás disfrutaba. Gracias a la fuerza de estos internos tiene la posibilidad de subir sin dificultades los bordillos y pasear, aunque sentado, por la ciudad.
Afirma que todos deben eliminar los pensamientos negativos que surgen cuando se imagina a un hombre de la cárcel. Destaca que estos voluntarios son gente sencilla y pobre, como él, y que lo importante es que se comprenden y se apoyan.
Pepe también es de ese pensamiento. Nunca ha tenido ningún problema con ninguno de los voluntarios y destaca lo ‘buena gente que son’. La silla de Pepe siempre está en manos de Plácido, un joven que en una semana obtendrá el tercer grado y podrá ponerse a trabajar y a incorporarse a la vida que hace unos años dejó atrás.
Este joven melillense destaca que nunca había pensado que hubiera en Melilla personas mayores que necesitaran una mano, como Pepe. Asegura que es una experiencia muy bonita y que está aprendiendo mucho del que considera ya su amigo.
Sufi es otro interno del Centro Penitenciario que pertenece al módulo de respeto y que participa de voluntario en este programa. Explica que los familiares de estos ancianos están muy agradecidos con el trabajo que hacen ellos y que también sus padres y mujeres están orgullosos de la labor solidaria que hacen con los mayores de Melilla.
Para entrar en este programa, los internos deben tener permiso para salir del centro y no contar con ninguna incidencia. En el módulo de respeto, estos hombres aprenden valores, hábitos de vida saludable y normas de convivencia. También se cuenta con talleres de marquetería o manualidades.
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