El penúltimo día del año llega cargado de sucesos. Al éxito policial contra las mafias que trafican con inmigrantes o que en Melilla se dedican al pase de vehículos robados a Marruecos, hay que añadir el intento de robo en el supermercado Lidl, por parte de un encapuchado, provisto de dos pistolas de fogueo con las que acabó disparando para intimidar a los empleados del establecimiento.
Melilla, una ciudad aparentemente segura, esconde en sus cloacas formas de criminalidad graves y de relativa sofisticación, que echan por tierra los balances siempre triunfantes con los que suele despacharse la autoridad gubernativa de turno.
Hoy se espera que se nombre al nuevo delegado del Gobierno en Melilla. Un puesto difícil, que exige de una persona con tacto y conocimiento de la ciudad, capaz de establecer más puentes que confrontaciones y que, sobre todo, afronte la problemática de nuestra frontera, caótica según las versiones coincidentes de los sindicatos policiales y asociación profesional de la Guardia Civil.
El delegado saliente, Antonio María Claret, optó siempre por minimizar los problemas e incluso intentó enmendar la plana a unos guardias civiles que vino a acusar, prácticamente, de actuar como ‘quejicas’.
La realidad es sin embargo alarmante para los ciudadanos, si nos atenemos a relatos como los que realiza la UFP en un escrito con el que pretende poner sobre aviso al nuevo delegado del Gobierno. La frontera exige de cooperación entre España y Marruecos, pero también de más medios materiales y conocimiento a la hora de designar a personal adecuado y con suficiente experiencia para moverse adecuadamente en el conflictivo medio.