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Un cubo de piedras

Una patera logró entrar ayer en la playa del Hipódromo de Melilla a plena luz del día. La embarcación, similar a las que usan los pescadores marroquíes, consiguió llegar hasta la orilla. Era sumamente pequeña y estaba en pésimas condiciones. De hecho, estuvo a punto de zozobrar. En ella viajaban, increíblemente, 16 personas, incluidas una menor de edad y una mujer.
Teniendo en cuenta las condiciones en las que venían, es difícil encontrar una explicación inocente al pesado cubo de piedras que traían a bordo.
Los propios bañistas que socorrieron a dos inmigrantes subsaharianas, las únicas que no se bajaron de la patera y echaron a correr al llegar a la playa, se sorprendieron al ver el cubo lleno de piedras. El hallazgo viene a reforzar las denuncias de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en torno a la agresividad de los inmigrantes que arriban en los últimos tiempos a Melilla.
Una de esas piedras habría servido para, en el mejor de los casos, alejar a la Guardia Civil de la embarcación. En el peor, para atacar al primero que se les interpusiera en el camino. Están desesperados, consumidos por la delgadez que imponen el monte Gurugú y las frías noches a la intemperie. Están viviendo al filo de la vida.
La Guardia Civil ha detenido al patrón de la embarcación, un hombre subsahariano que intentó camuflarse entre el resto. De él se sabe que habla español, que ya había estado en Melilla, de donde fue expulsado, y según la Delegación del Gobierno, está familiarizado con el proceder de las mafias que se dedican al tráfico de personas. Hizo gala de ello cuando presuntamente subió a la barca a una mujer y a una menor de edad.
La niña, que estará a cargo de los Servicios Sociales de la Ciudad, se sentó en la arena con la mirada perdida. La suya era la cara de la desolación. Tenía el cuerpo completamente mojado y tiritaba de frío. En una de sus manos llevaba un guante. El otro lo tenía la mujer que iba con ella. Las dos habían compartido el único par de guantes que tenían. Incluso en las peores circunstancias optaron por la solidaridad.
La solución al drama de la inmigración no está en colocar mallas antitrepas ni mucho menos cuchillas en los bordes de la valla. Nadie quiere irse de su país a menos que no tenga para comer. Entonces no queda más remedio que hacer las maletas y huir con la esperanza de volver cuando las cosas cambien.
Si Occidente invirtiera más en los países de origen de los inmigrantes que llegan a Melilla; si la Unión Europea se mojara para poner fin a las guerras que sacuden el continente africano, entonces la gente no se iría de donde nació.
Algo ha cambiado estos días para que  de pronto se resquebraje el muro infranqueable que había levantado Marruecos a las pateras este verano en las inmediaciones de Melilla.

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