El concurso de pintura rápida que desde hace años concita a una treintena larga de pintores peninsulares en torno a Melilla y que se completa con la participación de una decena de pintores locales, es una de las ideas más felices y plausibles de cuantas ha puesto en marcha la Ciudad Autónoma. De un lado, logra proyectar la imagen de Melilla y convertirla en motivo de inspiración para unos artistas que posiblemente vayan más allá en su relación con nuestra ciudad que esas pinturas de urgencia que, sin embargo, realizan con notable maestría. La ganadora de esta última edición ofrece un realismo tan impactante que, a primera vista, parece casi una fotografía.
Cultura ya inició con éxito ideas similares cuando puso en marcha, en tiempos de la viceconsejera Carmina San Martín, el certamen de cantautores. Después, con Simi Chocrón ha logrado otro tanto positivo que pone a nuestra ciudad en el calendario de ciudad de referencia para ciudadanos con inquietudes y dones especiales.
Es además un placer encontrarse con esos pintores, verlos trabajar en plena faena y disfrutar de su arte.
Iniciativas así cuestan dinero a nuestras arcas locales, como cuesta también nuestra Semana Náutica, pero son necesarias, porque ayudan a superar nuestro aislamiento, a promocionar Melilla y crear nuevos embajadores a favor de nuestra realidad. Algo muy necesario para nuestra ciudad.
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