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Un ‘cambio de cerradura’ deja a una familia sin ‘su’ hogar

Fatima y sus tres hijos fueron desalojados ayer por orden del juzgado.

La pesadilla de Fatima dejó de rondarla por la noche hasta convertirse en realidad por la mañana. Ayer llegó a la puerta de su casa la secretaria del juzgado, con los abogados y un cerrajero, para que abandonara del hogar en el que ha vivido los últimos cinco años con sus tres hijos. De nada sirvieron sus lloros ni que sus dos hijos mayores, Bilal de 15 años e Imen de 13, se subieran a la azotea de la casa. La sentencia del juzgado es firme. Había que desalojar esa casa sin más dilación. La familia abandonó ayer la vivienda en la que habían empezado a reconstruir sus vidas tras sufrir un sinfín de desgracias en los últimos años. Lo curioso fue que apenas se llevaron nada de la casa, a excepción de una televisor de plasma de gran tamaño que había en el salón. Ni ropa ni enseres de la cocina ni ningún otro objeto salió con ellos de la vivienda. Tan sólo esa gran tele que un vecino se llevó.
Fatima Ahaouary nunca llegó a pagar el alquiler de la casa, situada en la calle Cándido Lobera 41. Asegura que nunca pudo dar con el dueño de la vivienda, que llevaba abandonada más de 20 años. Durante un lustro la mujer y sus tres hijos ocuparon esas paredes y fueron rehabilitando cada parte de la casa para poder habitarla. Hace un año que le llegó la orden de desalojo. Fatima sabía que tenía que abandonar la vivienda porque otra persona la había comprado. No había forma de que ella se quedara viviendo allí por más tiempo. Pero no quería quedarse en calle, una vez más, con sus tres hijos. Por eso, ayer aguantó hasta el último instante parada en la puerta, sentada en el umbral gritó sin parar que no tenía a dónde ir. Lo hizo por si ocurría un milagro y le daban algo más de tiempo para seguir viviendo en la casa. Pero el milagro no llegó nunca.
Entre unos amigos de la familia, la secretaria del juzgado y unos policías locales del grupo de menores convencieron a Fatima y a sus hijos de que dejaran la casa. Les ayudaron a recoger las medicinas de Fatima, pues padece de taquicardia y de ataques de ansiedad, y metieron la documentación de toda la familia en un bolso.

Una semana en un hostal
Los cuatro se marcharon con los policías locales que les llevaron a la Consejería de Bienestar Social, donde los trabajadores sociales les buscaron un lugar en el que pasar la noche. Fatima aseguró a El Faro que durante una semana estarán viviendo en una habitación de un hostal de la ciudad hasta que encuentre otro hogar para su familia.
Se fueron de la casa con la promesa de que les devolverán todas las cosas que han dejado dentro. El abogado del dueño de la vivienda les prometió que el día que ellos tengan una casa, podrán solicitar al juzgado que les acompañe a la vivienda de Cándido Lobera para sacar los muebles, la ropa y el resto de sus enseres.  
En una hora y media, el desalojo estaba hecho. La familia de Fatima iba de camino de Servicios Sociales, cuando el cerrajero echó la llave de la nueva cerradura de la casa. Ahora los únicos que tienen la posibilidad de entrar son los dueños. Ni Fatima ni sus tres niños podrán volver hoy a este hogar que durante cinco años fue ‘suyo’, aunque no hubiera ningún papel que lo certificara.

El desalojo en hora y media
Fatima y sus hijos apenas durmieron el miércoles por la noche. Sabían que la orden de desalojo se iba a llevar a cabo nada más amaneciera. Desde la 10:00 horas de ayer, los vecinos se fueron acercando a la casa de Cándido Lobera para dar ánimos a esta familia. Fatima sufrió un ataque de ansiedad y fue un amigo el que llamó a la ambulancia. Pero ella no quiso irse al hospital. Sabía que en unos minutos iban a llegar a desalojarla de la consideraba su casa.
Sentada en el umbral estuvo hasta que sus dos hijos mayores subieron a la azotea de la vivienda. Bilal e Imen no querían bajar por mucho que les gritó su madre. No les convencía nadie. Los dos niños afirmaban  que no iban a dejar su hogar porque ellos tenían tanto derecho, como el resto de sus amigos, a vivir bajo un techo.
Sobre las 11:20 horas llegó la secretaria del Juzgado con los abogados y el cerrajero. Avisaron a la Policía porque los menores no querían bajar de la azotea de la casa. Llegó la Policía Local a los pocos minutos, que intentó tranquilizar a Fatima y a sus hijos. Luego se sumaron más de diez policías nacionales e incluso los Bomberos hicieron acto de presencia ayer en esta calle, pues los niños llegaron a encerrarse en la vivienda y Fatima no tenía las llaves. No tenían forma de entrar.
Tras muchos gritos y lloros, Chita, la pequeña de ocho años, decidió abrir la puerta. Se echó a los brazos de su madre y todos entraron en la vivienda para que pudieran recoger algunas cosas, entre ellas la televisión de plasma.

Una familia sin recursos
Fatima no tiene familiares con los que dejar a sus hijos ni una casa en la que vivir. Hace cinco años se vio en la calle, sin dinero y sin saber a quién pedir ayuda y recordó que en el barrio donde vivió al llegar a Melilla había una casa abandonada. Fue hasta la calle Cándido Lobera y vio que la puerta de esta vivienda estaba abierta. Entró y pasó la noche en el interior abrazada a sus tres niños. Desde aquel momento, esas paredes pasaron a ser su hogar.
A los pocos meses de estar allí, un coche arrolló a su hijo mayor. El seguro del vehículo que atropelló a Bilal les compensó con 14.000 euros, un dinero que invirtieron en arreglar los techos y las paredes de la casa. Fatima sabe que no deberían haber gastado este dinero en una casa que no era suya, pero quería lo mejor para sus hijos y tomó esa decisión. Ya no les queda nada de esa indemnización. Ahora  tienen una ayuda de 400 euros y recogen la comida en el Comedor San Francisco.
Durante meses estuvieron sin luz y utilizaron velas para alumbrarse. En más de una ocasión se prendió una cortina o un trapo y tuvieron que solicitar ayuda a los vecinos para apagar el fuego. Con más o menos comodidades, esta familia ha vivido cinco años en este hogar. Se preguntan cómo una persona puede comprar una casa que está habitada sin que ellos se hayan enterado de nada.
Ahora sólo quieren que les echen una mano para encontrar otro lugar en el que empezar de nuevo, en el que Fatima pueda construir un hogar para los cuatro.

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