Opinión

Trastornos mentales diagnosticados que requieren de una prosperidad humanística

A poco que nos adentremos en nosotros mismos y en aquello que nos rodea, constataremos que en todos los espacios y culturas, cuando falta la salud mental, se produce una gran fragilidad, que suele germinar en parte de una disolución de la propia identidad, dejando a las personas sin sitio alguno para poder reinventarse en sus dificultades, sumado al rechazo de los que se asustan del trastorno y no saben, o no quieren, acoger y tratarlo. La discriminación y el estigma seguramente nos dejen hundidos, aunque el objetivo no debe quedarse únicamente en aliviar el sufrimiento. De igual forma, hemos de iniciar la transformación vivencial de nuestros latidos, la concepción de los instintos y de las estructuras sociales, hacia un nuevo modelo de desarrollo que cuente con cualquier ser humano a la hora de preparar un porvenir mejor para todos. No olvidemos, jamás, que el padecimiento cerebral es el opresor más temible y terrible. Desde luego que sí, su influencia ha sido grande en el devenir de nuestra distintiva historia, que ha de vencer el encerramiento individualista, viviendo para los demás.

Muchas de estas inseguridades se curan con vasos comunicantes. Hoy el espíritu terrorífico que nos inunda es el sarampión de la humanidad. Por eso, no hay mejor avance que pasar de la supervivencia a la dicha, a ese bienestar que todos deseamos conquistar y que comienza en el propio hogar de cada uno. Por cierto, una educación que no sea sensible a cualquier malestar o dolencia, marchita el corazón; y hace que los jóvenes estén insensibilizados respecto al sufrimiento, cuando debe hacernos crecer los vínculos familiares. En consecuencia, reafirmar y promover la plena realización de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de las personas con hiperactividad, ansiedad, autismo, trastorno bipolar o de conducta, en igualdad de condiciones con los demás, aparte de ser algo justo para hacer realidad el sueño de una sociedad inclusiva, nos insta a comprendernos en la diversidad y a extender el abrazo, que es lo que en realidad nos lleva a una vida plena y gratificante. Por desgracia, el contexto social no siempre acepta a los enfermos mentales con sus limitaciones, lo que dificulta hallar los recursos.

Desprendernos de los intereses egoístas es esencial para entrar en la sanación de un orbe cada día más dolorido, con talantes necios y comportamientos inhumanos. Mutuamente, tenemos que aprender a reprendernos, sobre todo para incentivar los propios talentos y potenciales que poseemos, lo que requiere un ejercicio persistente y una mirada comprensiva. En este sentido, la situación humanitaria en el mundo es devastadora, la intensidad y el alcance de las hostilidades, nos están dejando sin palabras. Todos estos padecimientos, que nos sembramos muchas veces unos hacia otros, además nos dañan como linaje pensante, nuestro propio árbol existencial. Nos conviene, pues, a todos hacer examen de conciencia; al menos para adiestrar la voluntad e instruirnos en nuevas líneas de acción, como puede ser invertir mucho más en la salud mental de niños y adolescentes, lo que implica mejorar no sólo el rumbo sanitario, sino también la prosperidad humanística. Precisamente, el papel de la comunidad asistencial, debe ser prioritario en un mundo globalizado, pero no fraternizado, en parte por esta crisis de humanidad.

En efecto, integrando y ampliando las intervenciones, tanto efectivas como afectivas, en los sectores de la salud, la educación y la protección social, incluyendo los programas de acción que promueven la atención donante y tierna de las ramas hogareñas, es como se promueve un mejor entendimiento de la salud mental. Naturalmente, es muy importante hacer partícipe el contexto vital en el que se mueve el paciente, para que no le falte el calor de su propia estirpe. Al fin y al cabo, todo se traduce en saber acercarse entre sí, en preocuparse y en ocuparse por ellos. Por supuesto, si en verdad queremos que prevalezca la cultura de la comunidad dignificada, sobre la concepción del descarte esclavizado, tenemos la obligación de romper el silencio que rodea a cualquiera de las perturbaciones craneales. La apuesta, por consiguiente, del equilibrio psíquico, el juicio recto, el valor moral, la audacia como valía o la resistencia para sacar el mayor bien de los contratiempos, son cuestiones que tenemos pendientes de resolver y que debemos prestar superior apoyo, al menos para continuar en el camino fecundo de la atención solidaria. ¡Ojalá!

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