Los recuerdos que tiene de su infancia en Melilla Feliciano Palomo (1966) no pueden ser más nítidos. Las puertas de las casas abiertas, fuera la hora que fuera, sin problemas con los ladrones y cuando todos los vecinos eran “hermanos”. “La Melilla antigua era muy profunda en todos los sentidos. Un conjunto de culturas donde nunca había problemas. Una familia donde todos nos ayudábamos los unos a los otros independientemente de la raza o de la religión”, afirma sin dudar.
De pequeño, relata que se pasaba el día jugando al frontón con un balón de fútbol en el parque Lobera. Tiempos dichosos aquellos. Eran niños “felices jugando siempre”, aunque fuera con dos cartucheras y un sombrero, o a los huesos, o a las chapas, o al escondite, y no como hoy día, cuando lo que está de moda son los móviles y las tablets.
Él echa mucho de menos aquellos días y aquella Melilla, cuando los niños podían estar jugando hasta las tres o las cuatro de la mañana, no como hoy, cuando “cierras la puerta de casa o te roban”.
De adolescente, lo que le gustaba era coger su moto y recorrerse un montón de bares, la mayoría de los cuales no existen ya: La Espuela, El Zaragozano, El Capri o la Bodega Madrid. También estaba el Alhambra, donde antes se encontraba el señor Villegas, un hombre mayor que tenía encurtidos. Cita igualmente el Piscis o el Ricardito, en la calle Gran Capitán. La gente mayor aún recuerda estos bares.
Palomo cree que, aunque urbanísticamente hablando está mejor ahora Melilla –recuerda que antes ni siquiera había pasos de cebra-, antes el centro, donde se desarrollaba la mayor parte del día a día, estaba mucho más vivo que ahora.
Para él, una de las claves –dado que Melilla “no tiene capacidad” para un zoológico o un Aquapark-, aparte de que ahora no entre mercancía de Marruecos, era el servicio militar obligatorio, que permitía en gran parte sufragarse a la ciudad. Antes había aquí muchos militares, lo que le daba “mucha vida” a este lugar, asevera, y aprovecha para dejar caer que, en su opinión, suprimir la mili obligatoria perjudicó a toda España, pero especialmente a Melilla. “¿Tú sabes lo que el servicio militar obligatorio le ha dado a Melilla en cuestión de servicios?”, pregunta.
Con evidente nostalgia, porque “hoy en día se han perdido todos los valores”, Palomo lamenta que necesitaría diez horas para contar “lo que se era realmente la Melilla antigua”. Sin embargo, a su ciudad, él no la cambia por nada. Aunque ya nada sea igual, sigue apreciando la calidad de vida que ofrece y porque es “defensor de Melilla”. De hecho, es el presidente del Centro Hijos de Melilla. Ello no quita, sin embargo, para que eche “de menos” todo lo de los años 70 y 80.
Lo peor es que no tiene demasiadas esperanzas en que la ciudad recupere su esplendor, porque la juventud se está yendo ante la falta de oportunidades y de opciones para planificar sus vidas.
Si hay alguna oportunidad de ello, para Palomo, debe venir de la creación de empresas. “Ahora no hay nada, pero antes existía hasta una envasadora de pescado en el Paseo Marítimo”, dice. No recuerda su nombre, porque era muy pequeño, pero sabía que había algo. “Si ahora quitas de aquí a los funcionarios, ¿qué te queda?”
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