Somos muchos los que hemos visto el vídeo que circula por las redes sociales con las imágenes de la paella colectiva del consejero de Salud Pública de Melilla, que incluye además las declaraciones de la vicepresidenta del Gobierno, Gloria Rojas, emplazando a la prensa a esperar a que el súperconsejero diera explicaciones para saber si montó la fiesta saltándose la prohibición que impide juntar a más de cuatro personas no convivientes en un mismo sitio.
Como no podía ser de otra manera, el vídeo incluye las declaraciones de Mohand Mohamed Mohamed, compareciendo ante los periodistas para decir que no iba a dar explicación alguna porque, en su insignificante opinión, no venía a cuento.
Evidentemente Mohand ha desautorizado a la vicepresidenta del Gobierno.
O Rojas le tomó el pelo a la prensa, que puede ser, o Mohand hace lo que le viene en gana, que me lo creo un poco menos. No sé qué es peor, si que la vicepresidenta no mande ni en su propio partido o que el súperconsejero se le suba a la chepa delante de toda Melilla.
En estos momentos estamos reeditando a nivel local el mismo guirigay que se vive en el Gobierno central, con el vicepresidente Pablo Iglesias cuestionando la calidad democrática española y el presidente Sánchez dando la cara para recordar que somos una democracia plena.
Con Echenique aplaudiendo las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél y con el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, mostrando apoyo a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que han tenido que desplegarse en las cinco ciudades españolas, que han sido asoladas por el vandalismo. A día de hoy tenemos ya 150 detenidos, más de 200 heridos y pérdidas aún por cuantificar en destrozos en el mobiliario urbano y terrazas de bares y comercios.
Si mal van las cosas en el PSOE, no van mejor en las filas del PP, donde se han quedado atónitos desde que Pablo Casado soltó el bombazo de la mudanza.
El zagal ha dicho que recoge los bártulos y se muda de Génova 13, con el coste político tan grande que ha tenido para el partido la famosa remodelación que se hizo entre 2005 y 2010 con dinero de la caja B, controlada por Bárcenas. Digamos que lo hicieron como si fuera unas de las muchísimas chapuzas sin IVA que se hacen en viviendas de este país.
Pero ya se sabe, a los políticos se les presupone que son mejores que nosotros, por eso les pagamos catorce pagas (muy generosas) con dinero público.
Hay quien a estas alturas habla incluso de la necesidad de una refundación del Partido Popular que a los imbrodistas no conviene. Les venía como anillo al dedo el pinchazo en Cataluña porque tras ese resbalón, el patio se queda para pocos experimentos y la autoridad de Casado y de Teo García Egea queda, como mínimo, cuestionada. De hecho lo está, ahora que por primera vez, Feijoó metió el dedo en la llaga y recordó a navegantes que de los 30 diputados que perdió Cs en las catalanas, ninguno se fue al PP.
En Ciudadanos también andan las aguas revueltas, especialmente en Cataluña, donde han aparecido los Renovadores Cs, que a la desesperada intentan evitar la desaparición de las siglas por aquello de que los votantes no saben qué va a hacer Inés Arrimadas con sus votos. Una cosa es votar a un partido bisagra a medio camino entre el PP y el PSOE y otra muy distinta que tu voto sirva para apuntalar el comunismo de Pablo Iglesias o que tus gobiernos se sostengan con el apoyo de Vox.
En esa línea de crisis interna, llegamos, cómo no a CpM, con esa ratificación de sentencia del Supremo que impedirá a Aberchán ir de cabeza de lista en las municipales de mayo de 2023, pero que le deja la puerta abierta a postularse en las generales de ese año. O sea, el escaño que hoy tiene el PP, puede cambiar de dueño porque todos sabemos lo poco que le importan a los votantes las decisiones judiciales.
Prueba de ello es que en Melilla hemos tenido el Gobierno con más imputados de España y el PP ha seguido ganando elecciones. Es cierto que perdió el Gobierno, pero porque Imbroda no se apartó. Si no, probablemente habría habido coalición con Cs.
Por último, en Vox, las malas lenguas sitúan a Ignacio Velázquez como supuesto cabeza de cartel para 2023, lo que evidentemente hundiría en el lodo al PP y daría un impulso al partido de Abascal en Melilla.
No se explica que con lo débiles que están los adversarios, Vox haya descuidado una plaza a la que Ortega Smith venía con gusto. El caso es que desde que cogió la Covid, al hombre se le ve más bien poco y se le escucha cada vez menos.
En fin, que no hay casa que no tenga asuntos internos que resolver en esta ciudad. Y mientras tanto, los ciudadanos asistimos atónitos al espectáculo.
A todas éstas los expertos esperan la cuarta ola de la pandemia del coronavirus para finales de marzo, en Semana Santa, cuando la gente vuelva a desmadrarse.
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