La Ciudad Autónoma envió ayer con urgencia a Madrid el informe con el primer cálculo de los daños causados en Melilla por el terremoto de 6.3 grados de magnitud en la escala de Richter, que el pasado lunes estremeció el norte de África, desde Alhucemas hasta Nador, y parte de Andalucía.
Esta primera valoración arroja daños por 11,9 millones de euros y deja cuarenta edificios afectados. La mayoría, perteneciente a nuestro patrimonio modernista, el segundo más rico del país, sólo por detrás de la Barcelona Gaudí.
En la medida en que avancen los días, es previsible que se detecten más desperfectos, pero una primera valoración de los daños en menos de 24 horas, como ha hecho la Ciudad, es todo una proeza. Que conste que no estamos hablando de cálculos a ojo de buen cubero, sino obtenidos tras la inspección de expertos en rehabilitación.
Aunque nuestras calles retomaron ayer un poco la normalidad con la vuelta de los niños a los colegios, aún falta para que todo vuelva a ser como antes: normal.
El informe de los daños ocasionados por el seísmo en Melilla llegará al Consejo de Ministros este mismo viernes, pero las cosas de palacio van despacio y las ayudas tardarán en llegar. Y si no, que se lo pregunten a los lorquinos que perdieron sus casas en el terremoto del año 2011.
Con un Gobierno en funciones y la duda en el aire de si volveremos o no a las urnas, mucha suerte tendríamos si el viernes los ministros de Rajoy aprueban para Melilla una ayuda de emergencia.
Pero a tener suerte no hay quién nos gane. ¿Qué habría pasado si el terremoto en vez de poner a temblar la ciudad a las 5:22 horas de la madrugada del lunes lo hubiera hecho en horario laboral? Sólo pensarlo da escalofríos. Sencillamente hoy no estaríamos hablando de daños materiales y 14 familias desalojadas sino de funerales.
Ahora la ciudad tiene que mirar hacia adelante. Si el dinero para las ayudas llega y lo hace ya, el sector de la construcción local resurgirá de sus catacumbas para devolver a nuestros edificios el esplendor de principios del siglo XX.
No hay mal que por bien no venga. Muchos de los inmuebles que han sufrido desperfectos estaban pidiendo a gritos una restauración. Ahora tenemos una buena oportunidad para hacerla. Y lo haremos siempre que el nuevo Gobierno, sea del color que sea, se acuerde de Melilla.
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