La antigua ciudad española, antaño llamada Villa Bens, albergó durante unos años una base de repostaje de la conocida empresa postal francesa a cuyo frente estuvo el piloto y escritor Antoine de Saint Exupéry .
La entrada a Tarfaya por la carretera principal no es especialmente bonita. La aridez del paisaje, tan sólo mitigado en esta zona por la cercanía del mar, y el fuerte viento, omnipresente casi siempre en estos parajes, convierten la pequeña vía y las primeras casas del pueblo en una ciudad fantasmagórica.
Puede que muchos no lo sepan, pero España mantuvo dos zonas de Protectorado en Marruecos, en el norte, el Rif y Yebala y en la zona sur lindando con el Sahara Occidental, la conocida como Tarfaya, un pedazo de desierto con salida al mar cuya única riqueza era y sigue siendo la explotación pesquera.
Pese a ello, la historia nos aporta muchas veces ese encanto que le falta a estos lugares por su condición geográfica o por lo deprimente del ambiente, caracterizado por la pobreza de las gentes que habitan estos sitios y la falta de recursos públicos, patente al pasear por las degradadas calles de la entonces conocida como Villa Bens, nombre que pusieron los españoles a la ciudad, en honor al coronel Francisco Bens, militar y uno de los mejores conocedores del Sahara Occidental.
Digo que la historia endulza muchas veces lo que aparentemente pasaría desapercibido para muchos y es que Tarfaya fue uno de los lugares escogidos por la Compañía Aeropostal francesa para desplazar una pequeña factoria de reparación de sus aviones en la ruta que debían cubrir desde Francia hasta llegar a Senegal, en concreto Dakar.
La historia de esta compañía es conocida por muchas circunstancias, entre ellas que fue el embrión de la que luego sería Air France, que los españoles no querían que sus vuelos atravesaran territorio español, tanto en Europa como en África y también por ser una de las primeras compañías de correos que volaron hasta Sudamérica.
Pero sin lugar a dudas, una de las cosas que más agradan al viajero que llega a Tarfaya es reconocer un monolito con la efigie de un pequeño avión a escala de los que volaban con la compañía y que fue el modelo de los que utilizaron dos de los pilotos más destacados de esta empresa, Jean Mermoz, a cuya memoria hay dedicado un museo en San Luis de Senegal y como no, el no menos conocido Antoine de Saint Exupéry, pues fue él el encargado de dirigir el establecimiento que Pierre George Latécoère, presidente de la Compañía Aeropostal, instaló en la pequeña villa española conocida como Tarfaya en la actualidad.
La vida de Saint Exupéry quedó ligada inevitablemente a este lugar perdido en el sur de Marruecos aunque su memoria sigue viva, pues a los restos de las instalaciones de la Compañía Aeropostal hay que añadir la existencia de un pequeño museo con su nombre, una de las agradables sorpresas que se lleva el viajero cuando pasea por las destartaladas calles de la antigua Villa Bens.
Quien haya leído algunas de las obras de Saint Exupéry entenderá el amor que sentía éste hacia el desierto. Y es que había que ser un enamorado de esta tierra o un loco, para lanzarse a realizar estas travesías aéreas interminables, teniendo en cuenta que si se estropeaba el avión podías caer en manos de tribus Tuareg. Esto le pasó a Jean Mermoz en uno de sus vuelos. Saint Exupéry vivió una experiencia similar en Libia, aunque en este caso salvó la vida ayudado por los beduinos.
Pero Tarfaya esconde más encantos: tan sólo hay que acercarse a la playa y ver la Casamar, o simplemente dejarse arrullar por los alisios del Atlántico. El resto depende de la imaginación de cada cual. En este caso, la parada en Tarfaya parece casi obligatoria para aquellos que hayan disfrutado con las obras de Saint Exupéry, ya sea con la conocida de ‘El Principito’ u otras como ‘Citadelle’, obra póstuma publicada tras la muerte del piloto francés, cuyo descanso parece ser interrumpido en estos desiertos tan sólo por el rumor del viento.
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