Hasta ahora se las conocía como ‘víctimas’, pero desean ser reconocidas como ‘supervivientes’. El cambio de nombre las reviste de una dignidad que trató de arrebatarles un salvaje con agresiones físicas o psíquicas. Son mujeres que han sufrido malos tratos, que han sido capaces de plantar cara a una situación dolorosa y reconducir su vida. Ayer un grupo de estas ‘supervivientes’ decidió formar una asociación en nuestra ciudad. La iniciativa ha sido posible gracias al impulso recibido de la Fundación Ana Bella, que las reunió con motivo de un curso. Allí pudieron ver que no están solas, compartieron sus experiencias y se dieron apoyo mutuo para continuar caminando.
Su situación recuerda en muchos aspectos a las víctimas de los asesinos etarras. Durante demasiados años, ellas también vivieron su dolor en silencio, marginadas y avergonzadas. Sus verdugos, los terroristas, además de destrozarles la vida, tenían la ‘habilidad’ de presentarlas como ‘culpables’ de no se sabe qué delitos. Al igual que hoy hacen estas mujeres, ellas levantaron la cabeza, miraron a los ojos a sus torturadores y dijeron ‘basta’. Unos pusieron fin al terrorismo político y las otras paran los pies al terrorista que alguna vez fue su pareja, con el que compartieron ilusiones y del que recibieron la mayor de las traiciones. El mérito de estas mujeres es monumental al ser capaces de enfrentarse a una situación en la que lo tienen todo en contra. La mayoría de ellas prefiere mantener su identidad oculta, una decisión que, lógicamente, hay que respetar, como también se hacía con los participantes en los actos de repulsa hacia el terrorismo. En aquellas primeras concentraciones muchas personas optaban por dar la espalda a las cámaras de televisión o fotográficas. Así fue hasta que algunos decidieron darse la vuelta; les siguieron otros y finalmente quienes tuvieron que acudir a refugiarse avergonzados fueron los asesinos.
Quizás aún no hemos llegado a ese momento con las mujeres que han sufrido malos tratos. Tal vez el hecho de cambiar el nombre de ‘víctima’ por ‘superviviente’ sea un primer paso. El siguiente debe ser el reconocimiento y apoyo sincero a estas mujeres. El conjunto de la sociedad, como ocurrió con el terrorismo etarra, tiene que asumir el problema como propio mostrando la más absoluta intolerancia hacia los maltratadores y la total comprensión hacia las víctimas. Es una batalla que debemos ganar entre todos para que las ‘supervivientes’ no acaben pereciendo en medio de la indiferencia general.