A Dios rogando y con el mazo dando. Con el Creador a tiempo parcial y con sus demonios el resto, presuntamente. Presunto paradigma de la depravación bajo la apariencia del apostolado es ahora investigado y gestionado por la Justicia, la de todos, no la Divina.
A él, a este cura, tuteado como ‘Fran’ dudoso ministro de Dios en la Tierra, no le hará falta esperar al juicio final para conocer el balance y saber el destino de su alma, serán los tribunales de los mortales, esos que se supone nos igualan, quienes lo juzgarán y presuntamente condenarán, una condena terrenal. No tendrá que esperar el pase al infierno, sino que ya ‘el talego’ (que en el argot humano viene y suele ser prácticamente lo mismo) le cuenta como inquilino.
No es este esperpento fruto del debate de la debilidad humana ante lo prohibido por las leyes de la iglesia, tampoco por el sempiterno debate acerca del celibato y su obligación para las mujeres y hombres establecida por la curia, no, sino que es un episodio del más puro alcance delictivo. Sin ambages, o es enfermedad o es criminalidad consciente, o ambas, bajo el parapeto de la casulla, una túnica de fétido ardor.
Llama la atención, por la información que se dispone, o no tanto, y por hechos precedentes en la historia reciente y no tan reciente, la una vez más y acostumbrada “falta de agilidad” de la jerarquía eclesiástica que, aun presuntamente habiendo conocido los hechos o su parte hace largos meses, la única medida que adoptó con el calenturiento sacerdote fue el traslado allende del Mar de Alborán. Debió ser la creencia que el aire de la sierra malagueña enfriaría su fogosidad y olvidaría la ciénaga.
Tras ello, y cuando la bola creció, se le retiró la “licencia ministerial” para el ejercicio pastoral. Ahora, todo son prisas para, incluso presentarse como acusación particular por parte de sus próceres pero, además de a quienes supuestamente denigró con su proceder el cura, cuesta trabajo intuir que explicación dará la dirigencia a los feligreses de aquellos pueblos malagueños que, aún, siguen atónitos por haberles enviado a tal desviado. En muchos pueblos, el cura junto a pocos más, sigue siendo parte del elenco institucional de referencia, obediencia, confianza y respeto. El enviado, un presunto desviado, delincuente, que incluso organizó y participó en encuentros juveniles o catequesis entre otras actividades pastorales.
Por ello, cuando a menudo se abronca desde el púlpito por la falta de moral cristiana y las faltas humanas de los parroquianos, ello, debería compaginarse con una mayor introspección activa de quien o quienes competan ya que, episodios como el acaecido, no nacen de la noche al día, ni por ensalmo, se “larvan” y en ocasiones, se silencian y se agravan.
Ante lo sucedido y, de momento, sabido, curioso es el silencio de quienes se rasgan las vestiduras con falsa contrición y sobreactúan en la apariencia de su creencia ante cuales discrepan de su forma de entender la fe cristiana y su ejercicio y que son vistos como la amenaza de la paz celestial y terrenal, curioso sí.
Es de entender que no se está en un rapto de la fe o un quebranto de la vocación, sino en el páramo del delito con el agravante del aprovechamiento de su posición, una sotana podrida.
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