Opinión

La sospecha permanente de espías enemigos insertos en el Rif

Las ‘Campañas de Marruecos’ (1909-1927) y fundamentalmente, la denominada ‘Guerra del Rif’ (1921-1927), conocida como la fragosa y complicada misión a la que se consignó la parte más operante y ambiciosa del Ejército en los inicios del siglo XX, difícilmente pueden soslayarse los muchos obstáculos e inconvenientes que tuvieron para pacificar el territorio que les concernía por los Acuerdos Internacionales, y que finalmente terminaron perfilando a la inteligencia militar a presagiar intromisiones extranjeras.

Luego, lo que aquí se desgrana dicen llamarse confidentes, espías e informadores y toda una concatenación de artificios de contra espionaje que se hicieron notar, derivados en su mayoría de una nutrida documentación generada por la Administración Colonial y las Representaciones Diplomáticas. Pero, de lo que no cabe duda, que fueron varios los militares que previnieron de maquinaciones e intrigas en el Protectorado y del trasiego de dotaciones y pertrechos bélicos por la región, los cuales, se enviaban a las tribus insurrectas acaudilladas por Muhammad Ibn ‘Abd el-Krim El-Jattabi (1883-1963).

Con lo cual, las poco más o menos dos décadas de intermitentes lances quedaron ilustradas de la acomplejada política imperial. El encaje del expansionismo se identificó por la discontinuidad en las acciones militares bajo su protección, en mayor o menor medida de cara al contexto internacional; además, de los vaivenes gubernamentales habidos en Madrid y la disponibilidad de los medios para el sector del Ejército que intervenía en tierras africanas.

Y, cómo no, las maniobras materializadas por Francia en su Protectorado y las dinámicas inducidas por los autóctonos del sector conferido a España. Es decir, la demarcación distinguida universalmente como el ‘Rif’.

Por lo tanto, los enormes aprietos que tuvieron las Tropas españolas estaban servidas para poner en disposición la extensión que les incumbía, y en opinión de los que sirvieron en aquel escenario complejo, hasta los multitudinarios antagonismos desfavorables del sentir público nacional, la escasa moral de los soldados designados; la conducta de la clase política, más bien errática, indecisa y poco comprometida y, por último, los escasos recursos para emprender la empresa encomendada.

Estos eran a groso modo las principales adversidades que debieron esquivar los Oficiales que actuaban y cuyos orígenes rondaban en materias específicas como el contrabando, el espionaje y los traidores de la Patria, promotores de los desastres militares o, al menos, los catalizadores de estos. Los críticos del destino imperial eran considerados en bloque como adversarios, ya fuesen extranjeros o nacionales, y estos últimos sugestionados por ideologías foráneas.

Y desde la proyección de la política exterior, el trazado de contención entre España y Francia posibilitó la propagación de traficantes y defraudadores que transferían armas y reseñas clasificadas a los respectivos contrincantes de los estados expedicionarios. La porosidad de los límites fronterizos de la circunscripción española y francesa, enmarañó, si cabe, aún más, cualquier tipo de intervención.

La permeabilidad de los términos administrativos se enredaba, con un escabroso relieve, el vacío de infraestructuras viales, una meteorología árida y de alta montaña en extensas parcelas de las comarcas rifeñas, cursos de agua entrecortados y exiguos, con aridez generalizada y falta de agua bebible, la omisión de una autoridad estatal centralizadora, la disgregación del conjunto poblacional, carencia de planos cartográficos y la combatividad nativa con habituales luchas entre las cabilas.

Sin descartar, los combates a través de la ‘guerra de guerrillas’ de estas mismas contra el Sultán o los actores coloniales.

Ciñéndome en los operadores extranjeros infiltrados en el Protectorado, estos adquirieron un importante empaque en los documentos originados por el Ejército. La experiencia acumulada de los curtidos militares en el campo de batalla norteafricano, escondía el recelo persistente de los espías enemigos.

Los alicientes geopolíticos de las diversas potencias internacionales en los acontecimientos históricos desde 1909 a 1927, respectivamente, y la afinidad que producían las supuestas riquezas del subsuelo rifeño, vaticinaron que la figura jurídica aplicada a una serie de territorios del Sultanato de Marruecos, en los que España ejercía un régimen de protectorado, sobresaliesen un número considerable de agentes extranjeros. Y, como no podía ser de otra manera, estos sujetos exhibían vastos intereses.

Tras la debacle sufrida en el ‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921), aumentó la cuantificación de individuos atraídos por los negocios con un nuevo apoderado en el tablero de postulantes: la ‘República del Rif’. Para ser más preciso en lo fundamentado, un ‘Informe Reservado de 1926’, englobaba el nombre y los antecedentes bien definidos de un buen número de personas vinculadas con los rifeños y que estaban prestos en obtener las autorizaciones mineras pertinentes de ese área central. Tómense como ejemplos el caso de Spencer Price, Madame Arnall, Gordon Cunning, etc.

Conjuntamente, Tánger, como pórtico por donde ingresaban las armas y el dinero con que avivar los levantamientos, se convirtió en causa de inquietud constante para los Altos Comisarios por los métodos empleados de contrabando y espionaje. En este mismo aspecto, terciados los años veinte, la porosidad preliminarmente mencionada de las fronteras francesas, fruto de la pugna franco-española, aminoraba cualquier resquicio de control real por parte de los contingentes hispanos.

Entre la amplia documentación examinada se constatan numerosos testimonios que, para bien o para mal, refrendan las malas praxis francesas hacia los intereses españoles en la superficie, y aunque en menor dimensión, los británicos eran inciertos por sus intrigas sobre Tánger y sus pretensiones gibraltareñas.

Podría decirse que se desplegó toda una malla de contrainteligencia, al objeto de vigilar a los intermediarios extranjeros en el Protectorado y, como es obvio, ésta, impulsaba la clasificación y el control cuidadoso de información sensible y creaba desinformación a los respectivos Comandantes Generales. Para ello, se les prevenían de los movimientos incógnitos o se perseguía e investigaba a los presumibles colaboradores.

La detonación de la ‘Primera Guerra Mundial’ (28-VII-1914/11-XI-1918), fue el punto de inflexión en la apreciación de los servicios extranjeros. Ahora, tanto franceses como británicos, alemanes o turcos bregaban y se afanaban por arrebatar a grupos indígenas a sus concernientes menesteres, hasta suscitar el máximo daño posible a sus correspondientes competidores y beneficios.

“Lo que aquí se desgrana dicen llamarse confidentes, espías e informadores y toda una concatenación de artificios de contra espionaje que se hicieron notar, derivados en su mayoría de una nutrida documentación generada por la Administración Colonial y las Representaciones Diplomáticas"

En dicha etapa se dispusieron a personas encubiertas, supervisando específicamente este papel, o personal legalmente acreditado de quién a veces son espías o tratantes del espía y medios similares. Esa idea se reforzó gracias a algunas de las ramificaciones de la ‘Gran Guerra’, como el derrumbe de la Rusia zarista (1917) y la subsiguiente aclamación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, (1922). Y cómo no, los excedentes bélicos y la llegada de la Turquía de Mustafa Kemal Atatürk (1881-1938).

Además, el comunismo y el advenimiento del nacionalismo en el universo musulmán se contemplaron como corrientes depravadas del orden mundial establecido. Ambas constituían un peligro inminente para el puzle de España en Marruecos, que como misión nacional no había de ser amputada por los comunistas y nacionalistas panislámicos.

A tenor de lo expuesto, los propósitos ideológico-políticos de los anticolonialistas del ámbito musulmán como árabes, bereberes, turcos o iraníes y de los comunistas, tenían poco que ver entre sí, la inteligencia militar española procuró ensamblar tales tendencias de pensamiento en una misma escala. A saber: la de rivales de España.

Es por ello, que las confabulaciones islamista-bolcheviques residieron como el espectro que atravesaba los intereses de la esfera colonialista, esencialmente durante la ‘Guerra del Rif’, la extensión más violenta de las ‘Campañas de Marruecos’.

Comenzando por el ‘comunismo’, este era divisado en dos vertientes: la primera, hace referencia a la efectividad de esta misma inclinación de pensamiento dentro de la urbe y en la palestra europea. Siendo la autora del anticolonialismo y el antimilitarismo que se contemplaba como una herida abierta de la sociedad española y del continente con sus doctrinas sediciosas, de entre las cuales, la lucha de clases era de las más estigmatizadas por el estamento militar; y, la segunda, acompasada por la Unión Soviética y pertrechada por agentes bolcheviques, la divulgación subversiva, así como las armas y cuantos recursos con los que se intentaría perturbar la incidencia de los actores estatales y no estatales.

Y en los ojos contemporáneos, la trascendencia de la hipotética ayuda bolchevique a los insurrectos marroquíes imprimió el estereotipo del traidor comunista en el horizonte de los militares colonialistas. Queda claro, que el comunismo se servía de los medios a su alcance para el impedimento de las operaciones españolas en el Protectorado. Sus agentes burlaban y se infiltraban en el Ejército con conceptos revolucionarios. A decir verdad, el Tercio de Extranjeros, por su condición internacional, era supervisado con lupa para precaver la presencia de agentes comunistas en el mismo.

Paralelamente, los informes cifrados que relataban la estampa de prensa a la que tenían acceso los soldados de servicio en Marruecos, fueron comunes en las décadas iniciales del siglo XX.

La recepción de rotativos de signo obrerista era sancionada rigurosamente y se quiso impedir cualquier influjo en tales noticieros en el Ejército de África. Más rigor conllevaba la tenencia de periódicos, folletos o impresos de carácter comunista, a los que se distinguía como instrumentos de dominio en las Tropas españolas.


La atención expresa en salvaguardar a la milicia de toda contaminación comunista se vinculaba con el peso de la institución castrense, como el genuino cortafuegos del pronunciamiento rebelde. En sí, la particularidad extra peninsular de las fuerzas coloniales llevaba a la conclusión que era admisible conservarlo excluido de los movimientos agitadores.

En resumidas cuentas, el colectivo armado aparejaba el ejercicio de ser el garante del orden y no se podía consentir la objetividad de focos insubordinados dentro del mismo. Y, aún más, porque las máximas comunistas pretendían diseminar las desavenencias en el entorno militar, una de las peores fórmulas concebidas por un individuo que tenía en el compañerismo y, sobre todo, en el orden y la disciplina, sus valores preminentes.

La multiplicidad de destrezas comunistas habidas y por haber, con el móvil de minar el poder por medio del enflaquecimiento de su Ejército, hizo no claudicar a los militares en la trama islam-comunismo, algo que argumenta la siguiente lógica: la labor de España en Marruecos se consideraba primordial para el fortalecimiento de la Patria y cualquier indiscreción en la misma, representaría un atolladero para los intereses nacionales, por lo que los agitadores de Moscú predispondrían un pacto con los musulmanes norteafricanos.

Continuando con la especulación preliminar, los bolcheviques eran capaces de un acuerdo con tal de catapultar al estado; el deterioro del Ejército como el más operativo y recio, irremediablemente amortiguaría a los responsables del orden y otorgaría la convulsión incendiaria en la metrópoli. La atemperación del comunismo a las esencias musulmanas estuvo patente por la exaltación del sentimiento nacionalista bereber.

De hecho, los informes del lado hispano señalan la obstinación de la propaganda bolchevique en la transmutación de la lucha de clases al marco colonial. Luego, los comunistas no se interponían únicamente en la dirección de la colonia, sino también, contagiaban con sus ideales a los residentes para socavar el ánimo e indirectamente, deteriorar el esparcimiento de España en Marruecos.

El marxismo que defiende la construcción de una sociedad sin clases y sin estado, era la personificación de todo lo diabólico desde la cosmovisión de los colonialistas y la inmensa mayoría de las dificultades metropolitanas recayeron en quienes allí les tocó lidiar. Porque, ante todo, los que no estaban a favor de las ‘Campañas de Marruecos’ estaban afectados por la tesis soviética.

De este modo, se evidenciaba la bondad del individuo abatido moralmente, en tanto que éste era burlado por enredos y falsedades que lo habrían llevado a descarriarse de la raíz patriótica.

Y, segundo, el incitar ‘nacionalista panislámico’ no estuvo catalogado como una anomalía autóctona marroquí, sino que era el resultado de hechos constatados en otras esferas de la aldea global y sumidos a intereses extranjeros. Más bien, me atrevo a decir, que era el ejecutor de los desconciertos coloniales, al impulsar el nacionalismo/islamismo en puntos estratégicos musulmanes, aunque existió otro causante ocasional de la insurrección o del riesgo: Alemania.

Obviamente, las desavenencias franco-germana en el trípode antes-durante-después de la ‘Gran Guerra’, forjó que agentes alemanes instigasen las impresiones anticoloniales marroquíes para inquietar a Francia, que, al mismo tiempo, iban contra los intereses españoles.

Otro de los aspectos de la injerencia germánica residió en los agentes del comunismo de origen teutón, pero, en esta ocasión, la responsabilidad recaía en el marxismo puro y duro.

La campaña prediseñada de acoso y derribo como la Turquía de Kemal Atatürk, sería el otro gran eslabón del renacer ‘panislámico’ que tanto aterrorizaba a los españoles. Es preciso indicar al respecto, la no clarificación en significaciones y criterios tan variados como ‘islamismo’, ‘nacionalismo’, ‘panislamismo’ o ‘panarabismo’.

Y, es que, la retórica del período referido y los documentos de archivo procedentes del Ejército, introduce en la misma mochila a estos términos, siendo concebidos como equivalentes, similares o análogos. Lo más revelador es que el conjunto de ellos, conjeturaban inestabilidades anticoloniales y esto era lo realmente característico.

La llamada ‘Guerra de Liberación de Turquía’ (1919-1923) sucedida tras el descalabro del Imperio Otomano en la ‘Primera Guerra Mundial’, cayó en la balanza para ser motivo de prevención constante para la inteligencia española. No eran pocos los que advirtieron los tentáculos entre el ‘Movimiento Nacional Turco’ y la ‘República del Rif’. El líder turco era un nacionalista fanático de una República laica y moderna, en atención a las reglas occidentales del momento. Una suma que en nada se parecía a los grupos religiosos musulmanes.

"A tenor de lo expuesto, los propósitos ideológico-políticos de los anticolonialistas del ámbito musulmán como árabes, bereberes, turcos o iraníes y de los comunistas, tenían poco que ver entre sí, la inteligencia militar española procuró ensamblar tales tendencias de pensamiento en una misma escala. A saber: la de rivales de España"

Es indudable, el desbarajuste por la dinámica tomada en el proceso de conversión del ‘Imperio Otomano’ en la ‘República de Turquía’, lo que predecía una contradicción, porque, por un lado, se valoraba que el otro imperio otomano tan envalentonado en Occidente, acabase transformándose en una administración de cuño occidental y completamente retratado con los valores de la Europa de entonces. Y, por otro, cómo este estado se hallaba en franca complicidad con Moscú y con anhelos en la exportación de esa revolución laica y occidentalista con el resto de los estados musulmanes; muchos de los cuales habían estado subyugados hasta 1918, siempre y cuando desde el prisma de un estado laico, pero de culto mayormente islámico, aunque no vinculado al gremio árabe, ni étnica, ni culturalmente. Véase, que esta coyuntura era la que ciertamente descomponía a los políticos y jefes militares españoles.

Tómese como muestra, el desasosiego habido por el apoyo de los nacionalistas turcos a los rifeños, con el paradero anónimo de dos submarinos de naturaleza alemana que ostentaban los secuaces de Kemal Atatürk y que, de ningún modo, debían terminar a merced de Abd el-Krim. El potencial protagonismo de Alhucemas como base naval para abrigarse, reavituallarse o efectuar reparaciones bajo algún poder hostil, seguía en la línea inmutable del miedo permanente. Incluso se formularon partes en los que se daba por verídicas tales circunstancias.

Otro de los ingredientes que probaban el plantel de buenos idilios con los nacionalistas turcos, yacía en el rompecabezas del entramado religioso en el Islam. El régimen de Ankara había contradicho la tarea que el Sultán otomano desempeñaba hasta ese instante como consejero supremo de los musulmanes.

La descalificación al que Kemal Atatürk reprimió a la figura del Sultán otomano por hallarse sumiso a la autoridad de los poderes extranjeros, se consideró idéntica a la política desarrollada por Abd el-Krim en Marruecos en similitud con el Sultán alauita en poder de los franceses, y al Jalifa en manos de los españoles. El desvanecimiento de este liderazgo podía desembocar en la fragmentación de esa jefatura religiosa o en el surgimiento de otro guía en las miras islámicas con el amparo de Ankara.

Ante lo visto, es fácil imaginar los recelos de los militares españoles ante una cábala internacional en su contra. O lo que es lo mismo: la ‘espada de Damocles’ o la ‘amenaza persistente’ de la interposición de Ankara en cuestiones rifeñas. Más aún, las pormenorizaciones de reuniones en la ocultación y clandestinidad entre los miembros turcos y rifeños y, cómo no, a futuribles alianzas y pactos no pasaron desapercibidos en la geoestrategia colonial.

La sagacidad entre Kemal Atatürk y Abd el-Krim funcionaría a la perfección entre los oficiales turcos en el Protectorado y los agentes rifeños en puntos estratégicos europeos, donde Ankara tenía las de ganar con suficientes mimbres.

Finalmente, la aparición de uniformados turcos en el Protectorado quedó plasmado en numerosos de los documentos confidenciales que revelaban las actividades deducidas de éstos, y entre los que se acentuaban el contrabando con la entrada, salida y venta clandestina de mercancías prohibidas, o la recomendación y el adiestramiento militar. No obstante, con más reincidencia se puso en práctica la telegrafía, con la comunicación de cientos de telegramas poniendo al corriente del tráfico de armas a la República del Rif.

Toda vez, que estos militares desempeñaban dos caras en una misma moneda: primero, la de contrabandistas y, segundo, instructores de los enseres bélicos que ellos mismos trasladaban. En paralelo y con la finalidad de eludir a la Marina de Guerra, la metodología adoptada para llevar a término el estraperlo a los litorales marroquíes era enrevesado.

En este misma tesitura, las armas no procedían de las reservas turcas, sino que eran obtenidas de proveedores internacionales, fundamentalmente, de nacionalidad árabe y egipcia, hasta disuadirlas a estados musulmanes aliados para definitivamente ser transferidas desde éstos a zonas costeras próximas al Rif y, de allí, al algún otro enclave dominado por Abd el-Krim. Y, como no, el puerto de Gibraltar como uno de sus principales arsenales de operaciones para el alijo de armas y pertrechos.

En consecuencia, las pesquisas que se acogían en el Protectorado sobre las tramas, manejos y conspiraciones de agentes secretos para quebrantar y menoscabar el encargo colonial español, salpicaron a un amplísimo sector castrense, hasta el punto de desfigurar una visión negacionista de los empeños de algunos estados. Retrato que se recrudeció cualitativa y cuantitativamente en la Unión Soviética.

Y, por antonomasia, el comunismo era el mayor enemigo como ideología anticolonial, al ser el generador de una conjura sin precedentes para la revolución del orden establecido.

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