Editorial

Solo palabrería diplomática

Nunca había quedado tan claro como ayer que Marruecos no reabrirá nunca la aduana comercial de Melilla. Y quedó cristalino porque hasta el ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, dijo públicamente delante de su homólogo marroquí, Naser Burita, que España lo tenía todo listo y preparado para que el flujo del comercio entre Melilla y su entorno marroquí sea una realidad cuando a los señores del sur les dé la gana dar su visto bueno y poner fecha para el inicio de la actividad.

Lo de Albares ha sido algo así como “a mí no me digan nada porque nosotros hemos hecho los deberes” y puso claramente la pelota en el tejado de los alauitas. Y eso de las cuestiones técnicas que, según Burita, hay que implementar, no se lo puede creer nadie, puesto que estamos hablando de una aduana que estuvo funcionando durante décadas hasta que de pronto, de forma unilateral, sin previo aviso, Marruecos decidió que se cerraba el grifo en agosto de 2018.

Es evidente que lo de Burita no era más que palabrería diplomática porque no podía decir públicamente que el acuerdo que el presidente Sánchez creía haber arrebatado a las autoridades marroquíes nunca se va a cumplir. Lógicamente había que dar una excusa cualquiera y optó por la cosa técnica sin que se le moviera un pelo.

Marruecos nunca va a reabrir la aduana comercial por la sencilla razón de que jamás hará nada que lleve siquiera a suponer levemente que reconoce la soberanía española sobre unos territorios que quiere anexionarse a toda costa.

Y ya está, para qué dar más vueltas. Que Burita saque a relucir el tema del porteo, la mala imagen de cientos de mujeres cargando bultos a sus espaldas para pasar la frontera para decir que hay que hacer ajustes técnicos de cara a la aduana, es una tomadura de pelo más del reino alauita a España, cuyo Gobierno calla y otorga porque no quiere problemas con el vecino del sur.

En el Ministerio de Exteriores de Albares deben pensar que bastante tuvieron ya en 2021 cuando Marruecos propició la invasión de Ceuta a través de miles de marroquíes que atravesaron la valla con la aquiescencia de su policía, que, evidentemente, seguía instrucciones de las altas instancias. No se quieren arriesgar ni un poco apretando a los marroquíes a que reabran la aduana no vaya a ser que se les plante sobre la mesa otro conflicto diplomático como el de aquel día de mayo en la ciudad ceutí, por poner un ejemplo, que también podrían ser uno o varios saltos masivos de subsaharianos.

Al fin y al cabo, qué más da lo que les suceda a dos pequeñas poblaciones tan lejanas, que solo les causan dolor de cabeza en la relación bilateral con unos marroquíes tan duchos en aprovechar las debilidades del Gobierno español para sacar provecho. Es evidente que Ceuta y Melilla están solas, huérfanas del abrazo del Estado, que tendrán que enfrentarse a su supervivencia económica con el único impulso de sus instituciones locales y que quedan al albur de los esfuerzos y la capacidad de quienes tienen en su mano la posibilidad de tomar decisiones que sirvan para reinventarnos y para garantizar al posibilidad de tener un futuro en esta tierra.

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