Insultados, agredidos, abusados, marginados, la Frontera Sur de Europa se erige como ‘tierra prometida’ para miembros del colectivo LGTB que han sufrido persecución en sus países de origen por el simple hecho de ser como son.
Alrededor de 50 jóvenes homosexuales se encuentran internos en el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) de Melilla, ciudad a la que llegaron con la esperanza de conseguir asilo en España y poder vivir con la libertad de no ser juzgados 24 horas al día, 365 días al año.
La larga espera para conocer si finalmente el expediente es favorable pesa mucho más cuando se sufren agresiones físicas y verbales a diario. Esto es lo que les sucede habitualmente a estos solicitantes de asilo cuando ponen pie fuera del Centro. Muchos de ellos viven con el temor de encontrarse en Melilla a los mismos agresores de los que huyeron. “Todos nos decimos lo mismo: no podemos escondernos en 12 kilómetros cuadrados”, dice Nibou, uno de los pocos que se defiende en español.
Ya en 2016, el informe ‘En Tierra de Nadie: la situación de las personas refugiadas y migrantes en Ceuta y Melilla’ de Amnistía Internacional recomendaba a las autoridades españolas que se priorice el traslado “inmediato” a la península de personas “en situación de especial vulnerabilidad”, en este grupo fueron incluidos los miembros del colectivo LGTB.
La “vergüenza” de denunciar
El pasado mes El Faro hacía pública la agresión de Nabil, un joven de 25 años asaltado en plena calle por su condición sexual. Según constaba en la denuncia, los golpes propiciados por sus asaltantes le hicieron perder el conocimiento. Se despertó en el hospital.
El caso de este nadorí no es ni mucho menos aislado. Según explica Rafael Robles, presidente de Amlega (Asociación de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Melilla), estas agresiones localizadas en las inmediaciones del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes se tornaron habituales desde que comenzó a crecer el número de personas LGTB que arribaron a nuestra ciudad en busca de asilo.
La asociación se dedica, entre otras tareas, al acompañamiento de las víctimas de estos delitos a la hora de denunciar. Robles describe que presentar la denuncia es uno de los primeros obstáculos a los que se tienen que enfrentar estos jóvenes ya que, en muchas ocasiones, “se les marea en cuanto a qué cuerpo de seguridad han de dirigirse”. “Además, nos hemos dado cuenta de que estas denuncias no se recogen como un delito de odio”, explica.
El máximo responsable de Amlega achaca esta cuestión a que los denunciantes, en muchas ocasiones, no logran explicarse correctamente: “Hay que estar muy encima de ellos para que digan que, en momentos previos a la agresión, se les han proferido insultos relacionados con su sexualidad”, refiere. Robles destaca que hay otra razón por la que muchos de ellos rehúsan denunciar: la vergüenza. “Cuando he ido con ellos, he observado que les da mucha vergüenza, y es normal. Como pasa con cualquier víctima de delitos de odio, el proceso se vive con pudor, por eso muchas veces se omite”, aclara.
El pasado miércoles la Amlega mantuvo una reunión con la Policía Nacional para abordar el problema de estos ataques en las inmediaciones del CETI. Una de las propuestas que se barajó fue la coordinación y protocolización de las actuaciones de las fuerzas de seguridad. Concretamente, lo que se busca es centralizar las denuncias en un solo cuerpo para evitar la problemática surgida de la confusión sobre cuándo denunciar en la Policía Nacional y cuándo recurrir a la Guardia Civil. El asunto se tratará, según apunta Robles, en la próxima reunión de la Junta de Seguridad Local.
Vidas en peligro
Buena parte de estos solicitantes de asilo proviene de Nador, una de las regiones más conservadoras del reino alauí. La homosexualidad en el país vecino es considerada una ‘depravación’ a nivel social e institucional. Así lo refleja el artículo 489 del Código Penal de Marruecos, castigando con penas que pueden ir de 3 meses a 6 años de prisión “los actos licenciosos contra natura o con un individuo del mismo sexo”.
La mayoría de los jóvenes que se ha atrevido a denunciar su situación a El Faro no llega a rozar la treintena. El “basta” de Abdelyalil, un joven de 20 años natural de Oujda, lo provocaron las humillaciones de sus compañeros de universidad. “Me acosaban, me insultaban, me tiraban piedras”, relata. Su situación actual no es mejor, en una ocasión, estando en los alrededores del CETI, unos individuos le acuchillaron en un brazo. “Era nuevo, no sabía que este tipo de agresiones se podían denunciar”, aclara. Badr, la pareja de Abdelyalil, denuncia que estuvo a punto de sufrir una violación en una calle muy cercana al centro. “Tuve suerte, justo en ese momento pasaron un grupo de personas que evitaron que sucediese”, narra.
Sabri, sin embargo, no es marroquí, sino de Sbeitla, una de las localidades más pobres de Túnez. Fue su prima quien le ayudó a salir del país gracias a un contacto.
Este joven de 23 años lleva solamente un mes en la ciudad y carga sobre sus espaldas el peso de la discriminación. No pudo terminar los estudios de electricidad en la capital debido al maltrato infligido por parte sus compañeros tras enterarse de que era gay. En su caso, los abusos comenzaron a los diez años. Su vecino abusaba de él sexualmente mientras le grababa en video. “Me chantajeaba con hacerlo público si contaba lo que me hacía”, explica. No obstante, el vecino lo hizo y, al contrario de lo que se pensaría en estos casos, fue la propia víctima quien terminó siendo condenado al ostracismo. A los 14 años él y su madre tuvieron que dejar la ciudad en la que nacieron.
Sabri continúa siendo acosado por sus paisanos del CETI. Como él, la mayoría de los tunecinos internos son de Sbeitla. “Me han acusado de ser una vergüenza para la ciudad”, denuncia. “Olvídate de Túnez para siempre”, le aconseja su madre, con la que mantiene contacto habitual gracias a Facebook.
Hanan (Nador, 22 años): “Mis hermanos me apuñalaron al descubrir que soy lesbiana”
Hanan, de 22 años, es originaria de la ciudad de Nador. Lleva poco más de un mes en Melilla tras lograr escapar del férreo control de sus cuatro hermanos, con los que vivía hasta hace poco, dado que es huérfana de padres. En 2012 la descubrieron en la cama con su novia. “Me apuñalaron al descubrir que era lesbiana”, confiesa. Querían matarla por el “nerviosismo del momento”. Su novia también fue agredida, recibió un corte en la cara por parte de uno de ellos. La joven relata que fue atada con una cuerda “con las que atan a los corderos”, describe. Hanan ya no se acuerda de más. Despertó en el hospital, lugar en el que descubrió que le habían quemado un tatuaje que se hizo del nombre de su pareja. A partir de ese momento, sus hermanos comenzaron a llevarla al psicólogo. También le hicieron tomar medicamentos para “curar” su homosexualidad. Pudo escapar de Nador cuando encontró su pasaporte (escondido años atrás) mientras limpiaba la casa. Asegura que, cuando sale del CETI, la insultas con palabras como “machorra” o “puta”.
Islam (Berkan, 33 años) y Jadiya (Marrakech, 27 años): “Nos hemos casado en Melilla”
Islam, de 33 años, y Jadiya, de 27, se conocieron en Marruecos hace cuatro años. La primera es de Berkan, una ciudad perteneciente a la región de La Oriental. La segunda es de Marrakech. Desean empezar una nueva vida en la península libres de insultos y amenazas.
Por eso, hace alrededor de tres meses decidieron cruzar la frontera y llegar a suelo español. “Nos hemos casado aquí en Melilla”, explican ambas mujeres.
“Los mismos problemas a los que tuvimos que hacer frente en Marruecos, los estamos teniendo en Melilla”, señala la pareja de recién casadas. Ambas se quejan de que les han llegado a agredir verbalmente. “Los hombres suelen molestar bastante a mi pareja cuando camina por la calle”, se queja Islam. Sus respectivas familias saben que acerca de su condición sexual porque hace un tiempo se mudaron juntas a un piso de alquiler en Berkan, la ciudad de que es oriunda Islam. “Cuando mi tío se enteró de que soy lesbiana, me agarró muy fuerte del cuello. Luego, se apresuró a llamar a la familia de Jadiya para decirles lo que presenció”, narra.
Doudou (Beni Enzar, 32 años): “Mi hermano me ha querido matar. Sé que me está buscando”
Doudou nació y vivió, hasta hace poco, en la ciudad fronteriza de Beni Enzar. “He venido a Melilla porque tengo muchos problemas con mi hermano y con el resto de mi familia”, comenta. Dice que su familia le echó de casa cuando descubrieron que tenía novio. “Me llegaron a echar de casa durante tres días”, narra. Aunque destaca que ese no es uno sus grandes problemas. Asegura que su vida corre peligro: “Tengo un problema muy grande, mi hermano me ha venido a buscar, sabe que soy residente del CETI”, explica. “Ya ha querido matarme a cuchilladas en varias ocasiones, tanto en casa, como en la calle”, refiere. Este cocinero de 32 años dice que, en una ocasión, ha llegado a ver a su hermano en la ciudad, concretamente, en el barrio El Real.“Tengo miedo, porque sé que mi familia puede entrar por Barrio Chino, Farhana o Beni Ensar y no les quiero denunciar por respeto, por si no pueden volver a Melilla a trabajar”, matiza. Doudou va siempre en bicicleta para evitar agresiones. Dice sentirse seguro en el CETI, pero no en la calle.
Abdelhakim (Nador, 23 años) y Mohamed (Ben Tayeb, 23 años): “Somos pareja de hecho
Abdelhakim es de la ciudad de Nador y Mohamed de Ben Tayeb, un pequeña ciudad en la provincia de Driouch. “Somos pareja de hecho, no como otros”, bromea uno de ellos mientras mira al resto de sus compañeros del CETI. Llevan juntos tres años y buscan poder vivir libremente y casarse algún día.
Los vecinos empezaron a sospechar de ellos cuando les vieron por primera vez de la mano. Un día sufrieron una agresión física y decidieron acudir a la comisaría de la policía marroquí a denunciar los hechos. Relatan que, cuando quisieron interponer la denuncia, los policías les echaron con un: “Anda, idos, maricones”. Como una mayoría de los chicos entrevistados, estos dos jóvenes también recibieron amenzas por parte de sus familias. “Mi hermano, que es barbudo (adjetivo que se utiliza para describir a los islamistas) me ha amenazado de muerte”, dice uno de ellos.
Ambos aseguran haber sido objeto ataques homófobos. Denuncian que en una ocasión unos menores de edad les robaron 40 euros y les rompieron el teléfono.
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