Pocos conceptos tan a menudo manoseado y en muchas ocasiones adulterado como el de la ‘soberanía nacional’.
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), se entiende por soberanía el “poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”. El diccionario panhispánico del español jurídico, de la misma RAE, se extiende algo más y define la soberanía como el “poder supremo e ilimitado, tradicionalmente atribuido a la nación o al Estado, para establecer su constitución y adoptar las decisiones políticas fundamentales tanto en el ámbito interno como en el plano internacional”.
El otro término del concepto del que hablamos, el término nacional, deriva, obviamente, del concepto ‘nación’, que, de acuerdo con el mismo diccionario de la RAE, se define como el “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. De acuerdo con la otra fuente consultada, la del diccionario panhispánico del español jurídico, el concepto nación se define, en el ámbito del constitucionalismo, como un “conjunto numeroso de personas que reconoce una historia propia y se identifica por sus hábitos culturales y su proyecto colectivo de vida en común”.
En su última acepción, la más elaborada y la que a mí más me parece que se corresponde con lo que comúnmente entendemos como nación, el diccionario la define como “una colectividad que ha alcanzado la integración cultural entre sus miembros, en el transcurso de un proceso histórico común, gracias a la cual goza de una capacidad de actuación y relación con otras colectividades internacionales, así como de una autonomía funcional interna garantizada por la identificación entre los individuos y la nación”.
Profundiza aún más el diccionario panhispánico del español jurídico para definir no sólo lo que significan los dos términos por separado, sino también el conjunto de ambos, es decir la propia soberanía nacional a la que define como el “principio político conforme al cual la autoridad en la que reside el poder político no son los sujetos que componen la colectividad aisladamente considerados, sino la nación en su conjunto”.
Esta claridad con la que nuestras autoridades académicas nos ofrecen un ámbito conceptual por el cual movernos con la certeza de utilizar términos comúnmente aceptados que nos permitan elaborar nuestros modelos de convivencia de manera eficaz, no es obstáculo para los que, desde diferentes perspectivas de la vida, fundamentalmente en el ámbito político, se dedican a manosear los conceptos que tan claramente se nos ofrecen, adulterarlos y convertirlos en algo irreconocible.
Así, aunque nuestra Constitución, marco de referencia de todo nuestro ordenamiento legal, establece, sin ambages, que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, los manoseadores y adulteradores de conceptos, los pescadores en río revuelto, no tienen empacho alguno en retorcer este evidente concepto para, acogiéndose a la libre interpretación de quién es el pueblo español, desviar suave, pero tenazmente el concepto de ‘soberanía nacional’ al de ‘soberanía popular’ y así ahormarlo a su gusto y conveniencia.
El ‘pueblo’ es el concepto comodín que a estos tergiversadores de la realidad les viene bien para alterarla y presentárnosla de manera favorable a sus intereses ideológicos. El ‘pueblo’ es lo que ellos digan.
En unos casos, este ‘pueblo’ del que hablan enfática y vehementemente, representa solamente a la parte de ese pueblo que ellos consideran económica o socialmente menos favorecida. En otras palabras, a los que disponen de una renta económica por debajo de la que los tergiversadores de la realidad consideran modesta. Los que se encuentran por encima de ella no son, lisa y llanamente, parte del ‘pueblo’. Suelen ser, en este último período de afirmaciones populistas que padecemos, ‘los ricos’.
En otras ocasiones, el ‘pueblo’ es, solamente, la parte de él que comparte el ideario sociológico o político de estos intérpretes excluyentes del término pueblo, habitualmente de izquierdas, porque los demás son élites opresoras, carcas, fachas o muchas otras cosas, pero nunca el ‘pueblo’. Normalmente son sectores de la sociedad que por falta de coraje o de la dignidad que se atribuye a los ‘defensores del pueblo’, proponen actuaciones o se movilizan en beneficio de ‘los ricos’.
Sin ánimo de ser exhaustivo, pues hay muchas acepciones limitativas de lo que es el ‘pueblo’, la lista de las acepciones alicortas que les vienen bien a los tergiversadores de la realidad se extiende, también, a los que alimentan ensoñaciones localistas de carácter identitario para quienes el ‘pueblo español’ es, en el mejor de los casos, la suma, de buen o mal grado, de los ‘pueblos de España’ cuando no la suma ‘forzada’ de los ‘pueblos del Estado’. Para éstos, reconocerse como españoles, suele ser materia de experiencia traumática, que no se resignan a vivir en soledad, sino que aspiran a que su trauma sea compartido o experimentado, activa o pasivamente, por el resto del ‘pueblo’ y han hecho del contagio de su trauma el objeto de sus vidas. Estos suelen hablar con frecuencia del ‘sentir de nuestro pueblo’, las ‘ofensas a nuestro pueblo’ y cosas semejantes, que sólo viven en su mente, porque sólo en su mente se dimensiona y se describe ese pueblo ‘suyo’. En ocasiones lo forman, los que han nacido en una determinada parte de España, los que se llaman o se apellidan de determinada manera o los que comparten su sectaria y restrictiva manera de entender la realidad.
Lo que comparten inequívocamente, aunque también de manera inconsciente todos estos limitadores de la amplitud de lo que para cada uno de ellos es el pueblo, es la práctica de una afectividad selectiva, que sólo se aplica a los que para ellos forman parte del pueblo. Cuando le dejen al pueblo, al de verdad, al que incluye a todos los ciudadanos de la nación española, ricos, pobres, de izquierdas, de derechas, cristianos, musulmanes, agnósticos o de cualquier otra creencia o condición, practicar su afectividad indiscriminada, sin acepción de personas, nos aproximaremos a un ejercicio sano y sobre todo eficaz de lo que representa nuestra soberanía nacional.
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