“Es imposible no sentirse amenazado cuando vives rodeado de violencia”, dice Gusmane Bary, un joven natural de Conakry, la capital de Guinea, que desde bien pequeño se mudó a Bamako, en Malí, con su familia. “En casa apenas teníamos dinero y como mi padre era comerciante nos fuimos al país vecino para salir adelante”, relata este guineano de 19 años.
Bary asegura que el principal problema al que se enfrentan muchos africanos como él es la violencia que les rodea, la pobreza de sus hogares y el abuso de las mafias. Durante su larga travesía hasta España, se vio en numerosas ocasiones “sin dinero, viviendo en la calle”. Este guineano explica que “cuando tienes algo ahorrado, te capta la mafia de una forma u otra, garantizándote un viaje hasta Europa”. Y con esta promesa de futuro, Bary llegó a Melilla. “El dinero marca la diferencia, da igual nuestra historia personal, no importa, todo son desgracias. El dinero es lo único que les importa”, sentencia este joven.
La travesía
Hace tres años, cuando cumplió 16 y terminó sus estudios medios, decidió abandonar su hogar por miedo y con la intención de buscar un lugar seguro donde establecerse, poder estudiar, trabajar y enviar dinero a su familia.
“Decidí huir de la violencia habitual de las calles de la ciudad cuando dos ladrones entraron en casa y fusilaron a mis dos hermanos mayores que trataron de impedir que nos robaran lo poco que teníamos”, narra Bary con una sonrisa agridulce en su rostro. Lo peor de todo fue dejar atrás a sus padres y a sus dos hermanos pequeños.
Bary tenía muy claro desde el principio que quería venir a España “porque sabía que iba a estar mejor”. Ya desde pequeño le gustaban las clases de castellano en la escuela y no dudó en poner rumbo hacia el norte.
De Malí caminó de vuelta hacia Guinea para despedirse de algunos familiares y, una vez allí, recorrió kilómetros y kilómetros hasta alcanzar Burkina Faso. “Cada día caminaba mucho, hasta que llegaba a algún pueblo o ciudad y buscaba trabajo. Normalmente trabajaba de albañil en obras”, explica Bary y sigue: “Si encontraba empleo, podía pagarme una pequeña habitación; si no, vivía en la calle. Si no tienes nada, hay gente que te ayuda con algo de comida o algunas monedas”.
Esta fue la dinámica que mantuvo el joven guineano durante los tres años que ha tardado en cruzar los cerca de 4.000 kilómetros que separan su hogar de Melilla. Los pasos de Bary le llevaron desde Burkina Faso hasta Níger y de ahí a Argelia. A lo largo de este recorrido, el joven insiste en que se encontró con infinidad de situaciones peligrosas. “Te sientes amenazado en todo momento, no sabes con quién te puedes encontrar, qué te pueden hacer”, comenta.
Su viaje a pie terminó al llegar a Argelia. Ahí comenzó un largo trayecto en coche a cambio de “pagar una gran cantidad de dinero a los traficantes de personas” con los que se había encontrado Bary.
La mafia
Este chico asegura que cada trayecto tenía un precio distinto en función de la distancia y de los riesgos que tuvieran que correr. Bary no recuerda exactamente cuánto pagó en total a la mafia que lo metió en un coche, apretujado con otros migrantes en su misma situación. Sin embargo, recuerda que la cantidad más baja que llegó a pagar fue de 100 euros. “En Argelia, trabajaba como peón en una construcción de lunes a sábado, de seis de la mañana a seis de la tarde”, dice Bary, y continúa: “El sueldo era muy bajo, no recuerdo la cantidad, pero estaba mal pagado”. El dinero que consiguió ahorrar lo destinó a los trayectos en coche.
“Cuando peor lo pasé en Argelia fue cuando estaba en un pequeño pueblo y dos ladrones me intentaron robar. Uno de ellos me amenazaba con un cuchillo, mientras el otro me pegaba y me decía que le diera todo lo que llevaba encima. Como no llevaba nada, me dejaron en paz”, recuerda.
Del Gurugú a Melilla
Tras un largo ir y venir de adversidades, Bary cruzó la frontera de Argelia con Marruecos. A pesar de que ya estaba más cerca de alcanzar su sueño, el migrante pasó ocho meses escondido en el bosque del monte Gurugú con otros “600 migrantes”, según explica, vigilando la valla de Melilla. Un día a la semana, un pequeño grupo se acercaba a las inmediaciones para conocer su estado.
Finalmente, el pasado 9 de mayo, Bary fue uno de los 110 subsaharianos que lograron saltar la valla de Melilla y entrar a la ciudad autónoma. Desde entonces, este guineano está en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), donde ha mejorado su nivel de castellano “gracias a las clases de idiomas”. Bary está feliz porque en dos semanas será trasladado a un centro de la península, donde espera empezar a trabajar para enviar dinero a su familia. “En Melilla no hay trabajo”, se queja.
Desde que llegó a Melilla, Bary apenas ha podido hablar con sus padres, pero las veces que lo ha hecho ha podido asegurarse de que están bien, “aunque siguen sin tener dinero para vivir medianamente bien”, lamenta.
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