¿Sin bares en Semana Santa?

Tan mal ha ido esta Semana Santa para el sector de la hostelería local que su histórico presidente Amaruch Hassan Mohamed no descarta que si la cosa sigue por este camino, los bares y restaurantes de la ciudad terminen dando vacaciones a sus trabajadores por estas fechas.

Contrario a lo que pasa en el resto de España, donde la Semana Santa es buena para la contratación, en Melilla los hosteleros y comerciantes cruzan los dedos el Viernes de Dolores por temor a la que se avecina.

No se trata solo de siete días malos. Aquí es una quincena terrible porque a la Semana Santa le antecede la semana blanca de receso escolar y con 15 días de vacaciones se produce un éxodo masivo de funcionarios hacia la península, motivado por el abaratamiento del precio de los billetes desde que hay bonificación del 75% al transporte marítimo y aéreo.

El propio Amaruch Hassan, que por cierto acaba su mandato tras las elecciones autonómicas y a estas alturas no tiene claro si volverá a presentarse a presidente de la Asociación de Hosteleros de Melilla, cree que a los billetes baratos a la península se suma la frontera con sus cierres intermitentes. Ambos factores están a punto de darle el tiro de gracia al sector.

La situación de la hostelería local no es comparable con la del comercio. A día de hoy hay más de medio centenar de tiendas cerradas en el centro de la ciudad. El problema de los hosteleros no es el temor al cierre definitivo sino la ausencia de expectativas para crecer. No cierran bares, pero tampoco abren nuevos.

A los empresarios les afecta la escasez de mano de obra cualificada y el hecho de que pese a la que está cayendo aumenten las exigencias burocráticas a la hora de abrir un negocio en Melilla.

Las administraciones, asegura Lázaro Bernabé, secretario de la Asociación de Hosteleros, cada vez piden más papeleo, cuando deberían ponerle todas las facilidades posibles al empresario para que se arriesgue e invierta.

Chaki Mohamed, vicepresidente del sector, da por hecho que el boom hostelero de los años ochenta no volverá. Con el fin de la mili obligatoria se cerró una etapa dorada para los bares y restaurantes de Melilla. Eso hay que asimilarlo.

Los empresarios locales no han notado el aumento de sueldo a guardias civiles y policías nacionales y viven hoy con la incertidumbre de poder planificar compras, personal u horarios.

El problema real está en que la racha mala empezó hace tres o cuatro años y no hay síntomas que animen a pensar que la situación de la frontera se normalizará en el corto plazo para que vuelvan a entrar cada día a la ciudad al menos 500 consumidores procedentes de Marruecos y con ganas de ir de compras y luego cenar en establecimientos locales.

Al sector de la hostelería melillense le quedan por delante los tres meses de verano, que son igual de duros que la Semana Santa, y luego la Feria que en opinión de Amaruch Hassan, desde que se pasó a la explanada de San Lorenzo ya no es lo que era.

Es malo cuando en una ciudad lo mejor ya ocurrió en el pasado y los jóvenes, en cuanto sacan un pie, no vuelven.

Frente a las críticas de tapas caras, la Asociación de Hosteleros defiende que sus precios son competitivos porque la calidad que se ofrece al cliente en Melilla no la encuentra en ningún otro rincón de España.

Echan de menos que ya nadie cuente con ellos para organizar la Ruta del Tapeo o llevarlos a Fitur para preparar en Madrid las gambas de la Mar Chica. Sienten que no los tienen en cuenta pese a que son el motor de la economía local. Sólo hay que ver que cuando llega la Pascua del borrego o la de Ramadán, y todos los bares cierran. “Melilla se queda muerta”.

Y muertos nos vamos a quedar si nuestros bares y restaurantes deciden cerrar en Semana Santa.

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