María Teresa Fernández, jefa de la Unidad contra la Violencia sobre la Mujer de la Delegación del Gobierno tampoco estuvo ayer acertada cuando dijo que “más no se puede hacer” para concienciar a las víctimas de malos tratos del peligro que corren.
En realidad, María Teresa Fernández debería hacer reconocido que ella ‘no sabe’ qué más se puede hacer. Si lo hubiera dicho así y a continuación hubiese pedido una reunión con Abdelmalik El Barkani, el delegado del Gobierno, para poner el cargo a su disposición, su comportamiento habría sido digno de elogio. Pero no fue así. Ayer Fernández se ratificó en las mismas declaraciones que realizó cuando el cadáver de Hannan Outmane aún estaba caliente. Entonces dijo que el protocolo para protección de las víctimas había funcionado bien y ahora dice que “más no se puede hacer” por estas mujeres.
Ojalá los hechos nunca quiten la razón a la jefa de la Unidad contra la Violencia sobre la Mujer, pero si se registra una nueva muerte en las mismas circunstancias que en las que Hannan Outmane encontró la muerte, le va a resultar muy difícil a El Barkani mantener a María Teresa Fernández en su puesto. Incluso hoy ya es muy difícil justificar que continúe en ese cargo cuando no ha sido capaz de aprender nada de aquel desgraciado suceso. Hasta tal punto es así, que en estos momentos si Hannan Outmane continuara viva, estaría sentenciada debido al cuajo con el que se desenvuelve en su trabajo la jefa de la Unidad contra la Violencia sobre la Mujer. ¿Cómo es posible que María Teresa Fernández no sienta el menor desasosiego, zozobra o desazón ante el riesgo de que un suceso así se repita y tenga que dar explicaciones a los familiares de la víctima mirándoles a los ojos? ¿Cómo les explicará que no hizo nada tras el anterior crimen y que tampoco piensa mover un dedo tras el segundo porque, lógicamente, continuará insistiendo en que el protocolo funciona bien y “sólo se cambia lo que está mal”?
Es incomprensible cómo se puede mantener que todo funcionó a la perfección a pesar de que el protocolo no sirvió para nada, a pesar de que la víctima fue asesinada.
Argumenta María Teresa Fernández que la protección de las víctimas es un derecho que tienen las mujeres que sufren maltrato, no una obligación que pueda imponerse. También fumar es un derecho de quien quiera hacerlo respetando las indicaciones que establece la ley. Tampoco se puede evitar que una persona consuma todo el alcohol que desee. No se puede impedir que alguien se alimente sólo con comida basura o que inicie descontroladamente una dieta salvaje de adelgazamiento. Y sin embargo, las autoridades no desfallecen en su objetivo de intentar concienciar a la población sobre los pros y contras de determinadas conductas y hábitos que pueden ser perjudiciales.
Nadie duda de que entonces Hannan Outmane se equivocó al no adoptar las precauciones necesarias para reducir o evitar el riesgo de morir asesinada por su maltratador. Y ahora nadie duda tampoco de que María Teresa Fernández se equivoca igualmente al desperdiciar la posibilidad de aprender algo de aquel suceso, de modo que se reduzca la posiblidad de que haya una nueva víctima que muera en las mismas circunstancias que Hannan Outmane. Tras ese crimen, el primer objetivo de la jefa de la Unidad contra la violencia sobre la Mujer debería haber sido que no haya otra Hannan Outmane que no sepa valorar el riesgo que corre. Para conseguirlo, en primer lugar María Teresa Fernández debería convencerse antes a sí misma de que se equivoca cuando dice que “más no se puede hacer”. Y luego debería aceptar que como jefa de la Unidad contra la Violencia sobre la Mujer su deber es ‘hacer más, mucho más’ o, al menos, dejar hacer a quienes piensan que “lógicamente” algo falló en la muerte de Hannan Outmane.
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