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“Si mi hijo fuera yihadista, preferiría verlo en la cárcel, vivo, pero no lo es”

Cinco de la madrugada. 16 de diciembre de 2014. La Policía rompe la puerta en el número 14 de la calle Ramírez de Madrid de Cabrerizas, un barrio obrero de Melilla. Los agentes entran en grupo y rompen las puertas de las habitaciones. Buscan algo o a alguien. Pero en la casa sólo están Farida y su marido, panadero jubilado. Ella grita asustada: “¡Aquí no hay drogas!”

Los policías le preguntan por sus hijos. Farida tiene cinco: Nasira, la mayor, y Sufian, el pequeño, estaban en Córdoba. Mohamed y los gemelos Yawal y Nabil, en Melilla.
Farida le da a la Policía la dirección de todos sus hijos y pide a los agentes, por favor, que tengan cuidado al entrar en la casa de Yawal porque las niñas, de siete meses y poco más de un año, duermen delante de la puerta. El piso, en Las Palmeras, es muy pequeño. “Si hubieran entrado en la casa de mi hijo como entraron en la mía, habrían matado a las niñas”, se lamenta.
Farida mantuvo el tipo mientras la Policía registraba la casa. “Estuvieron allí hasta la una de la tarde. Buscaban por todas partes, pero no había nada. No tenemos ordenador. Yo escuchaba cómo un agente le decía una y otra vez a su compañero: “No aporta nada”. Me pidieron el móvil, pero yo no tengo teléfono”, recuerda Farida.
Un año y casi tres meses después de aquella madrugada, las puertas de la casa de Farida siguen rotas. “Se han quedado así. La de la calle está rota. Hay que cambiarla, pero yo ahora no puedo”. Todo el dinero que la mujer reúne, lo guarda para ir a ver a su hijo, Yawal, que está en la cárcel de Villena (Alicante), en prisión preventiva. Le acusan de pertenecer a una organización terrorista y de captar mujeres para enviarlas a la guerra de Siria e Irak.
“Si mi hijo hubiera hecho algo, preferiría verlo vivo, en la cárcel, que saber que se va por ahí. Lo que veo que está pasando fuera no me gusta. ¿Yo voy a querer que mi hijo se vaya? No. Prefiero tenerlo ahí (en la cárcel) que sé que le dan de comer y duerme. Es un crimen lo que están haciendo fuera. Que paguen los que tienen bombas, no mi hijo. Nosotros estamos muy en contra del terrorismo. Mi hijo no ha hecho nada”, asegura Farida con voz firme y sin derrumbarse.

Siete de la mañana
16 de diciembre de 2014. A las siete de la mañana, la Policía entra en la casa de Nabil Mohamed, hermano gemelo de Yawal. Empiezan el registro y se dan cuenta de que no es él. Se habían confundido.
Poco después tocan a la puerta de la casa de Yawal, en Las Palmeras. El joven abre y no ve a nadie. Los agentes se han hecho a un lado. El chico, de 29 años, sale a ver quién es y lo cogen por el brazo. Él les dice que lo dejen volver para coger una chaqueta y los tenis. Los policías no pueden acceder a su piso porque no tienen una orden de registro.
Allí estuvieron hasta las cinco de la tarde, que llegó la fiscal con la orden. Mientras esperaban, los agentes compraron frutas en el barrio.
Luego entraron en la casa de Yawal. Un piso minúsculo del que salieron con varias cajas. “En la tele parecía que habían encontrado muchas cosas. Todas las cajas iban vacías. Creo que lo hacen para que la gente crea que van llenas. En mi piso no había nada. Libros de religión, entre ellos una Biblia, diccionarios... Nada, no había nada. No tenemos ordenador”, comenta Laila, de 23 años, esposa del joven detenido por supuesto yihadismo. Ambos tienen dos hijas pequeñas en común.
Una de ellas, la mayor, se hizo pipí encima durante el registro de su casa. “La Policía no me dejaba que la tocara. Después de la detención de Yawal, la niña se desmayó dos veces. Convulsiones febriles le llaman a eso”, prosigue Laila. La otra niña no se enteró. Tenía siete meses.

Creía que eran las multas
La esposa de Yawal creía que la Policía se quería llevar a su marido por “las multas de tráfico”. Hoy piensa de otra manera. “Yo, pa’ mí, que se han equivocado de persona. Si no encuentran ordenadores, no han cogido libros ni nada, se han equivocado”, asegura Laila.
Su suegra, Farida, cuenta que su hijo le dice una y otra vez: “Mama, yo no he hecho nada. Me han cogido por la cara”. Y ella le cree. “Se le acusa de captación, pero él no iba a locutorios. Iba a Cabrerizas. Se levantaba a las tres y a las cuatro de la tarde y pasaba el día escuchando música. Le gustaba oír a Tempo (cantante puertorriqueño de reguetón). Siempre ha padecido de ansiedad y ha tenido mucha medicación. Estaba en paro. Me gustaría que vayan a preguntar a los vecinos. Ellos saben que no ha hecho nada. Por eso me ayudan y de vez en cuando, me dan dinero para que vaya a verlo a la cárcel”.

“Somos de chándal”
Mohamed, el hermano mayor de Yawal también cree en la inocencia de su hermano. Ninguno de los dos viste chilaba. “Nosotros somos de chándal. Si acaso, en verano, por el calor”, dice.
Él cuenta que cuando ha visitado a su hermano en la prisión de Villena, en Alicante, le pregunta: “¿Alguna vez has dicho Siria”? Y Yawal le contesta: “Te juro que no, que esa palabra yo no la he mencionado”.
Yawal no quería que su familia saliera en este reportaje. “Cuando salga, quiero hacer mi vida normal. No quiero que me señalen con el dedo y digan: “Mira, el del periódico”, le dijo el pasado viernes a su esposa por teléfono.

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