Lluvia, granizo, frío, calor, subidas verticales, descensos en los que las piernas ya no responden, y una alegría inenarrable al cruzar la meta en el pueblo alpino de Chamonix bien entrada la madrugada. El tiempo total de carrera (21:16:57 horas) es lo que menos importa. A Sergio Soto no le quedan casi palabras para describir la dureza del recorrido, el reto psicológico de subir, subir y subir durante horas sin descanso y la sensación de triunfo final de una de las carreras más codiciadas en el mundo del trail running.
El entrenador de Runner’s Team, completó la edición más dura que se recuerda de todas las TDS® —una de las ocho pruebas a las que se puede optar para competir en el Ultra Trail du Mont Blanc— acaba de añadir una cruz más a la lista de sueños cumplidos. Puesto 149 en la general, 85 en categoría senior.
Vivir en Melilla y ser finisher en el UTMB tiene un mérito añadido, pues no existe otro lugar para entrenar que el monte Gurugú, de apenas 800 metros, cuando el desafío al que te enfrentas tiene cinco picos que superan los 2.000 y un desnivel positivo acumulado de más de 6.000 metros. Hay factores, como la altura, que no se pueden entrenar en Melilla. “Pasando los 1.500 metros ya se notaba la diferencia fisiológica. Allí, en Melilla, vivimos a nivel del mar, y como aquí todos los picos estaban a mil y pico, lo pasaba mal en todas las subidas”. Ante tal adversidad, solo quedaba “recuperar en las bajadas y en los llanos, correr suelto y empujar”, cuenta Sergio Soto por teléfono, al día siguiente y solo hora después de la prueba y aún con las piernas temblando por el tremendo esfuerzo.
No había nadie con él en el Mont Blanc, pero tampoco corrió solo. En Melilla, una decena de amigos y pupilos siguió la carrera y empujó a su entrenador a través de WhatsApp e internet. Juan Diego Aguilar, finisher en la edición pasada, vivió el miércoles pegado a la pantalla, analizando tiempos, transmitiendo mensajes, recordando episodios de su carrera, de esos que no se olvidan, organizando la sorpresa que le esperaba a Sergio en el Col du Joly (kilómetro 91). La organización le recibió en el avituallamiento con un vídeo de apoyo que habían grabado los miembros de Runner’s Team. “Me dio una emoción tremenda. Allí estaban mi mujer, mis amigos de Melilla. Fue un subidón. Quedaba un ascenso durísimo y eso me ayudó muchísimo”, recuerda.
Pero todavía faltaba la épica. Si durante toda la mañana el sol había dado tregua a los corredores, por la tarde el clima cambió drásticamente. El termómetro bajaba como los corredores. Así de impredecibles son los Alpes. La organización anunció lluvia en el kilómetro 71 y a Sergio Soto casi no le dio tiempo a ponerse el chubasquero. Era lluvia convertida en granizo a 2.000 metros de altura, y golpeaba como si fueran piedras caídas del cielo. Pero lejos de entorpecer la carrera, el frío y el agua fue un masaje para las piernas del corredor afincado en nuestra ciudad. Solo quedaba tener la cabeza despejada.
Y la estrategia funcionó: paso a paso, mente en blanco, olvidando la meta y centrándose solo en llegar al siguiente avituallamiento. Afuera todo seguía como antes: cuesta arriba, pero el antídoto funcionaba. Dentro, cada vez con mejores sensaciones. La luz frontal marcaba el camino, y la respiración los pasos. Los kilómetros volaban, la lluvia empujaba. Una foto en el avituallamiento, un mensaje de voz de esos que dan aliento, y a seguir empujando. Sergio recorrió los últimos diez kilómetros a un ritmo medio de 4m30s con 110 km en las piernas. Las luces de Chamonix también empujaban. El sueño se había cumplido.
No ha decidido todavía si volverá a los Alpes. Con amigos, quizá. Este año, la fortuna le dio como ganador en un sorteo de plazas para la TDS 2018, algo que difícilmente se volverá a repetir. Solo queda regresar a casa, exprimir el Gurugú, plantear varios saltos para competir en altura y lo de siempre: empujar. No hay más reto que superarse a sí mis-mos. La montaña no es un deporte, es una forma de vivir. Los cronómetros allí no miden el tiempo. Miden la felicidad.
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