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Ser funcionario y una vida estable, el deseo de muchos jóvenes ante la precariedad

El empleo público se ha convertido en una de las aspiraciones de muchos jóvenes. España atraviesa desde hace años una época difícil y la población más joven, hastiada de las condiciones laborales o el incremento del precio de la vivienda, ve como una de las mejores salidas opositar. “Solo quiero tener una vida estable, trabajar para vivir y poder descansar y tener tiempo para disfrutar con mis amigos y mi familia”, señala Cristian, un joven melillense que, pese a estar académicamente preparado, no ha tenido suerte laboralmente.

Emanciparse, conseguir un buen trabajo o acceder a la vivienda son los principales escollos que los jóvenes se enfrentan hoy en día. 

Más difícil emanciparse

En 2022, la edad media de emancipación fue de 30,3 años, según datos de Eurostat, situando a España como el cuarto país de la Unión Europea con las cifras más altas junto a Bulgaria y por detrás de Croacia (33,4%), Eslovaquia (30,8%) y Grecia (30,7%), ya que la edad media de emancipación  en la Unión Europea es de 26,4 años. 

Además, se trata de la edad de emancipación más alta de España en los últimos 20 años, según el Observatorio de Emancipación del Consejo de Juventud de España (CJE), y que tiene como resultado que “las personas jóvenes (en España) no pueden emanciparse hasta que dejan de ser jóvenes” y achaca a que es un síntoma de que, efectivamente, “los problemas estructurales de la juventud siguen muy presentes y condicionan la vida adulta”.

Por otro lado, la subida de la renta en los alquileres no ha pasado desapercibida para nadie. Los precios siguen aumentado (al igual que las hipotecas) hasta alcanzar, en muchos casos, cifras desorbitadas que no todo el mundo puede pagar. Ocurre en las grandes ciudades españolas (Madrid, Valencia, Barcelona o Sevilla), pero Melilla tampoco se queda atrás. 

La dificultad que los jóvenes se encuentran para acceder a la vivienda es grande, lo que impide que la gran mayoría de ellos no puedan emanciparse y vivan con sus padres cuando alcanzan el cuarto de siglo. Muchos se independizan compartiendo gastos con la pareja, amigos o compañeros de pisos. Y muy pocos son los que pueden comprarse una casa. 

El Observatorio de Emancipación  del Consejo de Juventud de España (CJE) afirma que, de media, el precio del alquiler supone más del 80% del salario de un joven. También se ha incrementado el precio medio de compra de la vivienda, por lo que la opción de pagar una hipoteca tampoco es mucho mejor para los jóvenes. 

La tasa del desempleo juvenil de jóvenes menores de 25 años en España es del 28%, la más alta de la Unión Europea, según Eurostat. A finales de 2022, la tasa de paro entre los jóvenes era similar a la registrada en 2008 cuando estalló la crisis económica y financiera. 

Aún así, según el Consejo de Juventud de España, tener empleo no es suficiente para poder acceder a una vivienda, ya que, aunque el salario medio de los jóvenes ha subido un 4,6%, el precio de las viviendas en alquiler lo hizo un 7,55%. Lo que, sumado a los 141 euros de media que cuestan los suministros y servicios (recibos de agua, luz, gas...) supondría gran parte de la totalidad del sueldo para adquirir alimentos y comprar ropa; y ya no digamos para gastar en ocio, que sería algo inasumible.

Se pensaría que los jóvenes, que son el futuro de cualquier país y tienen toda la vida por delante, tendrían un camino mejor que las generaciones anteriores, pero lo cierto es que, actualmente, el 27,3% de las personas jóvenes de 16 a 29 años se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión social , según el indicador Arope. Además, el 9,9% de las personas jóvenes se encuentra en situación de pobreza severa, mientras que el 6% de los jóvenes de 16 a 29 años se encuentra en situación de carencia material y severa. 

Con todo esto, son muchos jóvenes los que aseguran sentirse abrumados por la “incertidumbre” que tienen ante el futuro. 

Futuro incierto

“Lo veo todo muy negro”, lamenta Cristian, un joven de treinta años que ha conseguido emanciparse a duras penas. No tiene más remedio que compartir piso, porque es “imposible” que pueda pagar el alquiler él solo, además del resto de gastos como luz, gas, teléfono o la cesta de la compra. “Si viviese solo viviría al día, no podría ahorrar absolutamente nada”, afirma este joven melillense. 

Aunque ahora mismo ahorra lo que puede, unos 200 euros al mes aproximadamente, asegura que no tiene mucho margen para el ocio o para salir de Melilla. 

Cristian cuenta a El Faro que estudió fuera de la ciudad, en la Universidad de Granada, y tiene un grado en Traducción e Interpretación, además de un máster con el que se especializó. Estuvo esos años fuera y cuando acabó de estudiar, se fue a Paris para trabajar varios meses de au pair. Sin embargo, llegó la pandemia y se tuvo que regresar a Melilla. Desde entonces, le ha costado mucho “levantar cabeza”. 

Cuando regresó no encontraba trabajo. Tampoco podía marcharse fuera porque no tenía dinero y tampoco podía dejar que sus padres se lo prestasen. “Me sentía fatal después de tantos años pagándome los estudios y viviendo fuera. Ahora estaba en casa otra vez y con las manos vacías”, explica. 

Remontó dando clases particulares y trabajando de camarero, pero ahora se prepara oposiciones para ser profesor. Sigue echando currículum para intentar trabajar “de lo mío” pero no le han llamado de ningún lado. Opositar se ha vuelto en la único opción viable para tener una vida más estable. 

Se queja de que sus padres a su edad ya tenían “la vida resuelta”, mientras que él sigue sintiendo que no termina de crecer y está estancado.

La misma sensación tenía Laura, otra joven melillense que ahora reside en Málaga. Con la falta de oportunidades en Melilla después de la pandemia, decidió ponerse a opositar como auxiliar administrativo y sacó plaza en Málaga. “Estoy cerca de casa, pero es una pena que tengamos que irnos para poder trabajar y vivir bien”, dice. Se siente afortunada por tener su plaza y estar cerca de la ciudad autónoma, porque podía haberle tocado más lejos o haber tenido que emigrar como algunos amigos suyos. Se siente una privilegiada dentro de su círculo porque ya casi tiene ahorrada la entrada para una hipoteca, mientras que amigos suyos se encuentran en la misma situación que Cristian, o peor. 

“La gente mayor cree que nos quejamos por todo, pero están equivocados. Los datos están ahí. Ahora hay más paro y todo está más caro que cuando mis padres eran jóvenes. Ellos a mi edad ya tenían una casa, un coche y una familia. Yo me puedo dar con un canto en los dientes de tener trabajo”. En ese sentido, opina que a los jóvenes de ahora les ha tocado la peor parte. “Mucha gente se ha hartado de estudiar con la promesa de tener una vida mejor que sus padres y nos hemos encontrado todo lo contrario. Estamos más preparados y tenemos peores condiciones”, denuncia. 

Lucas tiene 20 años y estudia en la Universidad de Sevilla. Entre sus planes no se encuentra volver a Melilla, algo que lamenta enormemente. La falta de trabajo y oportunidades, junto a la escasez de ocio y la limitación para viajar, son algunos de los escollos. “Mis padres tampoco quiere que me quede en Melilla, quieren que vuele y tenga una vida mejor”, afirma, agradecido de que, mientras puedan, su familia le ayudará en todo. Pero hay mucha gente que no puede hacer lo mismo. Cree que, como  a él, su generación está marcada por la desilusión, ya sea con las expectativas de vida, el trabajo o, incluso, la política. Tiene claro que cada generación tiene “sus cosas”, pero no duda de que a los jóvenes de hoy en día no les ha tocado una buena parte del pastel. 

Opositar y ser funcionario es una opción que no descarta, aunque todavía no entra en sus planes. Esperará entrar al mundo laboral para ver si la situación ha mejorado, pero reconoce que lo mejor para tener una vida más estable es el empleo público.

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