Finaliza una semana en la que la presión migratoria sobre Melilla ha sido constante. Cientos de marroquíes han intentado, día y noche, traspasar el perímetro fronterizo y solo la incansable labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y del Ejército ha impedido que lo lograran.
Tras lo visto en Ceuta, con el asalto de unas 9.000 personas que accedieron a la ciudad hermana, la tensión se trasladó a Melilla, donde crecieron la incertidumbre y el temor a que se repitieran acontecimientos similares a los sucedidos en la localidad caballa.
La desidia de la gendarmería marroquí a la hora de detener a sus compatriotas al otro lado del vallado, levantaron todas las alarmas y la virulencia de los inmigrantes que se enfrentaron a los agentes del perímetro, que fueron apedreados, hacían temer lo peor.
A lo largo de estos días, casi 200 marroquíes lograron su objetico, frente a los cientos que lo intentaron, hasta que la situación volvió ayer a la normalidad una vez que la policía marroquí comenzó a realizar su trabajo.
Lo que se ha vivido esta semana en Melilla, y en mucha mayor dimensión en Ceuta, ha sido un paso más en la presión intolerable que desde hace años ejerce el régimen marroquí sobre ambas Ciudades Autónomas. En esta ocasión, la excusa a sido la presencia del líder del Frente Polisario, Brahim Gahli en España, pero podría haber sido cualquier otra.
La realidad es que desde que el Administración Trump reconociese la soberanía de Marruecos sobre el Sahara, nuestro vecino del sur se ha sentido reforzado en sus anhelos expansionistas. La buena posición de la que ahora disfruta Marruecos dentro de la diplomacia estadounidense, gracias a las labores de inteligencia que comparten ambos países en la lucha anti yihadista, y el reconocimiento de Rabat a Israel, ha envalentonado al Gobierno de Mohamed VI, que no ha dudado en dinamitar las relaciones diplomáticas con Alemania y en lanzar un órdago a España a través de Ceuta.
Por ahora, la situación ha vuelto a la calma en las fronteras, pero la herida está abierta. La respuesta contundente del Gobierno nacional y de la Unión Europea han servido para aliviar la presión momentáneamente. Ahora, toca hacer control de daños y valorar en que estado se encuentra la relación entre España y Marruecos. Lo vivido esta semana debe ser un punto de inflexión. A partir de hoy, es preciso que el Gobierno Español y e resto de cancillerías de la UE decidan que medidas van a tomar para que este tipo de incidentes no se repitan y que consecuencias tendrá para Marruecos. Lo que ha pasado en Ceuta y Melilla esta semana no puede caer en el olvido y necesita de un respuesta clara y contundente y que haga que Marruecos se lo piense antes de volver a actuar como lo ha hecho estos días.
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