Editorial

Seis años del cierre de la aduana comercial

Ayer se cumplieron seis años desde que Marruecos, de forma unilateral, decidió de buenas a primeras cerrar la aduana comercial con Melilla, un flujo de mercancías documentadas que venía existiendo desde hacía décadas y que nada tenía que ver con el porteo, con esa lamentable y desgraciada imagen de decenas de mujeres y hombres llevando a sus espaldas enormes bultos para pasar la frontera y ganarse así algunos euros con los que poder sobrevivir en el día a día de sus familias.

La situación desde entonces ha ido empeorando cada vez más para la economía melillense, basada en el sector del comercio no solo por ese incesante goteo del paso de productos al país vecino sino también porque Nador había conseguido articular una incipiente clase media, familias que venían a consumir a restaurantes y cafeterías, y que dejaban unos ingresos interesantes en las tiendas del centro al comprar cosas que en Marruecos o no existían o tenían precios prohibitivos.

Y si el cierre de la aduana comercial asestó una primera estocada, la clausura de la frontera por el covid remató la faena. Se acabó el porteo y con él los pingües beneficios de quienes mantenían vivo ese tipo de negocio, en muchos casos gestionados desde locales ubicados en los aledaños de la frontera que tuvieron que echar la persiana.

Desde entonces, todo a ido a peor. Sin posibilidad de mantener un flujo comercial legal y documentado por la negativa de Marruecos a reabrir la aduana, el golpe de gracia lo dio el hecho de que tampoco aceptara disponer el régimen de viajeros; esto es, permitir a las personas que pasan al otro lado de la frontera que lleven consigo mercancía adquirida en Melilla. Y aunque se ha repetido hasta la saciedad, no está de más recordar que el régimen de viajeros es algo que existe en las relaciones fronterizas del mundo entero.

En una reciente entrevista con El Faro, el vicepresidente primero del Gobierno, Miguel Marín, hablaba de la "hostilidad" económica de Marruecos hacia Melilla y no le faltaba razón. Los marroquíes han decidido que quieren matar a la ciudad impidiéndole un desarrollo basado en el comercio y los servicios, y su plan se está llevando a cabo con precisión milimétrica.

Poco o nada le importa a Mohamed VI haber firmado un acuerdo con España por el que se comprometía a reabrir la aduana comercial con Melilla. Es más, incluso planteó disponer una para Ceuta. Puestos a prometer, lo que hiciera falta después de que los españoles le pusieran el Sáhara en bandeja. Otra cosa ya es eso es cumplir lo pactado, que ahí ni jamás tuvieron intención de hacer honor a la palabra dada (y rubricada por escrito) ni van a mover un dedo que suponga el más mínimo respiro para las poblaciones de las dos ciudades autónomas en el norte de África.

Pero el problema no es únicamente que Marruecos se salte a la torera su propio compromiso, aquí lo realmente gravísimo es que España siga como si no pasara nada, que insista en que se está en un momento dulce con el sátrapa alauita cuando lo cierto y verdad es que se le dio el Sáhara por nada y para nada más que hacerse la foto en Rabat con Mohamed.

 

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